¿ARDE PARÍS?…¡ARDE EL MUNDO ENTERO!

¿ARDE PARÍS?… ¡ARDE EL MUNDO ENTERO!

Durante estos últimos días, me encuentro en los Estados Unidos para analizar el avance de la extrema derecha. Un neofascismo que, como un ‘tsunami’, ha ido tomando posiciones en los últimos años en 17 Asambleas Legislativas europeas, y amenaza con hacerlo pronto también en el Congreso español. La mayoría de los asombrados analistas políticos, y buena parte de la opinión pública en general, hemos convenido en denominarlos como ‘populismos’: esa ola de ‘enfado’ generalizado de unos ciudadanos que amenaza con seguir avanzando… ¡de forma imparable!

Todo empezó aquí, en los EEUU, hace tan solo dos años, con la llegada al poder del excéntrico Donald Trump. Un histriónico millonario, de maneras rudas y pensamiento no menos tosco, que supo canalizar el enfado de la gente para instalarse en La Casa Blanca con aquel exitoso lema: ‘America First’, en el que se concentraba todo su odio hacia los inmigrantes y sus recetas nacionalistas, esencialistas, autárquicas en lo económico, y sobre todo excluyentes. 

El ‘cabreo’ general es también el que ha inundado, con una ingente marea humana, las calles de toda Francia, París especialmente, en un movimiento bautizado ya como el de los ‘chalecos amarillos’, que claman contra el exbanquero de Rothschild y ‘oligarca’ -en su terminología- Macron. 

Macron, gana tiempo… pero solo eso

El presidente francés ha tenido, de momento, que hincar su rodilla en tierra y eliminar su proyectada subida del impuesto sobre el combustible diésel para 2019, la chispa que prendió la llama inicial de estas protestas. El balance no puede ser aún más que provisional: un muerto, más de dos centenares de heridos y setecientos detenidos ya… con ¡89.000 policías en las calles de toda Francia, 8.000 de ellos solo en París! Mareante.

Como en aquel mayo francés de 1968 -¡50 años ya!- estudiantes y trabajadores marchan unidos en esta batalla, y mucho me temo que la concesión de Macron servirá de muy poco. Francia es, desde hace años, un polvorín de descontento, de rabia feroz y de odio hacía las políticas de austeridad y desigualdad que han empobrecido a la clase media y han ensanchado de nuevo la brecha social y económica respecto al gran capital, al que Macron pertenece, como ya he dicho, y que amenaza con seguir aumentando.

Parece evidente que algunas viejas y manoseadas propuestas de la izquierda, como ese llamado impuesto sobre las grandes fortunas o una tasa que grave las transacciones financieras -la famosa ‘tasa Tobin- no serán ya suficientes, sin necesidad de entrar en explicaciones técnicas acerca de su comprobada ineficiencia, en un mundo en el que los grandes flujos de dinero se mueven con un ‘click’ de ratón, a la velocidad de la luz entre unos estados y otros.

Independientemente del número de manifestantes, creciente o decreciente por oleadas, lo que sí es un hecho es que su violencia y radicalidad crece día a día. No dudo de que, en este movimiento, pueda haber gente pacífica, pero existen de manera creciente grupos cada vez más violentos y revolucionarios. Me refiero a auténticos ‘profesionales’ del terrorismo urbano’, dando de nuevo corporeidad a un fenómeno también viejo y que ya hemos podido ver con especial crudeza en cumbres pasadas del ‘G-20’, algunas especialmente cruentas, como la de Génova.

Un ‘tsunami’ transversal y contagioso…

En España, en Cataluña, estamos viviendo también jornadas convulsas, con los autodenominados ‘CDR’ -Comités de Defensa de la República- según los independentistas y auténticos ‘filoterroristas’ callejeros según otros. Quédense con la versión que más les complazca. Hace unas horas, según leo en los digitales españoles, continuaban los cortes de carreteras y las barricadas incendiarias, mientras en algunas localidades pequeñas y medianas de la comunidad catalana han impuesto, directamente, la ley del más fuerte, la dictadura social del terror contra los no independentistas, que ven amenazadas sus vidas y haciendas, alentados por un Quim Torra que abandonó hace tiempo ya su posición institucional y les jaleó -recuerden la última ‘Diada’- a ‘apretar’. Así están las cosas, en estos días prenavideños de 2018.

No son fascistas ni comunistas… simplemente, ¡están hartos!

En los Champs Élysées, se han escuchado gritos de ‘Macron dimisión’ y de ‘el poder al pueblo’. La mala noticia para el presidente de Francia es que, según las últimas encuestas, un 72 por ciento de los franceses, apoya o comprende las reivindicaciones de los manifestantes. Y es obvio concluir que, en un segmento de población tan ingente, caben millones de franceses de izquierda o extrema izquierda y otros tantos devotos del Frente Nacional de Marine Le Pen… ¡Ay, Macron! ¡Ay, vieja política!

El movimiento de los chalecos amarillos empezó en las ciudades pequeñas, en urbes periféricas y en zonas rurales donde la mayoría de los trabajadores pertenecen a la clase obrera o a una clase media, de rentas cada vez más bajas y empobrecidas tras el estallido de Lehman, en 2008.

