PIERO, HISTORIA DE UN POLÍTICO GAY QUE QUERÍA SER FELIZ

                                   EL COACHING DEL PELUCHE ROSA

Capítulo II

 

 

LA CASTA ITALIANA Y EL MILAGRO ESPAÑOL

Piero Greco es un político italiano de mucho éxito. Con clara vocación política desde muy joven, tuvo la oportunidad de ser concejal con tan solo 26 años, cosa poco común en un país donde siempre ha sido muy complicado alcanzar puestos de responsabilidad en cualquier ámbito, público o privado, sin canas.

Con treinta y dos años era ya diputado y, en 2005, uno de los candidatos más firmes para ser Alcalde de una de las mayores ciudades de Italia.

A su vocación y éxitos políticos hay que añadir que Piero era un abogado muy bueno, tenía muy buena presencia y estaba considerado por parte de la opinión pública como uno de los personajes que mejor representaban la juventud italiana y el deseo creciente de reformas sociales y políticas en un país tocado por la corrupción y con una herencia de descrédito difícil de eliminar.

Había oído hablar mucho de él a los amigos que ambos teníamos en común. Sin embargo, nunca había tenido la oportunidad de conocerle personalmente… hasta que, en vísperas de la Navidad de 2005, coincidimos de forma totalmente casual en casa de Veronica, una buena amiga de los dos, para celebrar su fiesta de cumpleaños.

La casualidad o la suerte quisieron que Piero y su amigo Lorenzo se sentaran a mi lado.

De forma inesperada, la cena fue una de las más interesantes que había disfrutado desde hacía mucho tiempo. La heterogeneidad de los invitados y la simpatía desbordante de Veronica, que había decidido celebrar por todo lo alto sus 40 primaveras, hicieron que muy pronto se creara un ambiente fantástico en el que todo el mundo quiso pasarlo en grande.

Después de habernos conocido y haber hablado de mil cosas diferentes, empezamos a tener unas charlas casi infinitas sobre la situación política italiana y, aprovechando mi presencia, fueron constantes las comparaciones que todo el mundo se atrevió a hacer entre la política italiana, vista desde siempre como rancia, corrupta, como un reino de castas, y el éxito, la ola de modernidad y las conquistas en materia de libertades sociales que, en ese momento, tenían lugar en España, el país de moda en la Unión Europea.

Todos sabían que, desde hacía más de quince años, vivía en Madrid. El milagro económico español, y especialmente las reformas sociales puestas en marcha por el gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero, pronto se convirtieron en el plato principal de la cena. Piero y la mayoría de los invitados eran de izquierdas, y ese viento de reformas, entre las cuales destacaba por notoria la ley de matrimonio homosexual, se veía desde Italia como algo extraordinario y, desafortunadamente, como una utopía para un país dominado por conflictos de poder sin límite, secuestrado por Berlusconi y sus escándalos, que nos hacía sentir vergüenza frente a la opinión pública mundial.

El milagro español y el fantasma de Zapatero me convirtieron de forma totalmente inesperada en el protagonista de aquella cena.

Sinceramente, yo compartía solo en parte la envidia con la que los comensales miraban a la situación española. Con mis comentarios intentaba abrir sus mentes a otros aspectos menos positivos de la realidad española: paro, problemas autonómicos, pobreza de una parte importante de la población y un largo etcétera de cuestiones graves que me hacían dudar mucho de ese milagro.

Un crecimiento económico que yo criticaba bastante porque era, desde mi punto de vista, fruto principalmente de una burbuja inmobiliaria que en ese momento todavía no había estallado y de un círculo vicioso especulativo que había llevado a bancos, políticos y empresarios a construir de forma salvaje por todas partes, destrozando playas y parajes extraordinarios y, de paso, enriqueciéndose de una forma –luego lo hemos visto– poco ética, mientras hipotecaban el futuro de las siguiente generaciones con un legado de paro y pobreza y arrastraban al país a un desmoronamiento social que no hemos tardado mucho en observar en su más cruda realidad.

