EL COACHING DEL PELUCHE ROSA. CAPITULO III
Pane, Amore e Fantasia es una de las primeras escuelas de cocina italiana que abrió en Madrid. Funciona también como tienda y restaurante ocasional, y es, sobre todo, el rincón italiano de mi amiga Fernanda Ferrarini. Fernanda, empresaria e hija de grandes empresarios del sector alimentario en Italia, suele organizar en su «casa» –como prefiere llamar su espacio- veladas con amigos y conocidos. Sus convidadas más habituales son sus propias amigas: directivas, empresarias, mujeres del espectáculo… Y en ocasiones, al grupo se une algún amigo procedente de diferentes entornos sociales y culturales, al que convoca para ofrecer una charla, una conferencia o, simplemente, promover un debate enriquecedor entre los invitados.
Fernanda, como buena italiana, no teme mezclar personas de muy diferente procedencia o forma de pensar. Precisamente su pensamiento lateral ha sido la clave de su éxito como mujer y empresaria.
En nuestras comidas o cenas, siempre regadas con buen vino italiano, ambos hemos coincidido en una misma forma de pensar: no hay mayor virtud para una persona que ser como una esponja, que absorbe y procesa experiencias. Las veladas que organiza Fernanda son un auténtico laboratorio de experiencias, en el que los invitados se encuentran de forma desenfadada, intercambian ideas, generan discusiones y, en muchas ocasiones, hacen negocios. En eso reside la visión comercial de Fernanda: para ella, no hay mejor manera de hacer negocio que entre amigos y comiendo una buena pasta. Su forma de ser y de entender que uno debe aprender día a día no debería sonar extraordinario. Pero lo es. La mayoría de la gente recurrimos de forma automática al pensamiento vertical: adaptamos la realidad a lo que ya conocemos. Fernanda, en cambio, es un ejemplo de pensamiento lateral, siempre dispuesta a alcanzar conclusiones novedosas que,muchas veces, nada tienen que ver con la lógica.
Frente al pensamiento vertical –el que nos han inculcado nuestros padres, maestros, profesores…, y la sociedad en general–, el pensamiento lateral rompe con esa dinámica y constituye una verdadera transgresión que nos permite encontrar nuevos caminos que antes no éramos capaces de ver. El pensamiento vertical crea patrones y adapta las novedades a lo que conoce; por el contrario, el pensamiento lateral está dispuesto a explorar cada nueva situación que se presenta para ver a dónde conduce, sin poner barreras al aprendizaje.
Como digo, Fernanda es un exponente de ese pensamiento lateral. Pero no siempre fue así.
Hija de empresarios italianos de gran éxito, había vivido toda su vida centrada,como muchos de los personajes de este libro, en lo que tenía que hacer y en lo que se esperaba de ella. Todo esto la había llevado a ser una mujer muy trabajadora y sumisa, tanto, que la vida la llevó a casarse con un señor, igualmente rico y conocido, que le hizo la vida imposible relegándola al «puto rol», como ella lo definía, de «señora de». El día que tuvo el valor de ponerle las maletas en la calle y tomar las riendas de su vida, rompió con casi todo su estatus quo y se vino a Madrid para reinventarse como mujer y madre. Elegío Madrid sorprendida y cautivada por las emociones que respiraban las películas de Almodovar y buscando en su huida encontrarse con algunas de las locuras creativas que siempre había percibido en la movida madrileña. Fernanda cambió por completo su vida, haciendo del aprendizaje el principal motor de su crecimiento personal. En ese momento comenzó a organizar sus tradicionales cenas en Pane, Amore e Fantasia.
Fernanda o el triunfo del pensamiento lateral
Si lo pensamos bien, todos, como Fernanda, somos víctimas de lo que hemos aprendido a lo largo de nuestra vida. Somos, por lo general, reacios al cambio. Es una palabra que nos asusta. El cambio supone salir de nuestra zona de confort para dirigirnos hacia lo desconocido. Y, como reza el dicho popular, “preferimos lo malo conocido que lo bueno por conocer”. Esta actitud nos cierra las puertas a nuevos planteamientos vitales que, en ocasiones, nos podrían llevar lejos. En el caso de Fernanda, ella rompió conscientemente con todos los paradigmas que le ataban de pies y manos desde niña. Comenzó a cuestionar todo cuanto había conocido hasta entonces y, así, fue como logró romper todas las cadenas que le habían puesto, primero, sus padres, y más tarde, su marido y su limitado círculo de amigos.
En definitiva, Fernanda se adueñó de su propia vida.
Edward de Bono, creador del pensamiento lateral, nos dice que esta forma diferente de pensar consiste en explorar caminos que pasarían desapercibidos en una trayectoria normal de nuestra vida. No se trata de hacer ninguna revolución, sencillamente hemos de acostumbrar nuestras neuronas a trabajar de una forma diferente, combinando este afán de descubrir novedades con la lógica, para que nuestro celebro funcione de forma diferente.
Pongamos un ejemplo: imaginemos que, durante veinte años, hemos llevado puestas unas gafas de color rojo. En el momento de quitárnoslas, durante un tiempo todavía seguiremos viendo el mundo de color rojo y nos llevará tiempo acostumbrarnos a ver las cosas en todos sus colores. La realidad es que todas las personas que carecen de pensamiento lateral -o al menos muchas de ellas– renuncian a ver la vida en todos su colores y, por lo tanto, están condenadas a una vida gris.
Los directivos con los que comparto mi vida a diario casi siempre son víctimas de una arrogancia intelectual que precisamente ha nacido de la falta de pensamiento lateral y del no poder en discusión nunca la lógica de lo aprendido.
La mente funciona como en el ejemplo de las gafas rojas: a base de crear patrones y modelos. Una vez creados, se dedica a adaptar toda la información que le llega por diferentes fuentes para que encaje en ese patrón ya conocido. Este proceso limita nuestra capacidad de llenar nuestra mente de nuevas ideas y formas de pensar, y nos instala en un pensamiento unívoco que no admite muchas alternativas: las ideas dominantes nos impiden crear nuevas situaciones, ya que nos marcan el recorrido de nuestros esfuerzos.
De Bono nos anima a transgredir esas ideas dominantes, a provocar una nueva situación para poder alcanzar lo que pretendemos, o sea, nuevas formas de pensar, y por lo tanto, resultados diferentes. Fernanda cambió su vida el día que transgredió las normas que le habían marcado desde niña y provocó, cambio tras cambio, una nueva manera de vivir, llena de pequeños desafíos y donde la única responsable de sus decisiones era ella misma.
Lo más complicado no es entender que existe un pensamiento lateral, sino habituarnos a aplicarlo a nuestra forma de ver el mundo, ya que estamos acostumbrados a enfocar todo bajo un pensamiento vertical y eso, en la mayoría de las ocasiones, nos impide adoptar el pensamiento lateral que nos permite ser mas creativos y romper moldes. El milagro para Fernanda fue su valentía a la hora de romper con los moldes del pasado creados a partir de lo que le habían enseñado y de lo que había vivido día tras día.
Entender las diferencias entre pensamiento vertical y lateral nos llevará a tener un mayor dominio de nuestras vidas y, por lo tanto, a ser más felices. Antonio Domingo, director general de Fenix Media, resume las diferencias entre estas dos formas de pensamiento de la siguiente manera:
El pensamiento vertical se mueve sólo si hay una dirección en que moverse.
El pensamiento lateral se mueve para crear una dirección.
El pensamiento vertical sabe lo que está buscando.
El pensador lateral busca, pero no sabe el qué hasta que lo encuentra.
El pensamiento vertical es analítico.
El pensamiento lateral es provocativo.
El pensamiento vertical se basa en la secuencia de las ideas.
El pensamiento lateral puede y debe efectuar saltos.
En el pensamiento vertical se usa la negación para bloquear bifurcaciones.
En el pensamiento lateral no se rechaza ningún camino y se exploran todos, por absurdos que parezcan.
En el pensamiento vertical se excluye lo que parece no relacionado con el tema.
En el pensamiento lateral se investiga hasta lo que parece totalmente ajeno al tema.
En el pensamiento vertical las categorías, clasificaciones y etiquetas son fijas.
En el pensamiento lateral nunca lo son.
En el pensamiento vertical se siguen los caminos más evidentes.
En el pensamiento lateral se buscan los menos evidentes.
