‘SITO’MIÑANCO, EL ÚLTIMO PADRINO

 

Repaso durante estos días las últimas informaciones acerca de la detención del mítico narcotraficante gallego ‘Sito Miñanco’, y no puedo evitar una mezcla de sentimientos entre la repugnancia pero a la vez una cierta curiosidad -desde el punto de vista sociológico, entiéndaseme- por el fenómeno del narcotráfico en Galicia. Por su historia, su evolución y sus fases a lo largo de las últimas décadas y por los nexos comunes que le asocian a otro fenómeno tristemente bien conocido: el de la mafia italiana.

 

Del contrabando al narcotráfico… de la subsistencia a la delincuencia de altos vuelos
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Galicia es tierra fronteriza y, como tal, proclive a este tipo de fenómenos. Por no ir más lejos, aunque podríamos remontarnos incluso al siglo XIX, el contrabando fue cobrando importancia ya desde el primer franquismo, donde la dureza de las condiciones económicas de un país arrasado tras una guerra civil, o por ser más precisos, la absoluta miseria en la que se vivía en zonas como aquella, forzaban, por pura necesidad de subsistencia, al tráfico con todo tipo de mercaderías, ya fueran de primera necesidad o de lo que en la época podía considerarse como un lujo: aceite, café, relojes y mecheros para los hombres, medias para loas mujeres… lo que fuera. Determinados alcoholes,
y tabaco, por supuesto…

Ya en los años sesenta pero,sobre todo, a lo largo de los setenta e incluso bien entrados los ochenta, se vivió un auténtico auge del contrabando de tabaco. Fue la época del rubio
americano ‘de batea’, así llamado porque los cartones de este producto se almacenaban durante muchos meses escondidos en sacos bajo las bateas donde se mantenía el mejillón de las rías gallegas. Nunca he sido fumador pero me dicen los que sí han practicado tal deporte que aquel tabaco era conocido por su sequedad, producto del tiempo que pasaba almacenado, que ‘rascaba’ la garganta… y que era mucho peor que el que podía encontrarse legalmente en los estancos. A pesar de ello era frecuente verlo sobre las mesas ( con su inconfundible sello azul ) de los restaurantes de cierta élite, cuando en las sobremesas se fumaba, porque era mucho más barato, si sabías a quien encargarlo, claro… y porque daba un cierto toque de estúpida distinción a quien lo fumaba: ‘Es rubio americano’, se decía… ‘me lo traen de La Coruña’.

Con el tiempo, era inevitable, los traficantes de la época descubrieron que, creadas las rutas y asumiendo el mismo riesgo, era diez veces más rentable traer del otro lado del océano cocaína, el hachís siempre fue un producto ‘menor’ y más propio del sur, que tabaco. Y a ello se pusieron. Fueron los años de máximo esplendor social de los Oubiña, o del llamado ‘clan de los Charlines’, o del propio Miñanco. Gentes de extracción sencilla, de aldea, como muchos mafiosos calabreses, napolitanos o sicilianos, a los que su audacia, su talento natural para granjearse voluntades y su desmedido afán de lucro, llevaron a convertirse en grandes ‘capos’ de la droga. Eran queridos y admirados porque, aunque traficaban con muerte y se enriquecieron con ella, repartían lo que les sobraba entre unos paisanos con grandes carencias económicas y a los que a cambio exigían, todo muy parecido también al estilo mafioso, obediencia ciega.