Mis intentos por relativizar la bondad del modelo español no llegaron a ningún lado y, a la hora del postre, yo tenía la sensación clara de estar representando la imagen de los logros de San Zapatero y de que me veían como la persona más afortunada de la tierra por vivir en el mejor país del mundo.

Para todos ellos, a pesar de los problemas que había subrayado, en España yo había tenido la oportunidad de vivir plenamente mi vida y disfrutar de unas libertades que en Italia se veían como inalcanzables. Por otro lado, había podido realizar una carrera exitosa en otro país, donde –y en esto sí tenían razón– los sueños se podían alcanzar…¡a veces! Italia, en cambio, estaba y está sumida en una decadencia sin  fin.

Decía Indro Montanelli en sus memorias: “En Italia no hay que reformar los sistemas electorales ni las leyes ni las reglas. Hay que reformar a los italianos”. Ninguno de nosotros compartíamos las palabras del maestro del periodismo italiano. Para mí los italianos son lo mejor que tiene Italia, y lo fascinante de Italia está en su perpetua decadencia, que nunca acaba de ser decadente del todo. Lorenzo, amigo de Piero, apuntaba que Italia ha seducido al mundo desde el Renacimiento. Oscar Wilde, Goethe y muchos románticos del siglo XIX descubrieron la península por los sarcófagos del pasado, por la grandeza de la elocuencia, por los cánones de la belleza clásica. Italia está bien tal como está, aunque gobernar a los italianos no es que sea una tarea difícil: es inútil.

Desde 1945, Italia ha tenido 61 gobiernos. Parecía que había entrado en una etapa de cierta normalidad con la insólita aparición de Silvio Berlusconi, primer ministro durante seis años en dos legislaturas entre 1995 y 2006.

Italia ha marcado tendencia en Europa en muchas ocasiones. El fascismo fue precursor de algo mucho más perverso: el nazismo. La pugna entre el capitalismo y el comunismo no se libraba en la Alemania dividida, sino en la interminable lucha entre los democratacristianos y los comunistas.

Berlusconi inauguró un ciclo que se ha extendido en algunas partes del mundo democrático. Me refiero a la fusión del poder político, económico y mediático. Il Cavaliere era y es el hombre más rico de Italia, el que controlaba buena parte de los medios de comunicación y, al mismo tiempo, presidía el gobierno.

Pero su invento no perduró porque prescindió de la aportación de otro italiano, Maquiavelo, que sabía muy bien cómo gestionar el poder considerando a los hombres como una mezcla de miserias y debilidades que había que administrar.

Berlusconi se hizo con todo el poder y tropezó con los jueces y con los periodistas, a los que pretendía tener comprados. Se aliaron y le apartaron del gobierno a pesar de su inmenso poder. Entonces llegó Prodi; luego, de nuevo Berlusconi, todo en un baile de derecha a izquierda que se prolonga hasta hoy entre discusiones, continuas crisis de gobierno y permanentes incógnitas sobre el futuro político del país. Opinan los especialistas europeos que Italia necesita la reforma que nunca ha querido acometer. No la van a hacer porque los italianos saben vivir en crisis permanente sin que sus vidas se alteren demasiado. Vuelven a estar casi en plena decadencia, pero nunca son decadentes.

Con cierto orgullo, en esa cena expresé mi opinión de que, a pesar de todo, lo italianos somos capaces de vivir en esa situación de falta de estabilidad gubernativa como nadie. Los empresarios, en realidad, son la fuente de la riqueza de Italia y, a pesar de todo, siguen construyendo una economía que se mantiene como la séptima del mundo. Una situación así no podría sostenerse en España, Francia, Alemania o Gran Bretaña. Pero sí en Italia, donde el Estado es muy frágil y los italianos se ocupan de que lo siga siendo. Es como si la fragilidad del Estado representara al mismo tiempo su punto débil y su fortaleza. Sin embargo, en Italia todos tenían la sensación de que no había cabida para las ambiciones, los sueños y las ilusiones. Un halo de depresión social y de tristeza moral se había adueñado de la gente y cortado de cuajo casi todas las esperanzas de un futuro mejor. Desde fuera, es muy fácil hacer reflexiones como las que yo hacía y quedarse tan pancho. La realidad del día a día es muy dura y todos en esa cena sufrían sus peores consecuencias. La desesperanza era la palabra clave en boca de los comensales…, o de casi todos.

