El poco edificante espectáculo al que hemos asistido en los últimos días -y que aún no se ha resuelto- en torno al nombramiento de la nueva cúpula de RTVE y de su presidente o presidenta, merece una atención preferente por cuanto me atrevo a decir que está siendo la primera crisis política seria a la que se enfrenta el Gobierno de Pedro Sánchez en estas primeras semanas de mandato, superior desde luego a episodios desafortunados como el de Màxim Huerta o las chanzas sobre sus virales sesiones de fotos.
Tras lo vivido estos días, es evidente que existe una notable equivocación en España sobre cuál debe ser el papel de los medios de comunicación públicos y, sobre todo, el de RTVE. Es evidente que, en los últimos años, se ha despreciado hasta límites difícilmente asumibles para un profesional de la comunicación política un argumento capital: el de que el uso y el abuso de la radio y de la televisión oficiales como mero instrumento de propaganda condena su papel a la irrelevancia más absoluta. Más en un mundo dominado hace años por una multiplicidad de canales informativos -digitales, redes sociales- que relativizan más que nunca el peso de los otrora todopoderosos ‘telediarios’ de TVE. ¿O acaso no saben a estas alturas nuestros políticos que, encontrar un ciudadano de menos de 35 años que se informe por esta vía, es prácticamente imposible?
Siendo esto así, es difícilmente entendible el empeño, propio de otras épocas, por controlar o ‘apoderarse’ del aparato mediático ‘gubernamental’. Constituye, además de una falta de respeto a los casi 6.700 trabajadores de RTVE, un espectáculo bochornoso en términos democráticos. Que una profesional del periodismo, respetada y con una trayectoria intachable como Ana Pardo de Vera, tenga que denunciar en un medio público -Twitter- en qué forma su nombre es consensuado -e instrumentalizado- por unos líderes políticos, a espaldas del Parlamento y del procedimiento pactado según el cual el nombre del futuro presidente o presidenta de la Corporación saldría de un concurso, dice muy poco de la voluntad de regeneración y de cambio que, también en esta materia, los nuevos líderes afirmaban tener en mente. Espero que, algún día, los políticos entiendan que la radio y la televisión públicas deben ser del Parlamento… y no del Gobierno de turno.
Si todo esto no se ve, es complicado avanzar en un desarrollo más detallado de lo que debe ser un nuevo modelo; una nueva ‘hoja de ruta’ en la que esté meridianamente claro que la progresión en la que habrían de incidir los nuevos responsables -y los que vengan- del antiguo ente público, debería venir de la mano de productos de éxito, virales y con millones de espectadores, como OT por ejemplo, en vez de prestar tanta atención a los que, hasta no hace tantas décadas, se conocía como noticiarios y cuya concepción ha variado más bien poco si tenemos en cuenta la evolución sufrida por otras realidades de la vida política, económica, social, digital… y también mediática.
Existen modelos en Europa; no hay más que atender a ellos
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Si nuestros políticos -y hablo de todos, en general- tuvieran a bien dejarse asesorar por los expertos, sabrían que en países como Gran Bretaña, la BBC -cuyo prestigio nadie se atreverá a poner en duda- no se caracteriza precisamente por su sintonía gubernamental sino más bien por lo contrario. Y no es que la televisión pública británica, o la francesa, o la alemana, o la RAI en mi país, no sufran presiones… ¡claro que las sufren! Pero tanto sus mecanismos de defensa como la protección política a su independencia están ya tan engranados que es, casi imposible, que puedan convertirse en televisiones del gobierno ‘de turno’. Algo que, como es natural, las hace mucho más creíbles e influyentes. Y ello a pesar de que, tanto la BBC como la ARD alemana, triplican en número de profesionales a RTVE y sextuplican su presupuesto. Pero el desfase es más sangrante si completamos el cuadro apuntando que la caída en la financiación del antiguo ente público desde 2012 fue acompañada de un descenso, lento pero sostenido, de audiencia y de influencia. Sí… definitivamente, algo se ha hecho mal en el caso español y, lo que es peor, no parece tener visos de solución.
La digitalización: oportunidades y riesgos
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A pesar de todo lo expuesto, sigo pensando que la televisión pública es clave para el desarrollo de un país y de su democracia. Me atrevo a decir que es más determinante que nunca en la era digital. Primero para garantizar que la producción informativa en todos los medios responda a intereses sociales, culturales y educativos, no solo a lógicas de mercado y comerciales.
La digitalización representa una inmensa oportunidad para el desarrollo de la comunicación y de la sociedad, pero también nos enfrenta a graves desequilibrios y riesgos de de concentración. Para que los desequilibrios no acaben matando el servicio público, es necesaria una regulación rigurosa de los sistemas de comunicación públicos y privados. Lo público y lo privado deben convivir armónicamente, cada uno en el ámbito de su espacio propio, y trabajar en pro de unos retos muy claros…también en el universo de los medios de comunicación.
Ojalá pronto podamos celebrar un nuevo consejo de RTVE que recupere el prestigio perdido.