El pensamiento vertical es un proceso finito.
El pensamiento lateral es un proceso probabilístico.
El pensamiento lateral es una nueva forma de concebir el funcionamiento de nuestro cerebro, es una forma diferente de enfocar las situaciones; es la nueva forma de usar la creatividad sin seguir los patrones lógicos del pensamiento vertical. En las cenas que Fernanda organiza en Pane, Amore y Fantasía su restaurante se convierte en una suerte de escenario teatral, que invita a sus invitados a romper los moldes y enseñar a los demás algo nuevo, diferente o sencillamente, otra manera de enfrentarse a las cosas. Entre todos los participantes, van escribiendo un libro lleno de sabiduría, buenos consejos e ideas fructíferas. Es un pequeño laboratorio donde no hay recetas escritas y todos los ingredientes están en la mesa para ser mezclados como cada uno quiera.
Una noche Fernanda me invitó para hablar, entre otros temas, de coaching relacionado con el tema de la diversidad y de la discriminación femenina, un asunto por el que muchas de sus amigas estaban muy interesadas. Era el mes de mayo. Fernanda fue esa noche especialmente generosa organizando un grupo amplio y diverso de invitadas. Había en el variopinto grupo desde una ex actriz del destape español peinada con un tocado de visón estilo Anna Karenina, a una arquitecta madrileña muy conocida por su compromiso con el medio ambiente y sus obras innovadoras, pasando por una cirujana plástica que sin ninguna duda había tenido como clientas a sus compañeras de mesa, mujeres maduras pero con aspecto de teenagers: unas cuantas empresarias, una concejala, algunas «señoras de» y, entre todas ellas, Elisa, fundadora y propietaria de Smiling Centers, cadena de clínicas dentales. Trece mujeres muy distintas entre sí dispuestas a pasarlo en grande. Trece historias que se fueron presentando una a una antes de que yo diera, entre bocado y bocado, mi breve charla sobre discriminación y coaching.
Por mi actividad profesional he conocido a lo largo de mi vida muchísima gente y podría pasarme todos los días de la semana asistiendo a cócteles, conferencias multitudinarias, cenas aburridas y eventos sociales. Sin embargo he huido siempre de este tipo de eventos tediosos, donde suelo sentirme como pez fuera del agua. Prefiero las veladas más íntimas en torno a una buena mesa y rodeado de amigos. Esa noche la naturaleza del público asistente convertía el encuentro en un reto -además de que el tema a tratar era de por sí muy interesante-.
Intenté hablar del coaching de la forma más sencilla posible centrando mi exposición en el asunto de la diversidad, la discriminación y el desarrollo del liderazgo para mujeres y acabé con la sensación de haber aburrido a mis contertulias. Nada más lejos. Apenas concluida mi charla, todas empezaron a bombardearme con preguntas, interesadas principalmente en las diferencias entre los conceptos coaching, terapia y formación.
De todas ellas, Elisa Méndez fue la que mostró mayor interés, llegando a monopolizar la conversación.
No me resulta fácil describirla. Era como un huracán y estaba llena de vitalidad. Una mujer madura, pero de aspecto y actitud muy juveniles. Vestía un traje que parecía sacado de uno de mis lienzos más coloristas: gafas amarillas, un peinado atrevido con un moño a lo Amy Winehouse… Iba –como muchos dirían– hecha un cuadro; pero, a mi modo de ver, un cuadro perfecto en su mezcla audaz de colores y excentricidades. Me cayó bien desde el primer momento. Su manera de vestir era su manera de expresar su personalidad y decir al mundo «aquí estoy».
En plena conversación, Elisa comentó que había traído a la cena un cuento escrita por ella misma y cuya lectura podía aportar algunas ideas interesantes. Sin más -y tras dedicarlo a su madre- se puso a leérnoslo.
Un relato sobre las ambiciones de una niña
Laura estudiaba en un colegio de primaria de un pueblo en el interior de la Isla Bonita. Soñadora y feliz, disfrutaba como nadie en las clases. Las paredes rosas del aula eran como una pantalla gigante de un cine de verano donde proyectaba sus sueños y fantasías. Un día de un invierno cálido – como todos los inviernos en aquella isla– Laura estaba esperando las notas de su último trabajo, en el que su maestra había pedido plasmar los anhelos y ambiciones de los alumnos para los próximos quince años de su vida.
Laura estaba muy contenta con la nota que había sacado para ese trabajo: la máxima puntuación. En realidad, ella siempre sacaba muy buenas notas. Aquel trabajo le había resultado fácil, ya que había imaginado su futuro un millón de veces. Quería ser directora de orquesta y sabía perfectamente qué camino seguir para alcanzar su meta: acabar la secundaria y acceder al conservatorio de Macadania, en el continente. Tenía muy claro que quería abandonar la isla para conocer mundo. Macadania sería el primer paso para salir a la conquista del mundo y conocer otras culturas. La maestra la felicitó por tener una idea tan clara de su proyecto de vida.
Cuando el padre de Laura leyó su tarea, se enfadó muchísimo; le dijo que ese plan no era para ella, que las niñas no necesitaban estudiar porque su trabajo era casarse, limpiar la casa y cuidar a los hijos: nada de cursar secundaria y mucho menos matricularse en el conservatorio. Hasta que formara su propia familia, su destino era seguir trabajando en la tintorería de su madre y cuidar de sus cuatro hermanos. Lo mejor sería que se quitara esas ideas de la cabeza y que se preparase para hacer su vida en su pueblo, al lado de su madre y de sus cuatro hermanos, Antonio, Juan, Roberto y Mario. Laura protestó. Ella quería ir al conservatorio. ¿Por qué sus hermanos sí podrían ir a la universidad y ella no? El padre se enfadó aún más y le gritó que sus hermanos tendrían que mantener a sus familias pero que ella no estaba llamada a esa tarea porque su futuro marido se ocuparía de ella y de sus hijos. Y para zanjar la discusión, la envío castigada a su cuarto.
Laura, deprimida y triste, se encerró en su habitación llorando. No era la primera vez que su padre le recordaba los planes que tenía para ella, pero nunca antes se había sentido tan humillada. Sentía que su vida era inútil. Sentía como un enorme peso la injusticia de vivir en una familia y en un pueblo donde chicos y chicas no tenían las mismas oportunidades.
Antonio, su hermano favorito, cocinó a escondidas unos espaguetis y se los llevó a la habitación. Se quedó con ella un rato intentando que recobrara la sonrisa. Le aseguró que trataría de convencer a su padre para que le permitiera continuar sus estudios en la secundaria. Intentó también que comprendiera la actitud del padre: estaba muy preocupado por la enfermad que padecía y que últimamente se había agudizado. Laura entendía esta situación, pero también sabía que en el fondo se trataba de algo más. Recordaba muy bien lo que le había ocurrido a la doctora Gómez cuando llegó a Isla Bonita. Durante un tiempo, fue la única doctora en toda la isla, así que todo el mundo acudía a su consulta. Sin embargo, en cuanto llegó un nuevo facultativo, el doctor Gervasio, más de la mitad de sus pacientes abandonó a su doctora de siempre para irse con él, entre ellos, el papá de Laura, que fue además uno de los primeros. Y esto había sido así únicamente porque los habitantes de la isla tenían la convicción de que las mujeres no podían ser tan buenas profesionales como los hombres.
Al día siguiente, Laura llegó a la escuela con los ojos hinchados de tanto llorar. Sus amigas y su maestra se dieron cuenta. Ella les contó lo ocurrido. La maestra se ofreció a hablar con los padres de Laura para convencerlos de que la niña continuara sus estudios. En la junta escolar, la maestra explicó que el mundo había cambiado mucho, que en aquellos tiempos las mujeres eran artistas, presidentas, escultoras, atletas y escritoras, y que era importante que las niñas y los niños tuviesen las mismas oportunidades. Pero el padre de Laura no mostró el más mínimo interés por el alegato de la maestra.
A los pocos días, cuando Laura llegó a su casa, se encontró con la sorpresa de que tendrían que operar a su padre de urgencia. Todos en su casa estaban muy asustados. Dada la gravedad y complicación de la operación, el propio doctor Gervasio había recomendado al padre que acudiera a la doctora Gómez, especializada en este tipo de intervenciones. El padre de Laura se mostró reacio. Investigó durante días, hasta que un amigo, que conocía a uno de los mejores cirujanos en el continente, el doctor Valentín Lazcano, le dijo que éste le había asegurado que la doctora Gómez era una cirujana admirable, la mejor para este tipo de operaciones. Esto acabó por convencer al padre, que finalmente ingresó en el hospital, acompañado de su mujer.