Porque Piero tenía muy claro que estaba en política para luchar con todas sus fuerzas y con todos sus medios con el objetivo de que las cosas cambiaran. No quería rendirse a esa hipoteca de corrupción, pobreza de ideales y falta de valores en los que había hundido el país la casta política. Piero sabía que él iba a ser alguien importante y que muchos de los logros sociales de los que habíamos hablado –y de los que, como español de adopción, yo era un representante– llegarían antes o después también al Bel Paese. Por eso brindamos y, al apagar las velas, en la mirada feliz de Veronica quisimos ver la esperanza de todo esto. De repente, esa tarta y sus cuarenta velas representaron nuestro especial ritual de anhelo por un país mejor.

Piero, Veronica, Lorenzo, Gianni, Alessandro: vidas y esperanzas que se habían cruzado con la mía en esa noche de fiesta en la que me sentía feliz y, a la vez, un poco melancólico por haber pasado tan poco tiempo en Italia. La verdad es que estaba un poco desconectado de mis amigos italianos. Conscientemente había renunciado a ellos para ser más libre. Tenía la sensación de que a todos ellos les faltaba la posibilidad de ser ellos mismos, de vivir en plena libertad, de amar a quien les diera en gana y de la forma que cada uno eligiera. Esa envidia que me mostraban era envidia sana. Apreciaban mi libertad y admiraban mi valor por haber abandonado mi pueblo para buscar la suerte en otro lugar  donde, por pura intuición, un día pensé que podía ser mucho más feliz.

El día que cogí mi maleta y viajé hacia Madrid decidí huir de las miserias de mi país, ya que tenía la sensación de que, si me quedaba, hubiera tenido que seguir aguantando esa limosna de sentimientos, amor y respeto que todavía hoy día significa el ser homosexual en Italia. Mientras escribo estas páginas aún me llega el eco de la noticia del suicido de un chico de catorce años que se ha tirado por la ventana desesperado y rechazado por sus compañeros de clase. Es el tercer suicidio de un adolescente en menos de nueve meses. Algo terrible que ha llevado el tema de la homofobia a estar cada vez más en la prensa y ser objeto de diferentes discusiones parlamentarias. Yo mismo, a veces, mientras cruzo las calles de Milán y Roma con mi pareja, casi siempre cogidos de las manos, me doy cuenta de que la muchedumbre se abre conforme vamos avanzando: todo el mundo se aleja y te mira con recelo o, al menos, con extrañeza. Hoy, ser gay en Italia todavía es muy duro. Luchas contra un clima que dice que estás sucio, infectado, que quién sabe qué cosas horribles haces en la cama o fuera de ella.

El colectivo gay italiano denuncia «una caza de brujas desde las instituciones». El Parlamento italiano tumbó hace poco una ley contra la homofobia, que, en Italia, no está tipificada como delito. El Congreso cerró por vacaciones dejando en suspenso la aprobación de un proyecto de ley que lo introduce. “Estos episodios solo representan la punta de un iceberg, síntomas de un sufrimiento general. Necesitamos un cambio cultural, sobre todo, pero la política debe marcar el camino, la dirección», evalúa Franco Grillini, presidente honorario de la mayor asociación para los derechos de homosexuales y transexuales, Arcigay.

Esa noche todos mis amigos veían en mi cara el reflejo de una libertad buscada y encontrada. La huida que yo había emprendido la celebraban por todo lo que representaba. Ellos seguían viviendo en un país donde ser gay continúa siendo un problema enorme para una opinión pública anclada al pasado.

Veronica y Piero quisieron acabar la cena sacando una buena botella de limoncello helado. Tomamos uno, dos, a lo mejor diez chupitos y acabamos medios borrachos tirados junto a la chimenea y hablando ya de frivolidades y tonterías. Ya estábamos cansados de hablar de cosas serias, queríamos celebrar a Veronica, su alegría y sus ganas de vivir.

