ITALIA NO ES XENÓFOBA. LOS ITALIANOS, NO SOMOS RACISTAS
Están siendo días muy duros para mí. Como emigrante y de familia de emigrantes lo que ha pasado en los últimos días con el barco Aquarius me duele, me indigna, me avergüenza. No consumiré excesivas líneas en explicar lo obvio: que la posición del Gobierno italiano es inaceptable, que las declaraciones del vicepresidente y ministro de interior de mi país, Matteo Salvini, me han abochornado como italiano y como europeo y que no se puede dejar morir de hambre y sed como a perros, en alta mar, a 629 seres humanos, 123 de ellos menores no acompañados que están en una situación de franca desesperación cruzando el mediterráneo, mar que de cuna de las civilizaciones se ha convertido desde hace años en un auténtico cementerio. Por ello, como la mayoría de los ciudadanos de bien, aplaudo la valiente decisión del Presidente de Gobierno Pedro Sánchez y Josep Borrell de dar un paso al frente y acoger a estas personas. Después, ya veremos como se resuelve su alojamiento y ubicación, su asistencia sanitaria, la escolarización de los menores y, en fin, toda la suerte de problemas legales y administrativos que para estas personas conlleva su actual situación, sin trabajo, sin papeles de residencia y sin dinero ni pertenencias que les den una mínima seguridad vital. Pero lo primero, insisto, es salvarles la vida. Como ha dicho, en expresión certera aunque tremenda a la vez, el ministro español de Asuntos Exteriores, Josep Borrell: ‘Estos, por lo menos, no se van a ahogar’.
Italia no es xenófoba. Los italianos, no somos racistas
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Me interesa, sentado todo lo anterior, fijar algunas cuestiones respecto a mi país y a su sentimiento con respecto a los inmigrantes. Italia no es un país racista, como todo el mundo sabe, y los italianos tampoco lo somos. Ni mucho menos xenófobos. Sería un comportamiento absurdo en un país cuya historia está ‘veteada’ por la inmigración… en una tierra cuyos habitantes conocen históricamente la dureza y la tristeza del exilio; de la necesidad de tener que emigrar a otra tierra, en muchos casos muy lejana, al otro lado del océano, porque en la suya no había, ni pan ni trabajo para todos. Creo que los españoles pueden entender muy bien estas palabras puesto que, también su historia reciente, está marcada por este drama. Y digo drama porque, así como buscar nuevos horizontes lejos de tu tierra puede ser maravilloso, cuando lo eliges libremente, puede convertirse en pesadilla si son las circunstancias las que te lo imponen.
Los italianos no son racistas, claro que no… son gente, SOMOS, abierta y franca, cálida, de sonrisa fácil, apretón de manos y puertas abiertas. A pesar de tener gobiernos tan desafortunados como este que acaba de estrenarse entre la ‘Lega’ y ‘Cinque Stelle’. Pero nuestra particular ubicación geográfica -idéntico caso al de Grecia- como puerta de entrada al norte de África y, por tanto, doble frontera -la propia y la de toda la UE- coloca al país transalpino en una posición endiablada: la de un incómodo ‘portero’ entre dos continentes que necesita la ayuda del ente al que pertenece, esa Unión Europea, que tanto se queja en ocasiones pero que no arrima su hombro en la resolución de un problema que es tan suyo como de los italianos o los griegos.
Pasividad y egoísmo de la Unión Europea
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Ya durante el pasado verano, el anterior gobierno, denunció como insostenible una situación que propiciaba que, por ejemplo, a finales de junio y en tan solo 48 horas llegaran de golpe doce mil inmigrantes. Aquel Ejecutivo, en el límite de la desesperación, llegó a poner a disposición de los inmigrantes…¡hasta 200.000 camas!. Todas fueron ocupadas en pocos días. Aún recuerdo las palabras de un casi desbordado primer ministro, Paolo Gentiloni, amenazando con bloquear la entrada a puerto de cualquier buque humanitario que no llevara bandera italiana y denunciando el egoísmo de algunos estados, sobre todo del norte, de la Unión que ‘miraban para otro lado’ mientras criticaban con mordacidad la supuesta negligencia y ‘pasividad’ de los países del sur, como Italia, Grecia o España. Italia es un país para el que dar la bienvenida a los migrantes es una prioridad pero, como le decía por aquellos días Mattarella al canadiense Trudeau: ‘Incluso un país grande y abierto como el nuestro no puede hacerlo sin ayuda’.
Hasta tal punto es evidente que esta ayuda es necesaria que, los datos son mejores aliados que las opiniones, durante el último trimestre del pasado 2017, el ‘Aquarius’ de ‘Médicos Sin Fronteras’ rescató a 3.600 personas, dos mil menos que en el mismo período del año anterior. La causa fue la financiación Europea para que Libia frenara la salida masiva de personas desde sus costas. No me cansaré de repetir que, la ayuda en origen a los países de los que parten estos desdichados y la lucha sin cuartel contra las mafias son la única vía para atajar un fenómeno que, de seguir por este camino, amenaza la paz y la seguridad en Europa para las próximas décadas. Aparte, claro está, de constituir un escandaloso insulto para todos aquellos estados que se reclaman como modernos, democráticos y civilizados pero que no mueven un dedo en algunos casos para evitar que seres humanos vecinos perezcan a sus puertas de hambre y de sed mientras ellos viven en la opulencia.