Todo sucedió tan rápido que la madre de Laura no tuvo tiempo de dejar comida preparada para sus hijos. Así que Laura y sus hermanos se organizaron para llevar la casa en ausencia de su madre. Laura tomó las riendas y organizó con sus hermanos turnos para cocinar y hacer las tareas domésticas. Los cinco reaccionaron con madurez en ese momento crítico y se emplearon a fondo para seguir con la rutina.
La operación fue un gran éxito y muy pronto toda la familia se reunió en el hospital. El padre de Laura se sintió avergonzado y se disculpó llorando con la doctora por haber dudado de su valía. Pero la doctora Gómez quitó hierro al asunto y le dijo que lo realmente importante era que se encontraba bien y que toda su familia estaba allí para celebrarlo. ¿Y cómo se las habían arreglado los niños solos durante todo ese tiempo? La madre de Laura, orgullosa, le explicó que Laura había organizado todo perfectamente y que los cinco hermanos habían colaborado para las tareas domésticas.
Una vez recibida el alta, el padre regresó a casa, feliz por haber superado uno de los peores momentos de su vida. Laura no tardó en plantearle nuevamente su decisión de matricularse en secundaria. Además, le aseguró que podría continuar con sus estudios sin que fuera gravoso para la familia, ya que podría obtener fácilmente becas de estudio que cubrirían todos los gastos. Su padre reaccionó airadamente. De nuevo esgrimió el argumento de que su madre no podía trabajar sola en la tintorería y que sus hermanos la necesitaban para las tareas domésticas. Sus hermanos se acercaron a su padre y le repitieron una a una las tareas domésticas que habían realizado durante su hospitalización y de qué manera habían repartido el trabajo. Por su parte, la madre demostró a su marido que no necesitaba la ayuda de su hija ni el dinero que suponía su ayuda en el negocio, que la familia podía renunciar sin problemas al dinero extra que suponía el trabajo de Laura. Acorralado por su hijos y con la mirada firme de su mujer puesta sobre él, el padre de Laura no tuvo más remedio que dar su consentimiento para que Laura prosiguiese sus estudios. Se sintió entonces orgulloso de sus hijos y de la vida que le esperaba, rodeado de cariño y amor. La familia se fundió en un abrazo.
Laura podía seguir soñando. Había llorado mucho, pero al final había ganado la batalla contra la discriminación-.
Elisa acabó de leer el cuento emocionada y en medio a los aplausos de todos,se notaba claramente que, por lo menos en parte, ese relato era autobiográfico. Había sido un momento muy especial que nos había transportado a través de un cuento al mundo de la discriminación femenina.
Elisa, como las demás, reanudaron sus preguntas acerca de mi experiencia, como coach y headhunter, en este ámbito.
Contesté una a una las preguntas, no sin antes subrayar que había tenido la suerte de trabajar con muchas directivas y empresarias de éxito y con empresas que, cada vez con más convicción, incorporaban a sus valores básicos la diversidad.
Sin embargo, y a pesar de mis buenas experiencias, he de decir que aún queda un camino por recorrer para forjar una sociedad más ecuánime en la que la igualdad de oportunidades para hombres y mujeres sea real y no una mera herramienta de marketing, como muchas veces ocurre. Porque todavía quedan situaciones de discriminación, de injusticia…, que limitan a las mujeres en el ámbito laboral, en todos los niveles, incluyendo el ámbito directivo.
Veinte años de avances, sí, pero ¿son suficientes?
La conciliación laboral y familiar es uno de los puntos más conflictivos. En mi profesión me encuentro cada día situaciones muy complejas de directivos que tienen que renunciar a oportunidades profesionales por la imposibilidad de conciliar su trabajo con su familia. Un problema que no es solo de las mujeres: cada vez más hombres demandan más derechos en este sentido.
Las mujeres españolas que ocupan puestos directivos en las empresas creen que aún queda mucho camino por recorrer en materia de conciliación. Así lo ponen de manifiesto muchas de las últimas encuestas realizadas en esta materia. El colectivo de mujeres directivas considera que, si los empresarios no aplican medidas de igualdad en el trabajo, es por el desconocimiento del impacto positivo que tienen en la rentabilidad de las compañías. La mayoría de las directivas siguen creyendo que solicitar reducción de jornada, por ejemplo, puede perjudicar su promoción profesional o incluso hacer peligrar su puesto de trabajo.
El problema no es solo la falta de políticas empresariales que permitan una correcta conciliación, sino también el hecho de que, por el momento, las medidas para conciliar vida personal y profesional son aprovechadas principalmente –si no únicamente– por las mujeres. Muy pocos hombres se atreven a pedir en sus empresas medidas de este tipo y, cuando lo hacen, son objeto de una, digamos, doble discriminación.
Puede parecer una paradoja, pero uno de los casos más graves en cuanto a discriminación que he vivido en los últimos meses han afectado, no a mujeres, sino a hombres. Así lo expliqué en torno a la mesa, junto a Fernanda y el resto de las invitadas. Y puse como ejemplo el caso de uno de mis mejores clientes, Gabriel.
Hace algún tiempo, Gabriel solicitó una reducción de jornada para ocuparse de sus hijas, ya que su mujer había sido promocionada a un puesto de mayor responsabilidad que la obligaba a pasar la mitad del tiempo en el extranjero. Con tres niñas a cargo –todas menores de quince años–, se antojaba muy complicada la posibilidad de que ambos padres siguieran desempeñando sus trabajos con total dedicación: uno de ellos tenía que sacar más tiempo para dedicarse a las hijas, así que Gabriel acordó con Ana, su mujer, que sería él quien pidiese una reducción de jornada.
Como director de marketing y miembro del comité ejecutivo de una compañía industrial española muy tradicional, él sabía que su solicitud no iba a gustar mucho a su directora general. Pero lo que no podía imaginar era que su situación familiar desencadenaría de forma casi irreparable el final de su brillante carrera. Fue inmediatamente relegado a una posición de segundo nivel y, sin la más mínima oportunidad de mantener su rol dentro del comité, Gabriel decidió finalmente negociar su salida. Lo que más le ha dolido no ha sido tanto rebajar sus ambiciones profesionales como la falta de sensibilidad de su jefa. Podía haber interpuesto una demanda judicial para llevar a su empresa a juicio, pero ha preferido ver en este lamentable episodio la oportunidad de replantearse su vida profesional (de hecho, en estos momentos le estoy prestando mi colaboración para encontrar un hueco en el mercado laboral que se adapte mejor a sus circunstancias).
El caso de Gabriel no es aislado. Muchas veces a los hombres –y esta es otra forma muy grave de discriminación– se nos impone el histórico rol de llevar el pan a casa y ser el motor económico de la familia. Como si encargarse de llevar una casa o el cuidado de los niños –si los hubiere– fuera un rol exclusivamente femenino.
Al término de mi exposición, mis compañeras de mesa se quedaron sin palabras. Pero, a los pocos instante, empezaron ellas mismas a desgranar un sinfín de anécdotas similares y hubo un comentario unánime: en ocasiones, las mujeres son sus peores enemigas. Casi no sorprendía el hecho de que la jefa de Gabriel, siendo mujer, no le hubiera demostrado apoyo alguno. ¿Hubiera sido diferente si, en lugar de una mujer, el superior de Gabriel hubiese sido un hombre?
Al cabo de un rato, Fernanda quiso conducir la conversación hacia cómo analizaba yo, en calidad de italiano afincado en España, la discriminación femenina en uno y otro país.
-Este año -comencé diciendo– celebro un aniversario importante para mí: se cumplen veinte años desde que llegué a España. En comparación con lo que encontré, allá por 1992, este país es muy diferente y, concretamente en cuanto a la integración de la mujer en el mundo del trabajo, el cambio que he podido percibir es muy positivo.