Veronica es una diseñadora de moda de mucho éxito y, con el tiempo, ha creado su propia marca de ropa femenina. Sus éxitos y su olfato de empresaria la han llevado a abrir muchas tiendas en Italia. Yo la había ayudado en la organización de su empresa, y a montar un mínimo de procesos de negocio y a desarrollar la red de agentes comerciales que llevaban la distribución de la marca. Había sido desde el principio su coach y su mentor.

Piero sabía lo que yo había hecho por ella y cuál era mi trabajo. Sin embargo no tenía ni idea de en qué consistía realmente. Por esta razón, y ya preparándonos para abandonar la casa de Veronica, empezó a preguntarme sobre mi empresa y mi profesión de coach y headhunter.

COACHING POLITICO

La verdad es que desde el principio admitió que ignoraba por completo qué era el coaching y que no conocía en profundidad el mundo de la empresa privada, mucho menos el de la gestión de los recursos humanos. Tenía muchísima curiosidad por aprender algo más y por conocerme mejor. Por esta razón, al despedirnos decidimos quedar el día siguiente en la plaza del pueblo para tomar un aperitivo y seguir hablando de mi trabajo. Piero sentía mucho interés por el tipo de vida que yo llevaba en España y por cómo funcionaban la administración pública y el mundo de la política. Estaba fascinado por España y pensaba que conocer algo más de la izquierda española y de sus reformas podía ayudarle a ganar las elecciones.

La curiosidad y la vehemencia de sus preguntas fueron tan directas que me hicieron dudar si Piero deseaba conocer mi trabajo o imitarme y huir de Italia. Pero Piero no quería huir, no deseaba, ni mucho menos, dejar sus sueños profesionales y su carrera. Muy pronto me dejó claro que quería trabajar conmigo y contarme su vida y sus inquietudes. Necesitaba a alguien que le acompañara a encontrar la mejor manera de compaginar su vida profesional con la personal.

Al día siguiente, sentados en un bar, Piero se sinceró y me reconoció que, a pesar de todos sus éxitos y de los muchos sueños que estaba cultivando, no sabía ser realmente feliz. Necesitaba hablarme de todo y sabía que yo era justo la persona a la que poder abrirse y con la que reflexionar mejor sobre su vida y su futuro. Más que por mi profesión, por mi experiencia de consultor, Piero estaba interesado en trabajar conmigo por el hecho de que ambos compartíamos los mismos orígenes y porque procedíamos del mismo estatus social.

Piero venía de una familia muy humilde. Había sido educado en un entorno comunista y en un ambiente rural donde cualquier tipo de inquietud que no tuviera que ver con el trabajo y con sacarse las castañas del fuego de forma honrada eran vistas –como me había ocurrido a mí también– como frivolidades frente a la necesidad de trabajar duro y ganarse la vida, dejando a un lado tonterías y sensibilidades inútiles. Un entorno donde tener la posibilidad de estudiar era considerado un lujo al alcance de muy pocos. Era una realidad dura, triste, a veces opresiva; la misma que me había empujado a huir años antes. Lo que a mí más me costó no fue tanto la falta de medios y de cierta estabilidad económica como la falta de cercanía emocional y el hecho de que la sensibilidad era vista como un síntoma de debilidad. A pesar de todo, Piero decidió no huir y buscar el éxito en su pueblo. Estaba orgulloso de ello. Era admirado por todo el mundo y a sus padres se les caía la baba cada vez que hablaban de su  hijo.

Piero estuvo hablando un buen rato sin parar. Era un tsunami de palabras, de experiencias, de anécdotas muy buenas sobre la vida y las experiencias que había tenido.

Después de una hora escuchando casi mudo la historia de sus éxitos y de sus ambiciones, le hice callar un segundo y le pregunté sin más:

– Si eres tan feliz, si estás tan contento con la vida que llevas, ¿por qué me necesitas? ¿Por qué te gustaría trabajar conmigo? ¿Cuáles son las áreas profesionales que quieres desarrollar?

