LA PERVERSIÓN DEL LENGUAJE INDEPENDENTISTA. EL MUNDO AL REVÉS.

LA PERVERSIÓN DEL LENGUAJE INDEPENDENTISTA. EL MUNDO AL REVÉS.
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He repetido en numerosas ocasiones en mis distintas intervenciones televisivas y ha dejado también escrito en algunos de mis artículos que el lenguaje en política no es baladí. Y mucho menos inocente. Esto es algo que la izquierda tiene desde siempre mucho mejor interiorizado que la derecha, aunque no es exclusivo de ella.

Existe toda una corriente dentro del amplio magma que conforma el marxismo, que presta una especial atención a esta cuestión y que tiene como uno de sus intelectuales de referencia al argentino Ernesto Laclau. Desde su punto de vista, profusamente recogido por un sector de Podemos y por líderes como Íñigo Errejón, las cosas son importantes en tanto en cuanto son nombradas. Aún más, es el nombre lo que define y, en último término, lo que posibilita su existencia. Dicho de otra forma, lo que no es nombrado, no existe.

Sin entrar en más honduras filosóficas, que escapan al alcance de este blog, diré que no soy gran devoto de esta cofradía. Pero cierto es, como he dicho más arriba, que la forma en la que se denominen los sucesos políticos, pueden determinar no solo la idea que la ciudadanía se haga de los mismos sino su propio devenir. Es una técnica que han recogido con eficacia en los últimos años los populismos, tanto de extrema izquierda como de extrema derecha, que asolan Europa.

 

Lo que es no lo parece y lo que parece no lo es
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Viene todo esto a cuento porque observo en los últimos tiempos una preocupante inclinación por parte de los líderes independentistas a retorcer el lenguaje hasta el paroxismo con el fin de que las cosas aparezcan, no como lo que son en realidad, sino como pretenden presentarlas. Se habla sin pudor de ‘conflicto’, como si en Cataluña existiera una guerra abierta y declarada entre dos bandos. Una contienda bélica en la que habría dos contendientes en igualdad de condiciones cuando, como es sabido, no hay más que un Gobierno central, legítimamente constituido y emanado de las Cortes Generales y por tanto la voluntad de la mayoría de los españoles que trata de garantizar el respeto a la ley en todo el territorio nacional, Cataluña incluida.  Frente a él, un puñado de dirigentes autonómicos cuyo poder emana de la misma Constitución que pretenden violentar y que saltándose a la torera nuestra Carta Magna y su propio Estatuto de Autonomía, ‘aprobó’ dos leyes nulas de pleno derecho los días 6 y 7 de septiembre de 2017.

Dentro de la enloquecida ‘lógica’ de los independentistas, términos como ‘libertad’, ‘democracia’, ‘voluntad popular’, se pervierten y prostituyen hasta límites casi risibles, si no fuera porque hay dos millones de catalanes y un sector -por pequeño que este sea- de la opinión pública internacional, dispuesto a comprar esta ‘mercancía averiada’.

 

Paralelismos inquietantes
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He repetido también en varias ocasiones que este tipo de lenguaje y la forma en la que es utilizado me recuerda, cada vez más, al adoptado en los años ochenta y noventa por la izquierda abertzale vasca que ‘blanqueaba’ la violencia etarra como legítima defensa de un pueblo según ellos sojuzgado a la imposición de un ‘Estado opresor’ extranjero, cual era para ellos el Estado español. Era la justificación que ofrecían los que en aquella época se negaban a condenar específicamente los crímenes de ETA recurriendo, en el mejor de los casos, a una condena genérica de todo tipo de violencia… también la que en sus sectarias mentes ejercía presuntamente el Estado español contra los vascos.

Salvando lógicamente las distancias de que allí existía una banda criminal que mataba, algo que, afortunadamente, no sucede en Cataluña, la lógica del análisis es bastante similar. Las violaciones de la legalidad cometidas por Carles Puigdemont y cuatro exconsejeros de la Generalitat, o por Oriol Junqueras y los exconsejeros de ERC, como no han huido, están en prisión, no son tales porque responden a una lógica en función de la cual la libertad que fundamenta el derecho a decidir de un pueblo estaría por encima de la propia ley y la propia Constitución. Puestos a copiar, han adoptado incluso algunas costumbres que a muchos nos han recordado icónicamente aquellos inquietantes tiempos como las declaraciones del fugado expresident paseando por los bosques belgas, al igual que hacían los dirigentes etarras en la clandestinidad cuando concecían entrevistas a medios de comunicación normalmente extranjeros.