En Italia la mujer accedió el mercado laboral una generación antes que en España. Por eso, cuando aterricé en este país me llamó la atención la casi ausencia de mujeres trabajando, ya no sólo en puestos directivos directivos, sino en prácticamente cualquier nivel profesional. Por poner un ejemplo, en el sector tecnológico –donde he tenido la oportunidad de trabajar con asiduidad– su presencia era realmente anecdótica. En otros, como la banca, la gran distribución o la industria, el panorama era similar, si no incluso peor.
Hoy día, sin embargo, la integración de la mujer en el mercado laboral es un proceso absolutamente irreversible. No es noticia encontrar directivas y renombradas especialistas en prácticamente todos los sectores de actividad económica. Eso sí: queda pendiente una sonrojante realidad en materia de diferencias salariales o la reclamación de romper los llamados “techos de cristal” que, en algunos casos, resultan más que evidentes. Cabe pensar que aún no se han vencido por completo ciertas inercias. Aunque, eso sí, al menos en materia legal en España sí que se han producido avances importantes, como la Ley de Igualdad de Géneros y Oportunidades aprobada en 2007, que ha contribuido a acelerar este proceso de normalización, consolidando conquistas irrenunciables en materia de equiparación de derechos y oportunidades.
En mi opinión, la situación ha evolucionado para bien de forma radical, y en sólo veinte años, el atraso en materia de igualdad se ha revertido totalmente, convirtiendo a España un país que registra ratios de incorporación de la mujer superiores, por ejemplo, a los de Italia.
La discriminación, ¿un fenómeno transversal?
Últimamente la discusión se centra en la situación de la paridad en consejos de administración y puestos de máxima responsabilidad. ¿Cuál es la realidad en materia de selección de puestos directivos? Cuando me confían un proceso de búsqueda, ¿expresan mis clientes -implícita o explícitamente– preferencias en cuanto a contratar a un hombre o a una mujer? (Las invitadas de Fernanda empezaban a bullir en sus asientos ante la cuestión que yo había puesto sobre la mesa) Pues bien, continué, la respuesta es no, bien sea por ética o estética. Y debo decir que los resultados finales no contradicen esta afirmación. Cuando mis clientes son hombres, no suelen actuar con rechazo, prejuicio o inseguridad frente a una candidata siempre que sus calificaciones sean las adecuadas.
Ahora bien -y en este punto me metí conscientemente en un delicado jardín-, ¿qué ocurre cuando mi cliente es una mujer que, además, ha tenido que luchar duro para alcanzar un puesto de gran responsabilidad? ¿Tiene un nivel de exigencia similar al de un directivo hombre? ¿Se da una discriminación positiva en estos casos? ¡Ahí, señoras (quise enfatizar), la cosa cambia! Cabría esperar cierta solidaridad, cierta empatía natural entre mujeres, quizás injusta, aunque por otro lado comprensible, ¿verdad?
Puesto todo lo contrario. Por mi experiencia, en múltiples ocasiones –no en su mayoría, afortunadamente– nuestras clientas tienden a ser más exigentes, más duras, a la hora de valorar a una mujer respecto a un hombre. No me atrevo a afirmar con rotundidad cuáles son los motivos, pero me inclinaría a pensar que se debe a una insana competitividad o la concepción –por experiencia propia– de que la mujer tiene que estar aún mejor capacitada que el hombre para enfrentarse a una situación de desigualdad en la competencia diaria…
Para nuestra sorpresa, hemos percibido que, mientras por un lado los hombres empiezan a superar los prejuicios que tenían hacia sus colegas mujeres, entre ellas mismas comienzan a generarse inseguridades y reticencias, sean compañeras, subordinadas o jefas.
Soy consciente de que esta afirmación no es políticamente correcta y que puede no gustar a muchos y muchas. Pero sólo hablo de lo que personalmente he observado en mi experiencia profesional. Esta situación no se da por sistema, pero sí de forma recurrente y en todos los sectores por igual. De ese largo camino que queda por recorrer hasta la total integración, hay un trecho que deben hacer las mujeres. Deben reflexionar y plantearse si son ellas mismas las que realmente albergan prejuicios a la hora de valorar la aportación de otras mujeres y su valor añadido como profesionales. La integración de la mujer es cosa de todos, y por supuesto, de todas.
Mi alegato despertó miradas cómplices y algún que otro aplauso entre la concurrencia. Era evidente que por lo menos las trece mujeres que había en la mesa estaban de acuerdo conmigo y me invitaron a seguir hablando del tema.
Al lado de los problemas todavía vigentes de discriminación, otra cosa que me sigue llamando la atención es cómo en los últimos años se ha generado una especie de estrategia oportunista para aprovecharse del “gancho femenino”. Cualquier producto recurre a la anatomía femenina –o sus cualidades femeninas del producto en sí– para vender.
Hasta la fecha, además de la discriminación profesional, se ha producido discriminación aún más grave: la física. La belleza femenina ha sido definida en cánones creados a partir de una mentalidad totalmente sexista. Estoy convencido de que ha llegado el momento de formular un cambio radical, y esto tiene que empezar por las mismas mujeres, no solo por los hombres. La belleza real se encuentra en la diversidad de formas, tallas, edades y sexos. La verdadera belleza es la tolerancia, la visión abierta de la vida, del sexo y de la estética. Todas las mujeres, en diversos aspectos de la vida, definen cada día el significado de la belleza, ya que no es una noción singular. La belleza está en todas partes, en todas las mujeres y en todos los seres.
La sociedad nos enseña a través de los medios de comunicación a canalizar el concepto de belleza de forma instrumental. Yo siempre he creído que una de las claves de la educación debería ser enseñar a todos a apreciar lo que tenemos y lo que nos rodea.
La exaltación de la belleza y su explotación chocó con las experiencias de algunas de las invitadas, que habían podido vivir personalmente momentos duros y, a la vez, de éxito. Marina Forqué había protagonizado una de las primeras escenas de desnudo integral en el cine español y, a pesar de coincidir conmigo en el argumento del abuso y uso instrumental que siempre se ha hecho del cuerpo femenino, también reivindicaba el rol liberador que el cine del destape había tenido en la España post franquista. Ella se sentía orgullosa de su pasado y feliz de su presente, y lo que más lamentaba en su vida era no haber tenido la oportunidad de hacerse un hueco en el mundo del espectáculo sin enseñar las tetas. Por absurdo que parezca, quienes la habían tachado de puta por trabajar desnuda no habían sido sus productores, sino las esposas de éstos. Y, cuando quiso hacer carrera en otro tipo de teatro o cine, también habían sido otras mujeres quienes más obstáculos le habían puesto.
A mi lado se sentaba Teresa, concejala que había vivido toda su vida trabajando en la Administración Pública y que tenía mucho interés por conocer mi opinión sobre la discriminación en la política.
Desde mi punto de vista, una de las formas de discriminación más sutiles y graves es justamente la que encontramos en la política. Mi amiga Loredana, responsable de las listas electorales de un importante partido político italiano y buena conocedora del tema a nivel europeo, domina por completo los temas de marketing y publicidad ligados a las elecciones políticas. En su análisis sobre la política en Italia y España, advierte que,a pesar de encontrarnos en muchos países con mujeres como primer ministro y un muchas con un papel relevante en la primera línea política, todavía estamos muy lejos de eliminar la discriminación. En la publicidad electoral abundan las imágenes –con más o menos gracia, con sutileza o con inexplicable vulgaridad– que explotan los “encantos femeninos” para animar a votar. Parece mentira que hasta en política tengamos que vernos sumergidos en esta mentalidad.
Tantos tópicos…, ¡y todos tan absurdos!
Algunas de las invitadas quisieron también destacar muchos de los avances conseguidos en los últimos años. Antaño, los cometidos de la mujer se limitaban a ser madre, fregar, lavar, coser, planchar, bordar… Pero nunca, jamás, se incluía entre ellos la posibilidad de ocupar un puesto de responsabilidad fuera del hogar. A la mujer, subrayó Lucía, una de las comensales, se le negaba toda posibilidad –como bien expresaba el relato de Elisa a través de su protagonista, Laura– de decidir sobre sus propias opciones de vida. Estudiar era entonces un derecho exclusivo de los hombres que, además, casi nunca facilitaban oportunidades bien intencionadas a la mujer para que esta diera rienda suelta a su talento creador, cultural, científico o político. En aquellos años de subdesarrollo social, no se tenía ni siquiera en cuenta el perfil intelectual de la mujer.