La verdad es que su respuesta fue tan honesta como sorprendente. Lo que me planteó fue un proyecto completamente diferente a los que suelo realizar con políticos y representantes de la función pública. La noche anterior le había mencionado que mi trabajo había consistido en apoyar a profesionales de la administración pública para usar técnicas de gestión propias de la empresa privada. En dotar a los políticos de herramientas que facilitaran el desarrollo de sus funciones. Pero Piero no me necesitaba para conocer mejor la realidad de las empresas privadas, no necesitaba que le entrenara para ser mejor gestor de equipos y de recursos en general ni para ser mejor político. Piero me necesitaba para ser él mismo, para ser líder de sí mismo.

Piero necesitaba tener éxito y ganar las elecciones, pero quería conseguirlo sin mentiras, sin llevar una doble vida, sin dejar en ningún momento de hacer uso de su sensibilidad, de su corazón, de su parte más emocional. En pocas palabras, no quería renunciar a ser feliz. Tenía la sensación de haber renunciado a mucho para conseguir lo que tenía y había llegado el momento de vivir de forma más plena.

Piero me habló abiertamente de su homosexualidad. Durante toda la cena habíamos hablado mucho de sexualidad, de libertad sexual, de paridad de derechos entre parejas homosexuales y heterosexuales, etc. Su confesión no me sorprendió. Lo que yo no llegaba a entender era en qué podía ayudarle. ¿Por qué necesitaba mi ayuda y no la de un terapeuta o un psicólogo?

Una vez más, con mucha humildad y abriendo su corazón, Piero me explicó que hasta a ese momento había vivido una doble vida. Por un lado, una vida sexual sórdida y a escondidas, por el otro, una vida sentimental inexistente. Me reconoció que había dejado completamente al margen de su vida profesional e incluso familiar el hecho de ser homosexual: no había salido del armario. Nadie conocía su homosexualidad. Se había confiado a muy pocos amigos y la mayoría de ellos eran los que habían estado en la fiesta de cumpleaños de Veronica.

Piero quería trabajar conmigo la posibilidad de hacer pública su sexualidad de forma paralela al comienzo de la campaña electoral por las elecciones provinciales, y quería construir todo esto conmigo. Quería que el hecho de manifestar a las claras su sexualidad no supusiera un problema, sino todo lo contrario: que esto le ayudara a reforzar su marca personal. Necesitaba empezar a vivir su vida de forma completa. Quería dejar de ponerse máscaras hipócritas para enfrentarse a su electorado, a todos los que confiaban en él con su voto. Necesitaba mejorar su liderazgo carismático a través de la sinceridad y del reconocimiento público de su homosexualidad.

La verdad es que el proyecto me pareció extraordinario, un auténtico reto.

Como podéis imaginar, jamás había trabajado en un proyecto parecido y nunca había imaginado poder colaborar con un político,y menos italiano, en su campaña electoral. Pedí a Piero que me dejara unos días para pensármelo. Necesitaba volver a España, a mi casa, y entender si realmente era yo la persona más adecuada para ayudarle en su ambición de ganar unas elecciones políticas siendo abiertamente gay en Italia, la tierra del Papa, la tierra de Berlusconi y de los mil Gobiernos, la cueva de Andreotti –que en paz descanse–, la Mafia y la decadencia infinita.

Italia. La tierra de ese bunga bunga vergonzoso vivido por muchos Italianos como orgullo nacional y símbolo evidente de la virilidad del poder y de ese tópico tan italiano que Berlusconi, como otros políticos parecidos, escenificaban en el poder: lo importante para tener éxito es ser muy listo. De repente, un político quería enfrentarse a todo esto con la cara limpia, sin mentiras, sin hipocresía, gritando a los cuatros vientos que era gay.

Mi viaje de vuelta a Madrid fue muy raro. En mi cabeza y en mi corazón circulaban muchas emociones y sensaciones. Por un lado, estaba muy orgulloso por la confianza que Piero depositaba en mí para poder afrontar este reto. Estaba orgulloso de representar para él y para todos sus amigos a alguien que estaba viviendo y trabajando en lo que siempre había querido y con la libertad de ser uno mismo en todo momento y a cualquier precio. Por otro lado, entendía que la decisión que Piero quería tomar era muy complicada y no estaba completamente seguro de ser la persona más adecuada para ayudarle a conseguir su meta. A fin y al cabo, yo nunca he sido profeta en mi tierra. Nunca he tenido el coraje de quedarme en Italia y buscar allí el éxito y la felicidad. He huido de mi tierra, he dejado muy lejos los problemas que representaba; de forma cobarde, he pasado de intentar ser yo mismo en mi pueblo, al lado de mi familia. Por lo tanto, me preguntaba cómo podía ayudar a Piero a ser él mismo en su ciudad y, además, trabajando en un terreno tan complicado como es la política, más aún en Italia.

