LA SEMANA DE PASIÓN DE SÁNCHEZ: RELATOR,CAOS COMUNICATIVO Y LA DERECHA MOVILIZADA EN LA CALLE

LA SEMANA DE PASIÓN DE SÁNCHEZ: RELATOR, CAOS COMUNICATIVO Y LA DERECHA MOVILIZADA EN LAS CALLES.

Los siete días que han mediado entre el pasado lunes 4 de febrero y el domingo 10, con el doble chantaje al que ha sido sometido por un lado por los independentistas catalanes y por el otro por unas derechas ansiosas de poder que han eclosionado en la madrileña Plaza de Colón, han sido sin duda los más duros para el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, para su Ejecutivo, y de paso, para el PSOE. Una formación, cuyas heridas, como explicaré, no han cicatrizado, y que vuelve a verse convulsionado por los fantasmas que parecían haber quedado enterrados para siempre tras aquel aciago mes de octubre de 2016.

Vayamos por partes. Que el Gobierno, como parece la obligación de cualquier Gabinete serio y democrático que se precie, llevaba meses sin romper los puentes de diálogo con los nacionalistas e independentistas catalanes de Quim Torra y Pere Aragonés, del PdCAT y de ERC, era un secreto a voces. Que del buen fruto de esas conversaciones depende la aprobación de los Presupuestos Generales del Estado para 2019, puesto que la firma de Podemos se da por descontada, es conocido por todos. Una aprobación, la de las cuentas de la Nación, que es nuclear porque Pedro Sánchez no puede seguir manteniendo la prórroga un ejercicio más de las cuentas que le dejó el defenestrado Rajoy sin pensar seriamente en disolver las Cámaras. Todos, incluidos sus más cercanos, saben que no se puede gobernar a golpe de Decreto Ley hasta el verano de 2020, por mucho que el presidente haya insistido en que agotará la legislatura. Las cosas empezaron a torcerse cuando ERC -la parte más ‘sensata’ del secesionismo catalán- amenazó al ejecutivo socialista con una enmienda a la totalidad a esos PGE. 

Sánchez cuenta, como se sabe, con 176 escaños posibles… nada más. Y no puede permitirse una sola desafección. Fue la tarde en la que se dispararon las alarmas en La Moncloa y en los círculos del partido gobernante. Había que reaccionar, y hacerlo con la mayor celeridad.

Crisis terminológica, desastre comunicativo… y rebelión de la vieja guardia y los barones.

Todo se fue de las manos cuando una… ¿precipitada? Vicepresidenta, Carmen Calvo, anunció en los pasillos del Senado la incorporación de la figura de un ‘relator’, que no mediador, para ‘tomar nota’ del contenido de los acuerdos. La oposición de derechas, básicamente el PP, acababa de encontrar un filón al que no estaba dispuesto a renunciar.

Las siguientes 48 horas, hasta la rueda de prensa posterior al Consejo de Ministros del viernes, fueron de absoluto caos comunicativo. Primero era un ‘relator’, después se intentó denominar de otra forma… todo para evitar el temido término de ‘mediador’, que el propio ejecutivo sabía que era inaceptable en un país democrático y occidental como España: ‘¿Qué creen que es esto, Yemen?’, tronó la voz de Alfonso Guerra en el Congreso de los Diputados en un acto pensado en principio para presentar su libro, ‘La España en la que Creo’, que terminó siendo una exaltación constitucional y un clamor de la vieja guardia socialista contra la actual dirección de su partido. Al día siguiente, Felipe González, que sigue siendo un indiscutible referente moral para muchos socialistas, remarcaba: ‘No necesitamos ningún mediador’. La brecha quedaba de nuevo abierta. Los ‘barones’, Lambán, García Page y Fernández Vara, clamaban contra una actuación torpe que les deja a la intemperie preelectoral.

Días, en fin, de confusión, de mensajes poco claros o, abiertamente, contradictorios. De todo un modelo de cómo no hay que hacer las cosas en materia de gestión de crisis y de cómo trasladar a la opinión pública qué se va a hacer y en qué manera. El PP y Ciudadanos, en su lógica labor de oposición al gobierno, se frotaron las manos porque a la denuncia de una pretendida ‘bilateralidad’ que según ellos habría aceptado ‘de facto’ el gobierno se unía la de la opacidad; según la teoría de Casado y Rivera, el ejecutivo estaba negociando a espaldas del Parlamento, y lo que es peor, de la opinión pública. Y ni Sánchez, ni Calvo ni ninguno de los ministros restantes fue capaz de demostrar fehacientemente lo contrario. Ni siquiera Josep Borrell, sin duda el ministro más coherente y mejor equipado intelectualmente de este ejecutivo, que bastante tenía con ‘achicar balones’ fuera del área política y lidiar a la vez con una crisis no resuelta en Venezuela. 

El colofón de este desastre, cuyo responsable si es que lo hay es su ‘comandante en jefe’ -no vale echar ahora todas las culpas a Carmen Calvo y a su equipo- era la concentración convocada por el PP y Ciudadanos –a la que se unió también Vox- y en la que cristalizó en descontento de una opinión pública cansada y harta de enjuagues políticos y que no ve una solución real a sus problemas cotidianos sino constantes ‘patadas a la lata’ para ganar tiempo, a costa de cesiones a los nacionalistas catalanes -o así lo entiende parte de la opinión- a costa de mermar derechos y dinero al resto de comunidades.

¿Y ahora qué? Sánchez, en la encrucijada…

Es tiempo ahora de que el Gobierno tome buena nota de todo lo ocurrido, y extraiga lecciones de cara al futuro… si es que aún está a tiempo. El miércoles 13 de febrero, se descubren las cartas en el Congreso y será el día en el que los grupos presenten o no sus enmiendas a la totalidad contra los PGE. Si ERC y PdCAT mantienen las suyas, se acabó ‘de facto’ la legislatura y solo quedará en el horizonte una convocatoria electoral que podrá ser un ‘Superdomingo’, el 26 mayo, o retrasarse hasta octubre. Tanto da. La legislatura estará ya finiquitada y el PSOE y la izquierda deberán poner toda la carne en el asador si no quieren ser arrollados en las urnas. La conclusión positiva, para el PSOE, de la movilización de este domingo -tanto me da que hayan sido 45.000 o 200.000- será que moverá a mucho electorado de izquierdas, que estaba desanimado y confuso en una potencial abstención a votar para evitar un gobierno de derechas al estilo del andaluz. Pero se equivocarán los socialistas, Podemos y los independentistas ya sé que sí lo harán, si tratan de descalificar a las decenas de miles de personas que se concentraron en Colón tildándoles a todos por igual de fascistas o de ultraderechistas. Vengo repitiendo hace tiempo que la solución a los populismos, de un signo y de otro, no es descalificar a sus votantes sino ofrecerles proyectos alternativos realistas e ilusionantes. Ese deberá ser ahora el camino para Sánchez y los suyos. Si no, estará perdido. Veremos que ocurre en las próximas semanas porque el futuro, está por escribir. 

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