MOCIÓN DE CENSURA: ACTO PRIMERO
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EURICO CAMPANO
El gran drama para Podemos, en este primer acto de su representación parlamentaria, es que las peores expectativas se han cumplido. Y que la suerte de la moción de censura -diseñada para un escenario en el que Susana Díaz, y no Pedro Sánchez, fuera ya líder ‘in pectore’ del PSOE- se ha decidido a los pocos minutos de arrancar la eterna sesión que nos ha tocado vivir en la Carrera de San Jerónimo este martes 13 de junio.
MONTERO: PRIMER PINCHAZO
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Torpeza sobra torpeza, Podemos diseñó un esquema de ‘poli bueno’ y ‘poli mala’. Un debate en el que Irene Montero comenzara ‘abriendo boca’ con durísimas acusaciones hacia el presidente del Gobierno para que, posteriormente, llegara el ‘hombre de Estado’, Pablo Iglesias, con pretendidas maneras de un Felipe González redivivo, a lo 1980 contra Adolfo Suárez, y esbozara la receta mágica para sacar a España del marasmo de postración, de injusticia y de corrupción en el que, según parece, se encuentra.
El problema es que la telonera utilizó tanto tiempo y munición tan gruesa durante los primeros minutos que consumió toda la artillería, dejando al ejército podemita enseguida a merced del eficaz soldado Rajoy. Y eso que la primera soflama durÓ…¡dos horas! Rajoy, fiel a su costrumbre que lleva más de tres décadas sin fallarle, no tuvo más que esperar a que su inicial contrincante se consumiera en sus primeras brasas. Y es que es muy difícil subir el tono y la articulación de un discurso en el que ya desde un principio has acusado al presidente de ‘machista, saqueador, franquista’… y has definido a España al estilo Guardiola, casi como un régimen oprimido, como una colonia de Alemania que vive poco menos que en un Estado de Excepción.
Rajoy: la pólvora justa
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Rajoy, eficaz parlamentario donde los haya, no cayó en la trampa de ningunear Montero. Y subió… vaya que si subió a la tribuna, para responderla. Y se tomó su tiempo. De esta forma, tan obvia, desplazaba y relegaba a un segundo plano la que se suponía la intervención estelar, la de Iglesias. Para esa hora, muchos diputados ya consultaban sus móviles, ajenos a la sesión parlamentaria -incluso alguno de Podemos jugaba al Candy Crush- y era evidente que a Iglesias le iba a resultar casi imposible retomar la iniciativa de su propia ‘moción-trampa’… Trampa para él, claro.
Los errores de Pablo.
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Iglesias erró en un montón de factores. Limitémonos a señalar varios. En primer lugar, leyó demasiado. Algo inusitado en un tipo como él, tan fajado en debates televisivos y asambleas de toda laya. Cometió ese error, sí, ese error, que tanto se ha criticado a Rajoy. En segundo término, ofreció una ‘lección de historia’ que, en algunos momentos, resultó sonrojante para muchos parlamentarios y para millones de españoles que contemplaban atónitos como Iglesias, a punto de cumplir los 40, disertaba sobre Cánovas, Sagasta o Silvela… como si los hubiera descubierto anteayer. Con razón me advertía un antiguo maestro: ‘huye de los que aprenden inglés ya de mayores y pretendan explicártelo’. Algo así parecía ocurrirle a Iglesias. El tercer y más grave error fue su falta de credibilidad. Como a los malos actores, a Iglesias se le notaba forzado en un papel que no era el suyo. No es tan fácil transitar a tanta velocidad entre el antisistema que fue y el estadista en que pretende convertirse. Y a Pablo se le notaba mucho. Sus constantes apelaciones a España, intentando llenarse la boca con una perfecta vocalización sonaban hueras en alguien que sigue sin tener clara su posición sobre Cataluña y el ilegal referéndum soberanista, por mucho que lo explique.
Un eterno discurso ante el que Mariano Rajoy no tuvo más que recoger los pedazos: ‘Sería letal para España que usted gobernase, señor Iglesias’. Para cuando el presidente del Gobierno pronunció esa frase, que sí que resultó letal para Iglesias y los suyos, el fracaso de la iniciativa parlamentaria de Podemos, ya estaba rematado por completo. De momento, por utilizar términos boxísticos, Rajoy ganó a los puntos la primera sesión. Y no solo él; en las sobras se perfilaba otro gran vencedor, que no estaba ni presente en el debate pero seguro que lo observaba complacido: Pedro Sánchez. Si el objetivo de Podemos, además de Rajoy, era colocar una mina parlamentaria a los socialistas -que desde las primarias del 21 de mayo no paran de crecer en sus expectativas demoscópicas- aquí también, los morados, han errado el tiro.