RUBALCABA: EL HOMBRE QUE TODO LO VEÍA… EL POLÍTICO QUE TODO LO SABÍA
Es imposible escribir la historia de los últimos 37 años del Partido Socialista Obrero Español, y de España, sin hacer referencia a la figura clave de Alfredo Pérez Rubalcaba. Apenas superada la treintena, comenzó a ser conocido por la opinión pública cuando en su primer cargo de cierta relevancia, subsecretario de Estado de Educación con José María Maravall como ministro, le tocó lidiar allá por mediados de los ochenta con aquellas salvajes huelgas estudiantiles lideradas por personajes como el famoso ‘Cojo Manteca’. Para un exatleta estudiantil como él, aquel fue el primero de una miríada de obstáculos que tuvo que superar hasta llegar al estrellato político con una etiqueta que ya nunca le abandonaría: la de ‘animal político en su estado más puro’. Ministro de Educación, primero -desde 1992- y de Presidencia después, con Felipe González, pasó a encargarse del partido a partir de 1996, fecha en que los socialistas fueron desalojados del poder por José María Aznar durante ocho años. Cualquier otro, con semejante hoja de servicios, hubiera dado tal vez por concluida su labor pública. Pero a Rubalcaba aún le quedaba una segunda y fructífera etapa.
Un perfil único
Maquiavélico, inteligente, estratega en las sombras, mejor organizador que líder y táctico en grado superlativo, cual moderno Talleyrand. Esta es la versión amable del que fuera el último vicepresidente del Gobierno con Zapatero y candidato socialista las elecciones generales de 2011, aunque sus enemigos gustaran de etiquetarle como amigo de la oscuridad, más que de la luz, y más partidario de influir que de mandar. Fue una pose de sí mismo que a él, no sólo no le importó cultivar, sino que exageró y caricaturizó incluso, hasta límites insospechados. Aquella famosa discusión en un pasillo del Congreso con el diputado popular Carlos Floriano en la que el socialista le espetó: ‘Veo todo lo que haces y oigo todo lo que dices’, quedará para la historia como una suerte de retrato, algo novelesco, del personaje.
‘…España se merece un gobierno que no mienta…’
Sea como fuere, Alfredo Pérez Rubalcaba lo fue casi todo en la vida pública española. Todo, menos presidente del Gobierno. Llegó a convertirse en la ‘bestia negra’ de la derecha española, parte de la cual, la más extrema, le señaló como urdidor de una fantasmagórica conspiración, que nunca fue tal, en aquellos terribles días de marzo de 2004.
‘España se merece un gobierno que no mienta’ dijo entonces, señalando con su dedo implacable a Aznar, Zaplana y Acebes, como responsables de la ocultación de una autoría, la de los atentados de Atocha, que expulsaría al PP abruptamente del Gobierno.
Se abrió desde aquel momento la que tal vez fuera la etapa de mayor esplendor de Alfredo Pérez Rubalcaba. La etapa en la que más brilló y en la que alcanzó sus mayores cotas de poder e influencia. Fue una pieza clave: portavoz parlamentario, ministro del Interior entre 2006 y 2011 y referente necesario cuando se escriba la historia completa de la paz definitiva en Euskadi y el fin de ETA.
Desde octubre de 2010, Zapatero añadió a sus responsabilidades la delicadísima labor de hacerse cargo de la Vicepresidencia del Gobierno y de la Portavocía, como única forma de insuflar oxígeno y hacer recuperar el pulso a un gobierno socialista ya agónico por la crisis económica. Cómo no recordarle atado al timón de la nave del Estado, de nuevo afrontando angustiosas huelgas que amenazaban con paralizar el país, como la de controladores aéreos o la de camioneros, asegurando a una población asustada que los suministros básicos estaban plenamente garantizados. ¡Vaya si lo estaban! Él siempre fue una garantía insustituible: para el Gobierno, para su partido y para España.
El mejor lugarteniente… como líder, no tuvo suerte
En 2011 fue elegido secretario General del PSOE y candidato a la Presidencia del Gobierno, siendo derrotado por Mariano Rajoy. Permaneció al frente del partido del puño y la rosa hasta el Congreso Extraordinario de julio de 2014, en que cedió el testigo al hoy jefe del Ejecutivo Pedro Sánchez, tras los malos resultados en los comicios europeos de aquel año. Se hubiera ido antes, pero era tal su ascendente, que el entonces Rey Juan Carlos le había pedido que aguantase algunas semanas más al frente de su formación; hasta que el Monarca anunciara su abdicación el 26 de mayo de 2014.
Hasta esos últimos tres años, Alfredo, a secas, como en aquella campaña gustaba de hacerse llamar, había sido el mejor lugarteniente de la historia política de España, tal vez con permiso únicamente de Alfonso Guerra.
Muchos creyeron que sus aptitudes de liderazgo podrían ser útiles para ocupar las máximas responsabilidades… pero el empeño no salió bien. Perdió como digo ante Mariano Rajoy en 2011 y aún se mantuvo al frente del PSOE hasta 2014.
A partir de entonces, se dedicó a su gran pasión: su esposa y compañera durante toda su vida, Pilar Goya. Y a la Química Orgánica, materia de la que era catedrático y de la que volvió a dar clases en la Universidad Complutense. Rubalcaba no tenía hijos, aunque sí sobrinos, a los que cuidaba con mimo y ternura, dentro del escasísimo tiempo del que disponía. Y es que, tal vez, su auténtica Pasión, con mayúsculas, fuera en realidad la política… y el poder. A diferencia de otros ministros él sí vivía en la sede oficial del Ministerio (del Interior), en Castellana 5, y allí pasaba las 24 horas del día… siempre pendiente. No era infrecuente ante cualquier situación de crisis, en plena madrugada, verle bajar de las dependencias privadas del Ministerio a la planta principal, donde estaba su despacho. Poco amigo de la vida social y de dejarse ver en actos públicos, fuera de los estrictamente políticos, su castillo era su despacho. Desde allí mandaba y disponía, tejía y destejía mil estrategias de gobierno y de partido y mantenía su cerebro a pleno rendimiento, sin concederle un solo minuto de descanso. El pasado miércoles, esa privilegiada y sofisticada máquina, cansada sin duda después de toda una vida al servicio público, debió susurrar al oído de este cántabro de 67 años, en voz muy tenue, el mismo que empleaba su dueño al que nadie escuchó jamás levantar el tono: ‘No puedo más’… y casi en silencio, como a él le gustó trabajar toda su vida, se apagó para siempre.
Descanse en paz, don Alfredo. Descanse en paz un socialista cabal y un servidor de España.
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