Afortunadamente, los tiempos han cambiado. Hoy día, en muchos países –de los denominados “avanzados”– las mujeres son capaces de situarse en el mismo plano profesional y cultural que los hombres. La mujer moderna ha sabido abrirse un camino y transita ahora, con pleno derecho, por todos los ámbitos de la vida: social, cultural, artístico… Y, sobre todo, partiendo de una primera e ineludible conquista: la independencia económica, que le otorga la libertad que todo ser humano debe de disfrutar.Fernanda puso por como ejemplo de las conquistas realizadas por las mujeres a uno de sus personajes favoritos:Oprah Winfrey. Fernanda tuvo la oportunidad de conocerla en Nueva York y,en cierto sentido había sido una de las responsables accidentales de su cambio radical de vida. El sueño de Oprah era usar la televisión como un servicio a Dios.Hizo de este principio la base de su marca personal y creó la conexión directa con el público y con todas las mujeres del mundo. Oprah nació en Misisipí en una familia de una extrema pobreza y tuvo que soportar durante muchos años los abusos sexuales de su padre y varios de sus parientes masculinos.Fernanda encontró en Oprah un ejemplo a seguir por su libertad y valentía a ser si misma y luchar. «Crea la mayor visión posible para tu vida porque puede convertirse en aquello en lo que crees.Idea la mayor visión posible para tu vida y se puede convertir en realidad.Persigue esa visión y haz que tu propósito siga la línea del flujo de tu vida. Sigue tu pasión, tarde o temprano,ganará y nadie te podrá parar».
Lucía quiso, por su parte, defender la total libertad de decisión como principio de igualdad. Según ella, muchas mujeres “autoafirmadas” aún acusan a las que no deciden seguir su mismo camino de estar «chapadas a la antigua». Lucía reivindicó precisamente que no todas las mujeres, por el hecho de serlo, tienen que compartir el mismo anhelo de ambición y realización profesional y que disfrutar de otros aspectos de la vida, como cuidar de su familia, es una opción igualmente respetable. Sobre todo, si es una decisión tomada conscientemente y en libertad.
La verdadera libertad está en poder elegir. Es absurdo pensar que hombres y mujeres somos iguales, o que las mujeres que llegan lejos en la vida profesional, política o en otros ámbito lo consiguen porque actúan siguiendo patrones masculinos. ¿Y qué decir de quienes piensan que los artistas deben su talento a su “desbordante lado femenino”? En fin, tantos tópicos para eludir una verdad mucho más sencilla, y es que todos y cada uno de nosotros somos seres únicos. Me pregunto si por ser artista, además de coach y empresario, uso según los casos y la circunstancia mi lado femenino o masculino. ¡Basta ya de paradigmas y de tantos estúpidos tópicos!
Finalizamos nuestra velada en el restaurante de Fernanda con el compromiso de volver a vernos y de llevar a cabo alguna iniciativa para ayudar a las mujeres que todavía siguen en la cárcel de la discriminación. Nos despedimos en la puerta del restaurante y acompañé a Elisa a su casa. Ella tenía muchas inquietudes y necesitaba compartir conmigo algunas dudas sobre la marcha de su empresa.
Una semana después nos vimos en mi despacho y, de forma casi inmediata, empezó a hablarme de su vida y de su empresa.
Elisa quiere ser libre y no sabe delegar
Después de años dedicada en cuerpo y alma a su empresa, Elisa había decidido bajar el ritmo y trabajar de otra forma. Hasta la fecha, y durante más de quince años, había llevado las riendas como directora general, y los pocos intentos para delegar las responsabilidades o incluso contratar a alguien que ocupase su puesto habían fracasado. No sabía si era por su culpa o si había dado con la persona equivocada, pero el hecho es que no había podido desligarse del día a día de la gestión. Esta total dedicación, además, le impedía dedicar más tiempo a los proyectos solidarios en los que quería centrar todas sus energías.
Esta es una situación bastante habitual en las empresas familiares. Cuando el negocio es muy personalista, resulta muy difícil tomar la decisión de delegar las responsabilidades principales. Lo era aún más en el caso de Elisa, que había sido el alma máter de la empresa desde el principio.
Elisa no se había apoyado nunca en consultores o asesores externos y no sabía exactamente por dónde empezar para cambiar la situación. Le propuse que trabajáramos juntos para averiguar qué había fallado en su gestión hasta la fecha, detectar los motivos que habían impedido a los anteriores directores generales cumplir con éxito sus funciones y acompañarla en su decisión de dejar la primera línea ejecutiva para, ya en calidad de presidente, dedicarse a las relaciones institucionales. También trazaríamos un camino diferente para que dedicara más tiempo a su faceta solidaria y, de alguna forma, hiciera partícipe de ello a toda la empresa.
De forma inusual quedamos en su despacho para la primera sesión (suelo trabajar siempre fuera de las oficinas de mis clientes). Sin embargo en este caso Elisa había insistido mucho: según ella, era imposible conocerla bien sin entrar en su mundo. Esa habitación llena de colores y cuadros era como una pequeña galería de arte. De forma muy cuidadosa, había llenado los setenta metros de aquella estancia con muchas fotos de su vida y con cuadros que demostraban una cultura artística muy ecléctica, así como un indudable gusto para las artes plásticas. Tal y como hacía con su cuidadoso vestuario, también a través de la decoración transmitía con claridad su personalidad como directiva y como mujer. La provocación era, sin duda, el alma de su estética y de su forma de comunicarse.
Antes de sentarme en un sofá morado que dominaba el espacio, me detuve un momento ante un retrato suyo que la representaba como un marciano: un cuadro inquietante y surrealista que no dejaría indiferente a nadie.
– ¿Quién ha hecho esto, Elisa?- pregunté, curioso.
La emoción que vi dibujada en su cara era el fiel reflejo de los momentos que había compartido con el artista que se había atrevido a llevarla a otro planeta para luego devolverla al nuestro en forma de diosa. Ricardo, su primer marido, pintor aficionado y dueño de una importante compañía hotelera, era el autor de esa obra.
Elisa había nacido en un pequeño pueblo de la isla de Tenerife. Era la mayor de tres hermanos de una familia muy humilde y desde muy pequeña había compaginado los estudios con el papel de segunda madre. Como Laura (la niña protagonista del cuento que había narrado en nuestra reunión en Pane, Amore e Fantasía), había vivido su niñez cargada de responsabilidades y la cabeza llena de sueños de grandeza. A veces soñaba con ser artista, otras, con convertirse en misionera, las más de las veces, se veía a sí misma como dueña de una tienda o una clínica. Se pasaba el día ayudando su madre en las tareas domésticas y leyendo con fruición todo lo que pasara por las manos. A los Reyes Magos sólo les pedía libros, y así, año tras año, iba acrecentando su más preciado tesoro: su colección de libros, con los que seguía alimentando sus sueños y sus fantasías. La lectura le servía también para evadirse de las obligaciones con que la habían cargado sus padres. Pero, sobre todo, Elisa cultivaba con la lectura su ambición de ser alguien en la vida y, su ambición de ser independiente.
Sus padres nunca coartaron sus ambiciones y fantasías. Sin embargo, en vista de la ajustada economía familiar, las posibilidades reales de Elisa de estudiar e ir a la Universidad eran bastante limitadas.
Además de lista e inteligente, era una chica muy guapa y muy pronto la adolescencia la llenaría de otros motivos para soñar. De forma muy temprana, fue consciente de la importancia que tendría en su vida su aspecto físico.
Su vida cambió completamente el día que conoció Ricardo Álamo, uno de los empresarios más importantes de la isla. Atractivo hombre de 45 años y responsable de una cadena hotelera, Ricardo había montado un pequeño imperio de 20 hoteles en Canarias y, desde hacía algún tiempo, había decidido dar el salto a la península. Conoció a Elisa en una fiesta y fue un auténtico flechazo. Se enamoraron perdidamente y, a pesar de la diferencia de edad y de clase social, pronto decidieron casarse.
