‘MASTERGATE’ Y ESTUDIANTES ATROPELLADOS

‘MASTERGATE’ Y ESTUDIANTES ATROPELLADOS

El ‘affaire Cifuentes’, que algunos quieren convertir en el ‘caso Universidad Rey Juan Carlos’ y que yo he preferido bautizar como ‘Mástergate’, tal y como me temía, se va endiablando por días. Ocurre siempre que estalla un escándalo en política. Cuando no se adoptan soluciones quirúrgicas en los primeros instantes, todas las circunstancias que rodean al suceso tienden a empeorar. El paso del tiempo NUNCA mejora los entuertos. Ni consigue que la ciudadanía se olvide de ellos. En España, la memoria reciente nos devuelve las peripecias del exministro José Manuel Soria, o del expresidente de Murcia… o de tantos y tantos en los que, una inicial mala estrategia de comunicación, una pésima gestión de la crisis y un empecinamiento -casi infantil- en ‘sostenella y no enmendalla’, ha acabado por producir desperfectos mayores que los que hubiera habido que lamentar si las decisiones oportunas se hubieran tomado pronto y bien.

 

 

La mentira, ¡ay, la mentira!… o la percepción de la misma
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En el último de los desaguisados que nos ocupa, el de la presidenta madrileña, quien más quien menos es consciente de que lo que indigna a la opinión pública, no es si Cifuentes cursó o no el ‘Máster’, si lo ‘compró’, si se lo ofrecieron o tal vez lo encargó ‘ad hoc’. Ya veremos porque todo está por aclarar. Lo que cabrea al personal es la percepción de la mentira; de que el responsable público no ha dicho la verdad, ergo o se está cachondeando de los que le han votado -y por supuesto de los que no lo hicieron- o, como mínimo, les está faltando al respeto.

La sucesora de Ignacio González sostuvo y mantuvo, durante los primeros capítulos del culebrón, que el 12 de junio de 2012 estuvo, en carne mortal, en el campus de la URJC ‘defendiendo-en-persona-personalmente’ su famoso ‘Máster’ o postgrado o lo que fuera… si es que lo fue. Se mostró incapaz, eso sí, de precisar detalles, más allá de que tenía enfrente a tres docentes;  ¿no recuerda si eran mujeres las tres, si se trató de un tribunal mixto, tal vez el nombre de alguno-alguna de los tres, cómo era la sala, si se trataba de un aula o un salón de actos, si tal vez había más alumnos o estaba ella sola?… no sé, algo… hace seis años, no una eternidad.

Con el paso de las semanas hemos ido escuchando a una de las presuntas profesoras -a las que el director de lo que va pareciendo un feo contubernio llama, despectivamente, ‘mis discípulas’, decir que ella no estaba allí aquel día, ni la firma que aparece estampada en un documento ¿oficial? era la suya… mal asunto. Peor cuando don Enrique Álvarez Conde, ya suspendido cautelarmente por el rector, va y le confiesa a Carlos Alsina en Onda Cero que solo habló con Cifuentes una vez y que recibía sus trabajos…¿por fax, por mail, por paloma mensajera…? y que se los iba corrigiendo y tal… pero que el trabajo final…¡no lo llegó a ver nunca! ¿Cabe mayor desfachatez?

 

 

Una oscuridad que atropella a los estudiantes, víctimas inocentes
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Vuelvo al hilo inicial. Por favor, que la Fiscalía actúe cuanto antes. Que la Universidad, investigue hasta el final. Caiga quien caiga. Que se haga la luz. Y que el prestigio de una institución respetada y respetable, como la Rey Juan Carlos, no se vea empañada por la acción de dos o tres – o los que sean – docentes sin escrúpulos que, con métodos mafiosos y clientelares, han hecho, presuntamente, negocio ‘vendiendo’ títulos ( la Justicia lo determinará) machacando a decenas de miles de alumnos que, cada año, se dejan la piel para sacar adelante sus asignaturas y sus grados con el mayor aprovechamiento posible. Que estos estudiantes no sean atropellados, como si fueran ‘carne de tercera’, por una guerra política en la que no pasan de ser ‘daños colaterales’. No lo merecen. Que nadie tenga ni media duda de que este no es ‘el caso URJC’ sino el caso – insisto, la Justicia lo dirá – de unos tipos que jamás debieron pisar un aula ni impartir docencia. De momento, se están defendiendo y bien, en mi opinión, con campañas en redes bajo la etiqueta  ‘·somosURJC’ en la que gritan, con toda rotundidad: ‘El mío sí vale’. ¡Bien por ellos!

 

 

Un terremoto de consecuencias… aún imprevisibles
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Las réplicas de este ‘tsunami político’ que en un principio no lo parecía amenazan con llevarse por delante, no ya la carrera de doña Cristina, que esto parece bastante claro, sino la hegemonía del PP en la Comunidad de Madrid, indiscutida desde hace décadas y otro jirón más del prestigio de un Gobierno, el de Rajoy, que nos salvó de la intervención y el rescate en 2012 y enderezó una angustiosa situación económica.

Una de las peores cosas en política es ignorar la realidad y no ser consciente de la propia situación, cuando esta es de franca debilidad. El PP ha delineado en los últimos días una depurada teoría en función de la cual, quien va a salir más desgastado de la actual crisis es el grupo parlamentario de Ciudadanos en la Asamblea de Madrid por su apoyo – o puesta de perfil – a la Moción de Censura de PSOE y Podemos. Puede que al PP le convenga, lo he repetido ya, pasar un año a la oposición y dejar que sean sus oponentes, con Ángel Gabilondo a la cabeza, quienes se desgasten. Puede. Pero es risible tratar de endosar una impedimenta a otros cuando la principal la lleva uno encima. Sencillamente porque no cuela; es muy difícil hacer tragar al grueso de la tropa – sean de la devoción política que sean – que aquí y ahora, quienes tienen un problema son los de Ignacio Aguado que deben definirse… o los socialistas madrileños acompañados de Podemos porque también cuentan con sus propios ‘cadáveres’ en sus respectivos armarios.

Si alguien tiene ahora un lío como gusta de decir el presidente del Gobierno, y de tamaño XXL, es Cristina Cifuentes. Y su empecinamiento en mantener su pulso a la dirección de su partido y a su presidente, Mariano Rajoy, le puede costar muy caro a la formación a la que ha consagrado tantas décadas de esfuerzo y trabajo. Esto es algo que, ni Cifuentes ni sus colaboradores más directos deberían relativizar. La política es también la grandeza de reconocer cuando debe darse un paso atrás, y no solo al frente. Y yo, que siempre he tenido a la actual presidenta por una gran líder, estoy seguro de que más pronto que tarde acabará por interiorizar esta reflexión.

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