Tenía muchas preguntas y muy pocas respuestas, y como siempre cuando tengo que tomar una decisión difícil, me encerré en mi taller para pensar mejor rodeado de mis colores y mis lienzos. Mi deseo de aceptar un nuevo reto y de enfrentarme a los miedos y a las inseguridades de Piero  tuvieron más peso que el respeto que me infundía no haber trabajado nunca en un proyecto parecido.

Una de las cosas que más me ayudaron a tomar la decisión  fue una conversación que mantuve con algunos de mis mejores clientes en la política española. Todos –y se lo agradezco–, sin ninguna excepción, apoyaron mi decisión y, además, destacaron el valor de Piero al enfrentarse a una situación tan arriesgada y llena de amenazas. Uno de ellos, también homosexual, nunca había hecho pública su homosexualidad. Pero en su caso, no lo necesitaba: había conseguido ser feliz y llevar una vida de pareja normal sin salir del armario. Trabajaba en el Partido Popular y tenía muy claro que la realidad de su vida, si se hubiera hecho pública, le habría perjudicado, y no le daba la gana, cosa que siempre he respetado.

Una vez tomada la decisión, solo me faltaba hablar con Piero. Sin embargo, primero reflexioné bastante sobre cuáles iban a ser los hitos del proyecto y sus fases más relevantes.

Decidí que las sesiones no podían ser muchas: no disponíamos de mucho tiempo y, además, los compromisos de Piero eran tales que iba a resultar imposible dedicar más de cuatro sesiones durante los tres meses que faltaban para las elecciones.

Íbamos a realizar las sesiones de trabajo entre Madrid y Roma. Para que el proyecto tuviera éxito, consideré que empaparse de la realidad social y política española iba a ser muy determinante en nuestro trabajo. Además, de esa forma, Piero conocería mejor mi mundo, y eso le iba a ser de mucha utilidad por algunas similitudes –salvando las distancias– entre mi carrera profesional y la que habría de ser la suya.

Una última decisión que tomé fue la de cobrar por el proyecto de una forma completamente diferente a la que acostumbraba con mis otros clientes. La falta de experiencia en proyectos parecidos y la dificultad del mismo me hacían sentir más cómodo cobrando mis honorarios solo cuando el sueño de Piero de ser elegido se convirtiera en realidad. Cobraría solo en el momento del brindis por su triunfo en la noche electoral.

Conociendo lo rastrera que es la política en Italia, sugeriría a Piero pagar el coaching de su propio bolsillo. Ni su partido ni nadie debían hacerse cargo de ese contrato. Estaba seguro de que alguien podría sacar a la luz el tema y montar un escándalo por eso.

En líneas generales, los proyectos de Coaching Ejecutivo dirigido a directivos de empresas suelen correr a cargo de la empresa, en muy pocos casos el directivo paga de su bolsillo las sesiones de coaching.

En el caso de los políticos la situación es muy diferente. Muchos de los profesionales con los que he trabajado han pagado personalmente el contrato; otros han sido subvencionados por sus partidos políticos, y en algunos casos, los proyectos de coaching han corrido a cargo de la institución pública en la que trabajaba el político en cuestión. No hay una única regla aplicable en general.

Personalmente recomiendo que este gasto no corra a cargo de la Administración Pública y evitar así que acabe siendo pagado por los contribuyentes.

Después de pasar el domingo reflexionando, el lunes por la mañana a primera hora llamé a Piero. Su reacción cuando le comuniqué que había decidido trabajar en su campaña electoral fue tan emotiva, feliz y llena de alegría que entendí inmediatamente –y aún con mayor claridad– la importancia que Piero daba a trabajar conmigo y cuán fuerte apostaba por la tan delicada decisión de salir del armario a pocos meses de las elecciones.