Para Elisa Ricardo era su príncipe azul, la persona que iba a cambiar su mundo por completo. Ricardo sabía que su esposa nunca aceptaría quedar relegada a ama de casa y que las inquietudes de Elisa marcarían la relación. Con su apoyo incondicional, Elisa siguió estudiando y, después de muchos años de sacrificios, consiguió hacer realidad uno de sus sueños, graduarse en odontología y abrir su propia clínica dental. Las respectivas carreras de la pareja discurrían con éxito. Pronto decidieron trasladarse a Barcelona para que Ricardo pudiera gestionar la apertura de nuevos hoteles de su cadena en la Ciudad Condal. Mientras tanto, Elisa contrató a un dentista para que se encargase de la clínica que tenía en Canarias y, una vez en Barcelona, abrió una nueva, concretamente en Pedralbes.
Ricardo tenía el sueño de convertirse en uno de los empresarios del sector hotelero más importantes de España. En muy pocos años, Elisa logró abrir otras 18 clínicas dentales y patentó una marca: Smiling Centers. Además de cosechar indudables éxitos en los negocios, la pareja se hizo un hueco en la alta sociedad catalana, mezclando con inteligencia negocios y relaciones sociales al más alto nivel. Elisa era un autentico imán para todos. Sus dotes de comunicación y empatía, su energía desbordante la convertían indefectiblemente en reina de todas las fiestas y de los círculos sociales en los que se movía la pareja.
Fueron, además, capaces de conciliar sus responsabilidades profesionales con la estabilidad familiar: tuvieron tres hijos a los que dedicaban el tiempo suficiente para que la familia fuera auténticamente feliz. Las dotes organizativas de Elisa y, sobre todo, su experiencia en la niñez, contribuyeron sin duda a que fuera una madre excelente, capaz de organizar una vida familiar armónica y sin fisuras.
Aquellos tiempos en los que la niña Elisa no podía estudiar por falta de dinero quedaban muy lejos. También quedaron atrás las penurias de la familia, ya que, con mucha generosidad, Elisa se encargó de ayudar a sus padres y a sus hermanos para que tuvieran una vida más fácil sin tener que abandonar la isla en la que siempre habían vivido. Había conseguido todo lo que siempre había soñado. La historia de Laura era su historia. Y, sí, se sentía orgullosa de lo que había construido.
Cuando la vida parecía sonreír completamente a la pareja, la muerte se cruzó de forma inesperada en su vida. Ricardo murió en un accidente de coche. Ese episodio marcaría para siempre la vida de Elisa, pero no quebraría su fuerza de voluntad y su titánica capacidad y trabajo.
Después de unos meses de depresión, en los que, en algún momento, se planteo dejar todo y vender tanto Smiling Centers como los negocios de su marido, recobró fuerzas y decidió tomar las riendas. Buscó un socio para el negocio hotelero y empujó el crecimiento de sus clínicas con un sistema mixto de franquicias y clínicas en propiedad.
Su espíritu de superviviente la llevó a abandonar Barcelona. Trasladó sus oficinas centrales a Madrid, donde tenía ya dos clínicas, además de un grupo de buenos amigos que la acompañarían en su nueva etapa vital.
En Madrid Elisa encontró de nuevo la paz y, sobre todo, se reencontró consigo misma y con su fuerza interior.
El relato vital de Elisa desbordaba energía, fuerza, magia y vida por todos los poros.
Madrid era su nueva ciudad y el lugar donde encontró un nuevo amor, un empresario italiano, Enrico, con el que emprendió un viaje para dar la vuelta al mundo. Si de Ricardo había aprendido todos los secretos para ser una excelente empresaria, al lado de Enrico conocería los cinco continentes y una etapa de grandes emociones. Desafortunadamente, en la mentalidad de Enrico no había enraizado el respeto por la vida profesional de su pareja, motivo por el que Elisa decidió, a los ocho años, separarse.
En realidad, Enrico, desde el primer momento, no había aceptado con naturalidad la independencia de su mujer. Elisa estaba por completo entregada a su trabajo y a sus responsabilidades y muy alejada del pequeño círculo de amigas que llenaban sus agendas sociales de mercadillos benéficos y cócteles de lo más anodinos.
Yo asistía al relato de Elisa entre interesado y divertido. La verdad es que ese día lo pasé en grande. No es muy frecuente que alguien sepa contarte su vida con tanta seguridad, sinceridad y, a la vez, con tal sensibilidad. Elisa no se había limitado a vivir: había devorado la vida bocado a bocado. Se sentía satisfecha y orgullosa de lo que había vivido y la forma en que lo había hecho. Impresionaba su enorme deseo de seguir viviendo y aprendiendo: a cada rato me contaba un proyecto, las ambiciones que había repuesto en las carreras de sus hijos…
“Ahora, dijo, toca hacer otra cosa. He de hacer un cambio que me permita disfrutar más de la vida”. En definitiva, tenía que delegar la gestión de su empresa y dedicar sus energías a otros proyectos.
Entramos en materia: primero, analizamos sus fallidos intentos para delegar la gestión de la empresa. Le pregunté cómo había seleccionado anteriormente a sus directores generales y qué se esperaba exactamente de ellos. De forma muy sincera confesó que en todos los casos había entregado la dirección de su empresa a personas conocidas porque no se fiaba en absoluto de la capacidad de un desconocido para gestionar su «joya». Por otro lado, admitió que, con cada nuevo director general, ella se había comportado de forma dominante y había impedido al director de turno actuar de forma autónoma. Un error muy común en muchas empresas familiares, especialmente pymes, cuando se enfrentan a la difícil tarea de profesionalizarse y dotarse de unos procesos de gestión más estructurados.
En cualquier caso, lo que sí había que reconocer era el enorme mérito que tenía Elisa al haber construido y mantenido con éxito durante años su empresa sin contar con la formación necesaria y con la única ayuda de algunos directivos que no alcanzaban la categoría senior. Aquello parecía realmente un milagro. Su gestión artesanal, a pesar de las limitaciones, la habían llevado a construir una empresa de 18 clínicas con una plantilla 250 empleados y una facturación anual de 60 millones de euros. Podía sentirse orgullosa. Pero una cosa es la gestión que puede llevar a cabo una empresa que decide organizarse de esta forma y otra, optar a un proceso de crecimiento mayor y por medio de un equipo directivo, que es lo que realmente necesitaba Elisa para poder dar el gran salto y alejarse de la toma de decisiones diaria.
Un excelente equipo directivo es un sistema que tiene que funcionar al máximo y con la total confianza del dueño o de los accionistas. Hasta la fecha, Elisa nunca había depositado esa confianza en sus directivos. Un equipo directivo de alto rendimiento es mucho más que una relación de nombres con un curriculum vitae lleno de éxitos y de logros. Los comités de alto rendimiento –hacia los que cualquier empresa debe tender– son equilibrados y alineados que combinan experiencias diversas, con la suma de las habilidades y las capacidades de sus componentes y orientados hacia los objetivos estratégicos de las empresas a las que sirven.
Elisa nunca había contratado a nadie que estuviera completamente alineado o que sintiera la empresa como su proyecto. Tampoco se había preocupado por evaluar las competencias personales y profesionales de sus candidatos. Se había fijado más en la confianza personal y en las referencias de amigos. El proceso de selección no había sido nunca realmente exhaustivo.
Dediqué mucho tiempo a explicar a Elisa que procesos debería seguir, a partir de ahora, para seleccionar a sus ejecutivos. En un segundo momento trabajaríamos en definir su rol dentro de una organización más profesionalizada donde cada directivo trabajara por objetivos bien delimitados y con un sistema de evaluación de desempeño que permitiría dar continuidad a la visión de Elisa y haría posible que todo el mundo en la empresa cumpliera con su misión, reafirmando los valores de la empresa.
La “Factoría del Alma”
No dedicaré más tiempo a explicar cómo discurrieron las siguientes sesiones en las cuales entrené a Elisa para ser presidente de su empresa, estoy seguro que todos habréis entendido que fue una tarea fácil. Elisa era una auténtica “esponja”, dotada de un pensamiento lateral desbordante: su capacidad de trabajo no conocía límites y en pocos meses dio la vuelta a la empresa. Contrató a un director general con la ayuda de un headhunter y en poco tiempo dejó las operaciones para dedicarse por completo a responsabilidades representativas e institucionales. Además, empezó a trabajar de una forma mucho más estructurada su faceta solidaria creando una fundación.