 

Paradigmas; de amados a temidos… de temidos, a odiados
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Alfonso, ‘Sito’ Miñanco, fue un paradigma. Era, como los demás, un hombre de pueblo que comenzó a labrarse un futuro desde su adolescencia como piloto de planeadoras. Miñanco, como es sabido, no es su nombre real, sino un apodo proveniente de su habilidad como conductor de este tipo de lanchas rápidas, su primer oficio. El Miñanco, en gallego, es un ave -algo parecida a un albatros- que planea cerca de la costa a gran velocidad. ‘Sito’, tenía una doble habilidad que le convirtió en mítico ya desde una edad muy temprana, antes siquiera de cumplir los dieciocho años: la primera que era capaz de sortear las rocas de la escarpada costa gallega mucho más deprisa que las embarcaciones de la Guardia Civil que le perseguían inútilmente y la segunda que podía hacerlo incluso… ¡de noche y sin luces! Darle caza era misión imposible para los agentes de la ley que disponían de embarcaciones menos potentes y sofisticadas que las carísimas planeadoras utilizadas por los narcos.

Con el tiempo, Sito, se convirtió en traficante. Y en benefactor social. Llegó a ser presidente del equipo local, el Cambados, al que gracias a inyecciones de dinero constantes, impensables para un club de pueblo de la época, llevó a escalar hasta la segunda división ‘B’ del fútbol español. Cuentan que Sito gustaba del trato directo con la gente; que era capaz de entrar en la casa de una familia sin apenas recursos, con un ‘neno’ pequeño muy enfermo, y depositar en el bolsillo del padre una cantidad dinero en efectivo que para él resultaba irrisoria pero para aquel lugareño constituía  una pequeña fortuna:

-‘Toma, para medicinas para tu rapaz’.
– Pero Sito… ¡son ‘moitos cartos’!… Eu non podo…
– Da igual… xa che pediré alguna cousiña…

Por supuesto, ‘Sito’ no volvía por allí jamás, pero alguien, dos o tres meses después, sí que lo hacía. Y pedía a nuestro cambadés que estuviera, por ejemplo, a las doce de la noche en tal o cual playa, porque había ‘una descarga’. Y allí se juntaban unos cuantos que a la luz de la luna portaban grandes fardos, de una mercancía que no sabían ni querían saber en qué consistía, de la lancha al camión. En aquellas aldeas, la palabra ‘droga’ no se podía ni pronunciar. Era un vocablo prohibido. Funcionaba la ‘omertá’, la ‘ley del silencio’. Y ya se sabe; lo que no se nombra, no existe… ¿o sí?

 

Auge y caída
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A principios de los noventa, la droga comienza a hacer estragos entre los jóvenes gallegos. Son hijos del pueblo a los que una sobredosis se va llevando por delante. Y de repente, casi de forma espontánea, comienzan a surgir asociaciones de madres coraje por doquier, madres contra la droga, ‘Érguete’, mujeres coraje lideradas por heroínas como Carmen Avendaño que, jugándose la vida, se manifestaban frente a los pazos de los narcos. Se había roto el velo de silencio y los otrora benefactores ya no eran ni queridos, ni temidos, ni respetados… eran odiados. El pueblo, había bajado el dedo. Ya en 1990 el juez Baltasar Garzón había dirigido la mítica ‘Operación Nécora’, que golpeó con mazo de hierro la columna vertebral de aquellas organizaciones y envió a algunos de sus ‘capos’ a presidio, Miñanco entre ellos, para muchos años. Después vinieron muchos más golpes a cargo de la Justicia y el Estado de Derecho. El crimen no descansa, pero los garantes del cumplimiento de la ley, tampoco.

En cierta ocasión alguien me dijo, juez por más señas y ya retirado hace muchos años, que si en Italia no hubiera existido la mafia o en Galicia los clanes del narcotráfico, hubiera habido que ‘inventarlos’ porque llegaban ‘adonde-el-estado-nunca-llegaba’. Se refería a esa suerte de ‘beneficencia social’. Beneficencia a cambio de muerte. La conclusión era, entre cínica y estúpida, por ramplona y algo demagógica. Aunque tal vez tampoco fuera incierta al cien por cien. Hoy los narcos están donde tienen que estar. En
una prisión o en el repudio social. Algunos eligieron colaborar con la justicia; otros, cambiaron de vida, ajustadas sus cuentas penales. La detención de Miñanco, él era tal vez el último ‘clásico’, pone fin a una era… esperemos.

 

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