Reconozco que ha sido uno de los momentos más emocionantes de mi carrera, pero también uno de los momentos en los que me he sentido más cargado de responsabilidad. Piero y yo íbamos a pasar cuatro días juntos, un día cada dos semanas. Íbamos a enfrentarnos a su decisión de salir del armario y a mejorar de forma considerable su liderazgo carismático.

Esta decisión significaba para Piero enfrentarse a unos cuantos fantasmas todavía encerrados en el armario y, para mí, era una liberación todavía más fuerte. Su salida del armario ante el gran público, tan llena de valor y de significados, representaba en cierta medida mi emancipación de los miedos a ser lo que soy en mi tierra. En cierto sentido, ayudar a Piero a triunfar era como recuperar mi esencia como hijo de mi tierra, perdonarme a mí mismo mi huida y la lejanía de mi familia, especialmente de mi madre.

Piero se quedó bastante alucinado por mi decisión de no cobrarle ningún tipo de anticipo, pero lo entendió y aceptó. Estaba encantado de realizar parte del proyecto en Madrid.

La última duda que me quedaba era si acudir a otras experiencias parecidas, si hacer algún tipo de investigación sobre proyectos que tuvieran algo que ver con el que iba a emprender con Piero o si bien, como es muy habitual en mí, si debía intentar crear desde cero y con creatividad la estrategia ganadora para hacer que las horas que Piero pasara conmigo le llevaran a ganar las elecciones.

Los que me conocen bien y han compartido conmigo proyectos o momentos de vida habrán sabido enseguida cuál fue mi decisión: seguir, una vez más, mis intuiciones e innovar. No quise leer libros, investigar más de lo necesario. Preferí trabajar codo a codo con Piero y, de forma intuitiva, ir plasmando la estrategia ganadora con él.

CURRICULUM EMOCIONAL

Pasaron las fiestas navideñas y, finalmente, Piero pudo venir a Madrid para pasar un día conmigo. Estaba radiante, feliz.La misma decisión de emprender ese camino hacía su libertad como persona, le había relajado al punto de sentirse mejor persona y disfrutar más de si mismo. Tenía muchísimas ganas de empezar a trabajar. Conocía muy bien Madrid y sabía que estar conmigo en una de sus ciudades favoritas le relajaría muchísimo. No tenía duda alguna de la efectividad del proyecto que emprendíamos.

Ese primer día de trabajo fue, más que una sesión de coaching, un ejercicio de inmersión total en la vida madrileña, en la realidad de muchas historias de políticos, economistas, profesionales de diversos sectores que, estaba seguro, podían ayudar a Piero a entender mucho más el  impacto positivo y/o negativo que podía tener el hecho de ser homosexual en una ciudad como Madrid y en un país como España. Era un recorrido necesario entre las vidas conocidas de profesionales y artistas abiertamente gays que habían podido alcanzar el éxito sin esconder nada de su vida privada y, muchas veces, haciendo de su homosexualidad un punto de fuerza y no una amenaza. Esto era lo que teníamos que conseguir también con él. Teníamos que reforzar su marca, utilizando la sinceridad y la capacidad de comunicación como puntos clave del éxito. Para poder trabajar en la marca Piero Greco, los dos teníamos claro que era muy importante que yo le conociera mucho más, que Piero pudiera abrirse conmigo completamente para que yo entendiera cómo había sido su vida hasta la fecha. Por supuesto, nos iban a ayudar otros ejemplos, pero era necesario que, de forma artesanal, decidiéramos cuáles iban a ser los pasos necesarios.

Ese día volvimos a recorrer el currículum vitae de Piero, esta vez para crear su perfil completo, mezclando de lleno todos los aspectos personales con los profesionales y poniendo como eje de fondo lo que para él había representado el hecho de ser homosexual.

