La exhumación de los restos de Franco; una decisión necesaria… e incómoda.
Apenas había doblado los 11 años cuando Franco expiró. Aquel dictador, que sorprendentemente murió en la cama y que, tras el triunfo de la evocadora ‘Revolución de los Claveles’ portuguesa, constituía la última rémora del pasado en una Europa moderna que quería -toda ella- mirar al futuro en paz y en libertad.Recuerdo bien como recibí la noticia de su muerte; en el colegio, con aquel añorado y nunca olvidado profesor de letras celebrando la muerte de un dictador y explicándonos las razones por las cuales, todos los ciudadanos de bien, debíamos estar contentos.Sí… nunca he olvidado aquel día. Nuestro profesor estaba contento… nosotros, aún niños inocentes, también. La libertad y la democracia se abrían paso en un rincón más de la vieja Europa.A la misma hora, en casa de mi abuelo, comunista luchador y empedernido, se brindaba con ‘limoncello’. Aquello es pasado.
Hoy, casi medio siglo después, me veo jamás lo hubiera sospechado, condenado a comentar un día sí y otro también, la decisión del Gobierno que preside Pedro Sánchez de expulsar del ‘Valle de los Caídos’ la momia del dictador. Debo aclarar, de entrada, que no es mi objetivo posicionarme ideológicamente en torno a esta delicadísima polémica. Como analista profesional y como experto en liderazgo y comunicación política no suelo hacerlo jamás. Menos aún sobre asuntos como el presente, que han llegado a polarizar de una forma tan extrema a la opinión pública española.
No está en mi ánimo, por tanto, ni criticar esta decisión ni enjuiciar el fondo de la misma. Tampoco lo está el cargar las tintas, más allá de lo democráticamente obvio, contra esa legión de extremistas surgidos no sé sabe muy bien de dónde -algunos de ellos de una sorprendente corta edad- que pasean estos días símbolos preconstitucionales y abiertamente fascistas o peregrinan a Cuelgamuros. Tengo dicho ya públicamente, en distintos medios, que la pervivencia de un mausoleo como este del Valle de los Caídos con los restos del dictador y la carga simbólica y el lastre que ello supone, es un absoluto anacronismo histórico. No concibo la existencia, ni en Italia ni en Alemania, de un monumento al genocidio nazi o al fascismo mussoliniano. Por tanto, no puedo dejar de aplaudir el que España se libere de una maldita vez de esta terrible lacra y se alinee con muchos otros Estados que han padecido bajo el horror de un régimen dictatorial.
Sentado lo anterior, debo decir también que la forma en la que el Gobierno ha procedido en todo este lío ha sido algo… apresurada, poco sutil y en cierto modo atropellada. Torpe, si se me permite el término por las consecuencias que puede tener aunque es evidente que a nivel políticos el PSOE sin duda saca buena renta con esta decisión.
Resucitar a un fantasma… muerto hace décadas
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En España, la extrema derecha era algo completamente residual desde 1982. Aquel año, con el triunfo electoral de Felipe González y el acceso del PSOE al poder tras cuarenta años de dictadura que finiquitaron en 1975 con la muerte del dictador, se cerró definitivamente la Transición y se normalizó la convivencia social y política que había sido brutalmente alterada por el golpe militar de 1936 y la posterior Guerra Civil. Puede decirse, sin ambages, que se había alcanzado la plena reconciliación en España, aunque a algunos sectores de la izquierda más extrema les hubiera gustado una solución rupturista en vez de una transformadora.
El noventa y tantos por ciento de nostálgicos de un régimen, ya periclitado, quedaron subsumidos en la Alianza Popular de Fraga y en el posterior proyecto político de José María Aznar tras la refundación de 1990, que dio paso al Partido Popular. A día de hoy, solo quedan rescoldos residuales en Vox, una minúscula fuerza política que en las últimas Elecciones Generales no pasó de los cincuenta mil votos. El Partido Animalista, por evidenciar de qué estamos hablando exactamente, ¡obtuvo más de trescientos mil!…
Si unimos las distintas facciones de la vetusta Falange, hablamos de decenas de miles de personas que en ningún caso representan ya nada más que el recuerdo de una trasnochada y carpetovetónica nostalgia histórica.