Elisa había colaborado con diferentes ONGs a lo largo de los últimos años y muchos de los beneficios de su empresa los había destinado a diferentes causas. Sin embargo, necesitaba que su empresa saliera beneficiada de esta labor: quería involucrar a todas sus clínicas y a todos los empleados en este proyecto para que la solidaridad fuera uno de los valores más importante de la compañía. Era su manera de dar las gracias a la vida por la suerte que había tenido y compartirla con los más desfavorecidos. Elisa quería que yo la ayudara a trabajar en un proyecto global para involucrar a sus empleados sobre la base de una Responsabilidad Social Corporativa. En su rápido crecimiento, la empresa no había tenido tiempo para crear una cultura corporativa, y unos valores definidos ni para crear un alineamiento entre todos los directivos y, especialmente, entre los gerentes de las diferentes clínicas, la mayoría, franquicias.
Muy pronto empezamos a trabajar en este nuevo reto y le hablé de nuestros proyectos de «La Factoría del Alma», que están basados en tres pilares fundamentales: diseño y organización de experiencias situacionales, coaching y formación y solidaridad.
Para explicar en que consisten estos proyectos mostré a Elisa uno de los lemas de Padula & Partners: «Para ser un buen profesional, ante todo hay que ser buena gente. Mi ambición, en mis más de 20 años de carrera en consultoría, es la de haber ayudado a mis clientes a seleccionar y desarrollar a las mejores personas del mercado. En la calidad humana reside el secreto del verdadero talento».
Elisa estaba totalmente de acuerdo con ese mensaje. De echo, toda su vida había perseguido lo mismo: alcanzar el éxito siendo cada vez mejor persona. La realidad es que justamente por esto necesitaba llevar la empresa a otro estadio, hacer de la labor social uno de sus pilares fundamentales.
– ¿Qué son los proyectos de la Factoría del Alma?– me preguntó con curiosidad.
La emocionalidad de las personas define el ALMA de las organizaciones en las que trabajan. Parece una obviedad y, sin embargo, no es habitual centrar un proceso de formación, análisis o desarrollo en la emocionalidad de un equipo, porque se considera que forma parte del ámbito personal del individuo y, por tanto, no es susceptible de medición, valoración o mejora. Desde el principio, en Padula & Partners estamos convencidos de poder cambiar este paradigma rancio y obsoleto. Las emociones nos acompañan en cada momento y, por lo tanto, forman parte de nuestro rendimiento profesional, nuestras decisiones, nuestra motivación y nuestra capacidad de relacionarnos en el entorno laboral, especialmente a la hora de liderar equipos.
El mundo de la empresa vive momentos muy complejos, de continuos cambios. Para mí era muy importante que Elisa entendiera que la suya no era una excepción, era una de las muchas empresas que en algún momento se planteaban –o estaban obligadas– a realizar un cambio importante de organización, estrategia y especialmente de valores. Los cambios son los que generan grandes oportunidades e importantes retos. Son muy frecuentes los grandes procesos de fusión, adquisición o reorganización estratégica, como en este caso. Así mismo, los procesos de expansión y crecimiento que muchas firmas exitosas deben afrontar entrañan un relevante cambio cultural para el que las personas rara vez están preparadas. Por su impacto en la emocionalidad de las personas que las integran, dichos procesos suponen un alto nivel de riesgo y desgaste en el alma de las organizaciones. Por esta razón creamos, en Padula & Partners los proyectos de la Factoría del Alma, cuyos objetivos estratégicos se pueden resumir en:
– ACTUAR precisamente sobre el ALMA de las organizaciones, en la emocionalidad de su gente. La Factoría del Alma tiene como objetivo el acompañamiento, orientación y preparación de los profesionales que dirigen las organizaciones en sus momentos de mayor complejidad, ya sea a niveles de dirección o del área funcional de Recursos Humanos. Precisamente este era el momento de trabajar con Elisa en este sentido. En su empresa habían pasado muchas cosas y en muy poco tiempo. Por un lado, había un nuevo director general que iba a rediseñar completamente los procesos de negocio y la organización de la empresa. Por el otro, la creadora de la empresa había decidido dotar de alma a su empresa: juntar todas las emociones y vivencias que la habían llevado al éxito para trascender a otro nivel donde todos fueran parte de un sueño.
– Otro objetivo de nuestro proyectos es DEFINIR un nuevo paradigma de relación con el trabajo, con el entorno personal y profesional que nos rodea, con los compañeros, la familia, el negocio. Una evolución que ayuda a nuestros clientes a cubrir sus necesidades más inmediatas en el trabajo y la vida diaria, trabajando específicamente en la adaptación a los cambios, personales y profesionales, en la toma de decisiones, etc. Una necesidad de Elisa, pero también de todos sus empleados.
– Queremos también ACOMPAÑAR a las empresas en los procesos de transformación como guías experimentados. Como consultores, aportamos una visión estratégica externa, objetiva y cualificada, basada en años de colaboración con todo tipo de modelos organizativos en los más diversos entornos sociales y sectoriales, y en procesos complejos donde resultan especialmente valorables la experiencia y una visión independiente y pragmática. Elisa se había resistido a recurrir a consultores externos y profesionales desconocidos por desconfianza,pero había llegado el momento de cambiar y lo estaba haciendo sin titubeos, con gran energía y fuerza, como todo lo que emprendía.
En estos proyectos lo que intentamos, en definitiva, es trascender. La Responsabilidad Social Corporativa no es hoy en día una opción, ni siquiera un elemento de valor añadido: ha pasado a convertirse en un elemento imprescindible para la reputación y la credibilidad interna de las organizaciones. Nuestros proyectos, en muchas ocasiones, aportan una dimensión solidaria en materia de cooperación internacional y con asociaciones benéficas y ONGs en general. En el espíritu de los proyectos que realizamos, deseamos generar siempre un legado solidario que beneficiará a una ONG de la inversión financiera y el esfuerzo de participantes y coaches. Parte de la facturación se suele dedicar a un proyecto solidario, que de hecho puede contribuir a los proyectos de RSC en los que nuestros clientes estén o se sientan involucrados. En realidad Elisa llevaba toda su vida donando dinero a diferentes organizaciones, pero en ningún momento se había fijado un objetivo de empresa o lo había introducido como elemento de RSC. Para muchos de sus empleados su filantropía era parte de su personalidad y su manera de “limpiar» su imagen de nueva rica, una percepción que Elisa odiaba y que ahora tenía la oportunidad de cambiar.
Estuve repasando con Elisa alguno de los proyectos más interesantes que habíamos realizado y con los que habíamos decidido dar un paso más hacia lo que nosotros llamamos el COACHING SOLIDARIO a través de las “Experiencias del Alma”. Las “Experiencias del Alma” se caracterizan por añadir a sus objetivos empresariales, ya sean de formación, coaching, etc, un carácter y un objetivo eminentemente solidario, ayudando a otros a cubrir las necesidades más básicas de personas y grupos sociales desfavorecidos. Las “Experiencias del Alma” pretenden ser un puente entre los negocios y los valores humanos de la SOLIDARIDAD.
Elisa estaba emocionada con el proyecto y me dio carta blanca para prepararlo. La única pauta que nos marcó fue el lugar en el que habríamos de celebrar el evento. Quería que fuera un sitio sencillo, sin lujos, cálido y donde todo el mundo pudiera sentirse como en su casa. Su deseo encajó muy bien con el tipo de emplazamientos que solemos elegir. En este caso iríamos a Alcuneza, pueblo de la sierra de Guadalajara, a pocos kilómetros de Sigüenza. Un sitio mágico que impresionaría a Elisa y a su equipo.
Los 25 participantes llegaron al hotel sin tener la más mínima idea de qué iban a hacer ni de las experiencias que les íbamos a proponer. En una empresa en la que, en muchos años, no habían tenido nunca la oportunidad de coordinar acciones con el resto de colegas y en la que los directivos –y especialmente los dentistas franquiciados– no habían participado activamente en la organización de la empresa, este era un momento de gran relevancia.
Después de registrarnos en la recepción del hotel, nos sentamos todos alrededor de la chimenea. Romper el hielo es clave en estos proyectos y la calidez del entorno ayuda mucho a crear vínculos de confianza, máxime en equipos que comparten experiencias por primera vez. Cada uno se presentó con la idea de dar una foto completa de sí mismo y con la libertad total de profundizar en los aspectos de su carrera y de su vida que deseara. No solemos dar muchas indicaciones en este sentido, ya que únicamente se trata de conocer a las personas con las que realizamos el trabajo.