‘Nosotros frente a ellos’
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Se pasa por alto la perversidad de confundir la parte con el todo: considerar que esa porción de ciudadanos que son independentistas son TODO el pueblo de Cataluña. Y que la democracia tiene, como primer pilar, el cumplimiento de las leyes que emanan de la propia voluntad del pueblo, no una indeterminada voluntad de saltársela. Porque aunque fueran una inmensa mayoría, que no lo son, nada justificaría ni lo que está ocurriendo ni la intimidación o la violación de los derechos de los que allí piensan diferente. Con que solo hubiera no más de un diez por ciento de catalanes no independentistas, el órdago estaría ya deslegitimado porque condenaría a la expulsión o como mínimo a la depuración a los no partidarios. Es evidente que son muchos más; desde luego más de la mitad. Pero así es el nacionalismo excluyente; necesita una lógica de buenos frente a malos. El ‘nosotros’ frente a ‘ellos’.

La aberración no es nueva y comenzó ya en los tiempos del ‘gran padrino’ Jordi Pujol, cada vez que se invocaba al sentimiento nacional de Cataluña, como si esta comunidad estuviera solo poblada por acérrimos nacionalistas. Todavía hoy, sobre todo en áreas rurales, es frecuente escuchar a los independentistas tachar a sus vecinos que no lo son de ‘malos catalanes’. O, directamente, negarles la condición de tales. Así actuaba el nacionalismo excluyente de la Euskadi de los 80, que tan bien encarnaba Xavier Arzallus: los no nacionalistas eran ‘malos vascos’… o sencillamente, no lo eran. Esta perversa escuela de hacer política ha sido recogida, como he dicho, por algunos líderes populistas de hoy, avantajados alumnos de la manipulación de las conciencias. Es la esencia del discurso de Marine Le Pen, según el cual no son buenos franceses los que no votan al Frente Nacional, o de Donald Trump, cuando justifica sus desmanes en el nombre de la voluntad de todos los estadounidenses como si ni uno solo de ellos hubiera votado en su contra.

En pleno delirio en cuanto a pervertir la realidad, hemos escuchado a líderes y cargos públicos secesionistas pedir que los policías que garantizaron el orden el pasado 1 de octubre e impidieron que se llevara a cabo una consulta ilegal sean procesados, al mismo tiempo que se pide la excarcelación de quienes violaron las normas. Esto entre otras perlas. Todo al servicio de otro de los sofismas por excelencia: votar no es ilegal. Siguiendo esta línea de pensamiento, podríamos concluir que si mañana un conjunto lo suficientemente numeroso de ciudadanos conviene en votar a favor de asaltar sucursales bancarias, pongamos por caso, no habrá Código Penal que deba ni pueda poner freno a semejante desmán… porque lo han decidido los ciudadanos. Hemos leído incluso en twitter ejemplos de brutalidad en el lenguaje por parte de quienes no son meros activistas sino dirigentes institucionales independentistas. Pero nada de eso importa, según ellos, porque la ‘opresión’ de un Estado extranjero (España) lo justificaría todo…

El Rey vuelve a poner los puntos sobre las íes
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Urge construir un relato ilusionante que desenmascare esta gran farsa. Un discurso que pueda ser asumido sin complejos por la gran mayoría, que lo son, de quienes consideran que no puede presentarse como normal el atropello a las leyes que salvaguardan la convivencia y como antidemocrático, cuando no directamente ‘fascista’, cualquier acción destinada a reestablecer el orden democrático y el sentido común. Me quedo como colofón de este artículo con una de las frases del discurso del Rey Felipe VI en Davos hace unos días: ‘Con sus decisiones (los independentistas) han vulnerado de manera sistemática las normas aprobadas legal y legítimamente, demostrando una deslealtad inadmisible hacia los poderes del Estado’. Esta es la realidad, por mucho que la pinten de colores y traten de ‘vender’ que, lo que es legal en el resto del territorio del Estado no es ‘legítimo’ en Cataluña.

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