A poco menos ya de cuatro días para la celebración del Consejo de Ministros del próximo día 21 en Barcelona, la situación dista mucho de encarrilarse hacia la normalidad. Ya de por sí el hecho de que existan dudas acerca de la viabilidad de una reunión del órgano colegiado que encarna el poder Ejecutivo en una parte del territorio nacional, llámese Barcelona, Cuenca o la que fuere, es una completa anomalía democrática. Más lo es que para que llegue a buen puerto haya que destinar a aquel territorio … ¡9.000 policías! Amén de los correspondientes Mossos. Es sencillamente una locura.
Lo cierto es que el Gobierno lo ha fiado todo en los últimos días al éxito de esta foto. Y tengo para mí que es un riesgo grande. Si el Consejo se produce y lo hace con relativa normalidad, o mejor dicho, aunque lo haga, siempre va a quedar el regusto amargo de lo penoso que ha resultado el envite. Igual ocurrirá con la ‘foto’ entre Torra y Sánchez. De lo que hablen y discutan se hablará durante semanas y no satisfará ni a unos ni a otros; cada quien lo interpretará como una cesión intolerable. Aunque, obviamente, no se llegue a ningún acuerdo.
Así las cosas, fuentes de toda solvencia no ven descabellada la hipótesis de que el próximo viernes 28 de diciembre se anuncie la disolución de las Cámaras y el adelanto electoral para el próximo 24 de marzo. La estrategia es clara: el establecimiento inmediato de un cordón sanitario en torno a Vox, antes de que el fenómeno crezca más aún, dureza inusitada en las próximas semanas con el secesionismo catalán, del que -incluso desde sectores del propio Gobierno- se considera que ha llegado demasiado lejos y un serio intento de recuperar parte del electorado perdido en las últimas convocatorias, sobre todo por el lado de Ciudadanos.
Cuanto antes se convoquen, menos votos se perderán, presidente
Las últimas encuestas han encendido todas las luces de alarma en Ferraz y en el Palacio de La Moncloa. La irrupción de ‘Vox’, ha desconfigurado los dos bloques tradicionales de estos últimos años. El lunes 17, un sondeo publicado por ‘ABC’ daba la mayoría absoluta a la derecha, PP, C’s y ‘Vox’ con 182 escaños. Dejaba a los de Casado en ‘piel y huesos’, con 89 escaños, muy lejos de los 137 de 2016 y otorgaba a los de Rivera 74. Los 19 de ‘Vox’, expulsarían a una izquierda -PSOE- que, a pesar de ganar los comicios, con 104 escaños, no podría gobernar por el desplome de Podemos hasta un suelo difícil aún de atisbar pero que podría estar en los 38 parlamentarios.
Está claro que la mejor estrategia, la menos mala, para Pedro Sánchez, es disolver cuando antes… por incierto que parezca el resultado. Casi todos los expertos coinciden en que cada semana que pase, son miles de votos que el PSOE puede enviar a la abstención o a otras formaciones.
Dos expresidentes con disparidad de criterios
La situación pues, sino de emergencia nacional, es extraordinariamente grave para la izquierda y para España. Tan es así que, por razones bien distintas, dos expresidentes del Gobierno, tan distintos y distantes como Aznar y Zapatero han coincidido en los últimos días. Al menos, en lo esencial. Para el expresidente popular, es ‘indispensable una intervención a fondo de la autonomía catalana, sin límite de tiempo y en todas sus instituciones’. Y ello porque, en su opinión, en aquella comunidad, se vive ‘una situación insurreccional’. José María Aznar no ahorra tremendismos cuando califica a Cataluña de ‘comunidad fallida’. El problema es que Aznar no limita su tremendismo a la situación catalana, y responsabiliza de todos los males que padece en el momento presente la vida política española al presidente Pedro Sánchez: cree el expresidente que Sánchez es rehén de las fuerzas independentistas y que la culpa de la ‘kaleborrokización’ de Cataluña es, nada menos, que del actual responsable del PSOE e inquilino de la Moncloa.
Tengo más que reconocido, como saben los que me siguen, los grandes logros de Aznar en materia económica, en nuestro definitivo impulso de integración en Europa y, en clave interna, en la normalización de la derecha española, heredera en buena parte del franquismo hasta 1990 y que, a partir de esa fecha, sufrió una catarsis -o refundación- que enterró la vieja Alianza Popular y la convirtió en un moderno y plenamente democrático Partido Popular. Por ello, soy de los que creen, que Aznar estaría mejor callado. Fueron notables sus sombras, pero también destacables algunas de sus luces. No tiene necesidad de alimentar la ya de por sí crispada situación política y menos aún de tratar de volver a convertirse en una suerte de ‘timonel’ de la derecha hispana. Su tiempo, sencillamente, pasó.
Cual si viviera en un país distinto, otro expresidente, Rodríguez Zapatero, afirmaba tajante en las últimas horas que ‘intelectualmente no puede admitir que los independentistas son golpistas’. El mismísimo líder del PSOE que pronunció aquella histórica frase en noviembre de 2003, en un mitin en el Palau Sant Jordi ante Pasqual Maragall:’ Aceptaré cualquier Estatuto que salga del parlament de Catalunya’, anima a Pedro Sánchez a continuar la senda del diálogo con los de Torra… ¿diálogo acerca de qué? ¿De la autodeterminación? Parece un círculo vicioso endiablado, del que dudo que salgamos con carácter inmediato.