Muy pronto quedó muy evidente la enorme carga humana de los 25 ejecutivos de Smiling Centers. Con muy pocas excepciones, todos estaban tremendamente motivados y cada uno se sinceró desde el primer momento sin muchos tapujos, dejando claras las razones que los habían llevado a trabajar en la empresa y a compartir con Elisa su sueño profesional. Muchos de ellos habían vivido otra experiencias empresariales y, sin embargo, todos reconocían –incluso los franquiciados– el enorme sentido de pertenencia que sentían respecto a Smiling Centers, pero, sobre todo, el sentimiento de lealtad hacia Elisa. Fueron muchas horas de risas, emociones, alguna lágrimas y muchas experiencias en las que todos pusieron por primera vez cara y corazón a colegas que, hasta ese momento, eran unos completos desconocidos. Estaban preparados para dar mucho más de sí. Estaban hambrientos de medirse a retos más ambiciosos.
A la mañana siguiente, con mis consultores, trabajé una a una a las competencias más importantes que las empresas modernas esperan de un líder y, una vez concluida la parte más teórica, pasamos el relevo a los participantes en la experiencia para que realmente pudieran crear la nueva Smiling Centers, aprendiendo por el camino a trabajar en equipo.
Como dijo Michael Jordan, «El talento gana partidos, pero es el trabajo en equipo el que gana los campeonatos»
Los dividimos en cuatros equipos de trabajo formados por seis personas. Los equipos, identificados por colores (rojo, azul, amarillo y naranja), se enfrentarían al reto de diseñar un proyecto solidario que pudiera por sí mismo ser la representación solidaria de seis valores de empresa que, de ahora en adelante, representarían la columna vertebral y emocional de la empresa. El nuevo director general pondría en marcha el rediseño de la organización y estrategia de la empresa desde los cimientos creados durante esta jornada. Cada equipo presentaría su propio proyecto solidario. Al final tomaríamos todos juntos la decisión de elegir el que mejor representaría los valores y el futuro de Smiling Centers.
Pero antes de dar rienda suelta al espíritu solidario de la empresa, necesitábamos consensuar los seis valores que mejor la representaban. Para que pudieran trabajar con más medios de los habituales, les instamos a elegir esos valores y a plasmarlos de forma diferente. El equipo rojo realizaría un cuadro que representaría los seis valores; el equipo azul los plasmaría en un poema; el amarillo haría de ellos una receta y el naranja, una escultura, empleando para ello cajas vacías de medicamentos usados por las propias clínicas dentales. El salón del hotel se trasformó al instante en un enorme taller donde fluía la creatividad. Lo más importante en todo este proceso fue la actitud con la que todos trabajaban, sin crear barreras de ningún tipo y dejándose la piel para conseguir el mejor resultado posible.
No se trataba de crear una obra de arte digna de un museo ni de cocinar la receta del siglo o escribir un poema digno de premio, sino de compartir emociones y crear los valores de la empresa con un ejercicio que no fuera solo racional, sino emocional y sensato, que traspasara los limites de lógica. Los valores de empresa que salieran de aquella sesión conformarían el alma de la «nueva» organización. A pesar de la falta de experiencia en cada una de las disciplinas artísticas, el resultado no estuvo nada mal. El equipo rojo realizó un cuadro muy sencillo representando un arco iris enorme y redondo, sin fin, en el que cada color representaba un valor y en el séptimo, el central, se situaba el equipo, la empresa. El equipo azul presentó su poema “La sonrisa es nuestra alma”:
«En la lógica de números infinitos y ambiciones sin limites está nuestra vocación por la verdad y el servicio”.
Queremos que el mundo sea mejor y que nuestros clientes y amigos encuentren nuestros consejos de una manera sincera y transparente, ofreciéndoles las alternativas que mejor se adecuen a sus necesidades y sus posibilidades económicas.
Nadie puede quedarse fuera de una sanidad que es para todos.
Trabajamos en equipo como profesionales, dándonos soporte mutuo, logrando alcanzar el éxito en cada trabajo para garantizar la satisfacción total del paciente y de sus hijos.
En el momento de mediocridad que rodea nuestras vidas, la excelencia es el camino del éxito y de la felicidad que llevará a un futuro mejor…¡Para todos!
Calidad y Excelencia. Sinceridad y orgullo. Eficiencia y calma.
Nuestros clientes son la razón de ser de todos nosotros.
La sonrisa de todos es el regalo más grande y la misma razón de ser de los que con el alma nos dedicamos a la salud.»
El Equipo amarillo presentó la receta de una paella mientras que el naranja nos sorprendió con una escultura abstracta de gran belleza en la que había pintado, en color rojo, seis lemas: Sinceridad. Trabajo en equipo. Excelencia. Responsabilidad. Sensibilidad. Transparencia.
Todos se sentían orgullosos del trabajo realizado y mis consultores y yo estábamos realmente emocionados con el resultado, más aún con el esfuerzo que habían hecho para crear en tan poco tiempo valores fuertes en un contexto artístico. Surgieron muchos valores, pero casi todos coincidieron en algunos que muy pronto destacamos por escrito y que serían la base sobre la que elegiríamos un proyecto solidario, el legado final de nuestro día de trabajo en Alcuneza y el compromiso con la empresa y el mundo. Elisa, que hasta a ese momento se había mantenido al margen –al igual que los 25 directivos de Smiling Centers–, quiso repasar uno a uno los seis valores elegidos:
1. Sinceridad.
2. Trabajo en equipo.
3. Calidad y excelencia en el servicio al cliente.
4. Eficiencia y eficacia.
5. Responsabilidad y vocación de servicio.
6. Sensibilidad.
Una vez elegidos los seis valores, había llegado el momento más entrañable y el más esperado: elegir la experiencia del alma que daría sentido solidario a nuestra estancia en Alcuneza y valor social a la nueva dimensión de empresa. Todos eran conscientes de que, además de ayudar, con la solidaridad alcanzaríamos otros objetivos importantes para cualquier empresa:
– Mejorar la imagen y reputación corporativa.
– Motivar y generar orgullo de pertenencia entre los empleados.
– Demostrar el compromiso social y ambiental de la empresa, hacia los clientes y hacia los propios trabajadores.
– Conseguir mayor repercusión en los medios de comunicación que con otro tipo de acciones más caras y de menor relevancia social.
– Diferenciación con la competencia, dado que todavía no hay muchas empresas que realizan este tipo de acciones solidarias.
– Ayudar a despertar el alma de la empresa.
Antes de que los cuatro equipos se pusieran a trabajar en la experiencia del alma de la empresa, Elisa quiso dejar claro que no pondría ningún limite económico a los proyectos que pudieran salir de Alcuneza. Finalmente consensuarían el proyecto solidario que mejor representaba los valores elegidos, sin tener en consideración su coste financiero.
Lo cierto es que la decisión resultó muy sencilla. A pesar de estar separados y sin ninguna aparente comunicación entre ellos, los cuatro grupos prepararon proyectos parecidos y alineados en torno a la naturaleza del negocio de Smiling Centers. Entre todos, decidieron que el proyecto consistiría en poner en marcha una clínica dental en Mozambique. Cada una de las clínicas se ocuparía, en diferentes periodos del año, de dar servicio gratuito a los habitantes de una aldea elegida entre las muchas que había en la zona más deprimida del país. Elisa conduciría el proyecto como presidenta de la ONG y se dedicaría a promocionarla para recaudar más fondos de los que la misma empresa destinase. Sería su proyecto estrella.
En los 18 meses que han pasado desde la “Experiencia Solidaria de Alcuneza”, las clínicas Smiling Centers han crecido de forma exponencial. Pedro Barriuso, su director general, ha conseguido ganarse la confianza de Elisa, incrementar el volumen de facturación de la empresa y convertirla en una referencia en el mercado.
Los esfuerzos de Elisa, volcados en la fundación y el proyecto en Mozambique, han llevado a toda la organización a vivir su trabajo como un autentico lujo. Los días que cada empleado pasa cada año en África representan un momento de disfrute solidario. Elisa (como su alter ego, Laura) es ahora feliz y más niña que nunca.
La solidaridad es el valor que nos da la capacidad de ayudar a los demás cuando más lo necesitan y esto nos hace más humanos porque –ya lo decía la Madre Teresa de Calcuta– el que no vive para servir no sirve para vivir