Precipitación sí y pero NO falta de cálculo
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Digo todo esto porque el decreto del Ejecutivo de Sánchez, ha encendido los ánimos de un sector no desdeñable de la sociedad española que ha interpretado lo que la vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo, definió como una mirada al futuro… de una manera bien distinta: como un revanchismo histórico de los hijos, o más bien los nietos, de unos españoles que en muchos casos no pertenecían a la izquierda histórica y que lejos de exiliarse, vivieron de la política social que puso en marcha el dictador a partir de los años sesenta… con la ayuda de los Estados Unidos, todo hay que decirlo. Una política económica a la que los distintos gobiernos franquistas pudieron dedicarse gracias a la inexistencia de una oposición interior, real y articulada, a diferencia de otras dictaduras como la portuguesa de Salazar, la cubana de Fulgencio Batista, la nicaragüense de Anastasio Somoza, o las revueltas populares contra Moscú de Hungría o Checoslovaquia. Aunque es de justicia reconocer que buena parte de aquella posible oposición al Régimen de Franco se ‘soterró’, por utilizar un término suave, con la ayuda norteamericana. Es sabido que la socialdemocracia fue un invento de los EEUU tras el final de la Segunda Guerra Mundial y que sirvió para evitar la extensión del temido comunismo hasta el sur de Europa. Pruebas hay en gran cantidad. Desde los intentos de abortar el ‘Compromiso Histórico’ italiano con el asesinato de Aldo Moro, que fue atribuido en exclusiva a las Brigadas Rojas hasta el del presidente del Gobierno español, el almirante Luís Carrero Blanco a manos de ETA (¿con ayuda externa?) a escasos 500 metros de la embajada norteamericana, en la madrileña calle de Claudio Coello.
Como italiano, vivo con horror lo que está pasando en Italia, y el tener un partido de extrema derecha, la LEGA, en el Gobierno. No hace falta, a la luz de la actualidad de estas últimas semanas, que abunde en las razones de mis miedos y en el porqué de mi lucha contra las decisiones de Salvini en materia de inmigración o de políticas LGTBI, por citar solo dos.
Mi duda, aquí y ahora, está en si las formas usadas para exhumar Franco no van a alimentar cierta crecida de la extrema derecha, también en España, algo que necesitamos combatir con todas las fuerzas.
Un lío, también legal
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No son menores los problemas de índole jurídica que se suscitan; la necesidad de ‘forzar’ los acuerdos de 1979 con un Estado soberano, el Vaticano, porque las autoridades civiles no pueden entrar a su arbitrio ‘en suelo sagrado’ sin permiso eclesiástico. O el papel de la familia, que litigará contra el Gobierno. Por no hablar de propuestas hechas desde fuerzas situadas a la izquierda del PSOE que piden abiertamente una revisión, no ya de la Amnistía de 1977, sino de muchas sentencias del régimen anterior que, por fascistas y antidemocráticas que resulten, respondían al andamiaje legal de la época y que de anularse generarían un precedente de inseguridad jurídica que al Reino de España le saldría caro internacionalmente.
Y eso no es una mera foto, por encima de esa imagen progresista y democrática que se quiere ofrecer, sino la vida real. Por no hablar del cisma que se empieza a generar en el Ejército entre unos militares -hablo de jefes y oficiales- que ya no son franquistas, porque por edad no pueden serlo, pero que han recibido de manera desigual la decisión gubernamental. Hago notar el ingente esfuerzo que tuvieron que desplegar a partir de 1982 el presidente Felipe González y sus ministros de la época, sobre todo Narcís Serra, para ‘pacificar’ y normalizar a las Fuerzas Armadas de aquella convulsa época, pocos meses después de la intentona golpista del 23-F. Peligro pequeño pero real.
Mirar hacia adelante… romper el retrovisor
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Mejor le hubiera ido a este país que el Gobierno hubiera tenido la picardía -y el sentido de Estado- de buscar un gran acuerdo con las fuerzas políticas. Que Sánchez hubiera trabajado por un auténtico Pacto de Estado, en el que pudiera haberse llegado al consenso más amplio posible para buscar la solución adecuada.
Con el decreto aprobado el viernes 24 de agosto, tal vez consiga el aplauso de buena parte de la opinión, y el entusiasmo de sus propias bases, además de Podemos y las fuerzas nacional-independentistas. Pero a costa de irritar a otra parte no desdeñable de la ciudadanía, ni mucho menos franquista, pero que ve con preocupación como en una democracia consolidada como la española, el actual Ejecutivo se conduce con unos modos que, sin ser autoritarios, no parecen demostrar la altura de miras exigible, la ‘finezza’ necesaria y, sobre todo, la superación de unas formas que se hartaron de criticar durante los siete años de mandato de Mariano Rajoy.
Dicho lo cual, estoy deseando ver de una vez los restos de Franco en un lugar digno, donde puedan rezarle su familia y quienes quieran… sin temor ya, por fin, al impacto político que pueda tener la decisión final, sea cual sea.