La mayor parte de estos ciudadanos, tienen su coche como único medio de trasporte para desplazarse a trabajar y para llevar sus hijos a los colegios. Son trabajadores que, a pesar de la mejora generalizada de las grandes cifras de la macroeconomía, tal y como pasa en España, no han superado ni mucho menos los recortes y han visto su poder adquisitivo en los últimos años disminuido de forma brutal.  Las grandes multinacionales han ganado más dinero… pero sus sueldos siguen siendo igual, o más bajos.

Lucha de clases

La lucha de los chalecos amarillos es una lucha de clases. Y lo curioso para algunos es que pueda ser apoyada igualmente por la extrema derecha que por la extrema izquierda. Las protestas de este fin de semana con saqueos, coches quemados, se han producido especialmente en el centro y en el oeste de Paris. Los barrios más acomodados. 

Emblemático y simbólico ha sido el ‘grafiti’ con el que se ha despertado el Arco del Triunfo: ‘Los chalecos amarillos triunfarán’. De frases parecidas se han llenado los escaparates de las tiendas de lujo, en una indisimulada voluntad de recrear aquellos históricos lemas del mayo francés de 1968: ‘La barricada cierra la calle, pero abre el camino’, ‘No es el hombre, es el mundo el que se ha vuelto anormal’, o ‘ El patriotismo es un egoísmo en masa’, por no hablar del celebérrimo: ‘La burguesía no tiene más placer que el de degradarlos a todos’.

Se equivocan, una vez más, los que consideren que estas protestas son solo la locura de unos cuantos violentos revolucionarios que quieren desestabilizar el sistema. Las reivindicaciones, ya lo he dicho más arriba, se consideran totalmente legitimas por siete de cada diez franceses.

Hablo de lo que conozco bien…

La mayoría de mi familia, por parte de mi madre, vive en Francia, entre París y Alsacia. Han conseguido tras largos años de trabajo y sacrificio, hacerse con una posición económica y social razonablemente buena. Sin embargo, observan estas protestas con preocupación, aunque también con la complacencia de quien sabe que no hay más remedio que salir a la calle. La conciencia de que el Estado ha robado a los ciudadanos durante años es difusa. Francia es el país europeo donde más impuestos se pagan, a la par tal vez con algunos nórdicos. La gente quiere que ese Estado, ‘garante’ y ‘protector’, les devuelva todo lo que han pagado para superar la crisis y mantener un sistema que les ha decepcionado… y que solo ha servido para engordar las cuentas de unos pocos. 

Los sindicatos, también agentes del ‘Sistema’

La mayoría de los franceses ha perdido la paciencia y las proclamas que incluso los líderes sindicales hacen estos últimos días para tranquilizar la gente, ya no sirven. 

Ellos también han decepcionado a casi todos… es decir, a todos los que no viven se pertenecer a sus ‘cupulas’, y son vistos como instrumentos manipulados en las manos de los poderosos.

La respuesta de las fuerzas del orden ha sido ordenada, a pesar del descontrol con el que se han encontrado. Claramente nadie pensaba que la situación iba a llegar a este punto, se han visto desbordados necesitando la ayuda del ejercito ante la impotencia policial. 

La imagen más bonita la de los policías quitándose el casco en una señal clara de simpatía hacía los manifestantes y de su intención pacifica recuerda a la de los soldados portugueses, durante la revolución de 1974 o la de los ‘ertzainas’, quitándose las capuchas en los momentos de mayor reacción tras el asesinato de Miguel Ángel Blanco, en 1997, con los manifestantes antinacionalistas y constitucionalistas.

Un momento histórico

La clase capitalista, los ricos en general, ven amenazado su ‘estatus quo’ y tienen el temor y la sensación de que estas protestas puedan ir a más. Es evidente. Pocos alcaldes tienen el valor de hablar en público y con los medios de comunicación, pero os puedo asegurar que en Francia, desde hace muchos años, no se vivía nada parecido. Me refiero a todo un ambiente pre-revolucionario, como muchos indican. En 1789 fue una subida de impuestos la que desencadenó la Revolución Francesa. Años antes, con el impuesto sobre el té, ocurrió lo mismo en las colonias norteamericanas.

No sé si Macron tiene alguna receta mágica para solucionar la situación sin perder la cara frente a todo el mundo empresarial y financiero que le ayudó a ser presidente, pero mucho me temo que su ‘reinado’ podría acercarse al ocaso. Los franceses están ya pidiendo ‘su cabeza’ a gritos. Desde Buenos Aires,  donde participaba en el G20, el aludido ha amenazado con declarar el estado de emergencia nacional y ha dicho que no toleraría más violencia en las calles. Ha querido distinguir los violentos de los que han salido a protestar pacíficamente. El Ministro de Interior ha responsabilizado de lo ocurrido a grupos de ‘extrema derecha’ y ‘extrema izquierda’. Decía Frederic Engels que la lucha de clases se acomete siempre hasta el fondo. Si así fuera, lo que está pasando en Francia, tiene pinta de llevarse por delante al actual gobierno, con un impacto brutal en la política francesa y europea en los próximos meses. Desligar la que yo llamo ya ‘revolución de los chalecos amarillos’ del avance de la extrema derecha en toda Europa y en Brasil, y del populismo a nivel mundial, es un gran error. Es un error pensar que una sociedad donde el 1% de la población acumula el 82% de la riqueza global pueda aguantar mucho tiempo este sistema fallido sin que la gente explote.

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