En su historia se mezclaban pocos momentos de enorme ternura con pequeños dramas infantiles y episodios de auténtica desesperación en una adolescencia basada en esconder sus sentimientos, su homosexualidad latente y una sensibilidad desbordante que, en un entorno como el suyo, era una fuente de sufrimiento más que de ventajas. Como muchas familias de su pueblo, la de Piero era una familia de campesinos que habían conseguido poco a poco alcanzar un nivel económico suficiente como para poder permitir a sus hijos la educación que ellos quisieran. Piero era el segundo de seis hermanos y el único que había estudiado una carrera universitaria sacando unas notas extraordinarias, lo que lo había llevado a acabar Derecho en tres años y medio con sobresalientes y notables. Esas calificaciones le habían permitido estudiar con becas y le abrían paso a una carrera profesional muy prometedora.

Su familia había vivido –cosa muy típica en ese entorno– con muy poco dinero, pero con un sentido del esfuerzo y del trabajo que habían inculcado férreamente a los hijos, y que estos admitían a veces con admiración, otras veces con odio y resignación.

Todavía se acordaba Piero de las lágrimas que, de cuando en cuando, rodaban por la mejilla de María, su madre. Un llanto roto y silencioso debido a los esfuerzos que la pobre mujer hacía para llegar a final del mes. El amor que él sentía por ella era profundo, sincero, lleno de un cariño tan fuerte que sus palabras a menudo se interrumpían por la emoción. La admiración que sentía por su madre había sido uno de los motores más importantes para que pudiera esforzarse y cultivar sus sueños día a día. Se emocionaba al contarme que, desde muy pequeño y pegado siempre a su falda, solía decirle que quería estudiar y ser alguien importante. Piero odiaba el campo y todo lo que representaba. Odiaba todos los días de verano en los que su padre le levantaba a las cinco de la mañana y se lo llevaba para ayudarle en alguna tarea odiosa. Piero se mordía la lengua y lo acompañaba, más por sentido de responsabilidad que por ganas, y casi siempre acababa perdiéndose en el campo para pensar en sus cosas y seguir soñando su vida futura lejos de esa tierra. Piero había visto siempre la figura del padre como un freno, un obstáculo, quería emanciparse y salir de ese terreno de nadie que para él representaba la vida del campo, la vida de su padre.

Sentía hacía su padre una mezcla de sentimientos. Por un lado, admiraba su espíritu de sacrificio, su afán de mejora, su capacidad de trabajo de sol a sol; pero, por otro, sentía un fuerte resentimiento y una rabia infinita. Sabía que, por culpa de su padre, nunca sería realmente feliz.

Lorenzo –que así se llamaba su padre– nunca había entendido a su hijo y, a pesar de no haberse opuesto nunca a sus estudios y decisiones, jamás lo había hecho sentir realmente amado o, al menos, nunca había sentido ese amor, ese cariño que él necesitaba para ser auténticamente feliz. Piero se había visto a sí mismo siempre como un bicho raro, un marciano. Había momentos en los que se creía el único homosexual en el mundo, el único marica de su pueblo. Esa sensación la experimentaba cada vez que paseaba por el pueblo y escuchaba la manera en que se ridiculizaba a quien, de una forma u otra, podía parecer gay. Su única suerte consistió en no ser afeminado, de modo que no sufría las vejaciones que sus compañeros de clase repartían entre los que tenían más pluma.

Pero las razones del rencor de Piero iban más allá de esa sensación de diferencia que siempre había experimentado hacia los demás. Lo que más reprochaba a su padre, lo que realmente le dolía era el hecho de haber estudiado, vivido, luchado y logrado todo lo que había podido hasta ese momento siempre con prisa y sin disfrutarlo a fondo. La suya era una carrera afanosa por liberarse del peso de sentirse una carga en su propia casa. Piero necesitaba ganar dinero y ser independiente para salir del hogar familiar y de la sombra de su padre.

A pesar de las justificaciones de su madre, que siempre defendía a Lorenzo ante sus hijos, Piero siempre se había sentido una carga, siempre tuvo la sensación de que para su padre hubiera sido mucho mejor que se hubiera dedicado a trabajar en algo.

Esta intuición le había hecho sentir más solo que nunca y había –todavía más– agravado la sensación de sufrimiento que le provocaba el hecho de saberse sexualmente diferente a todos los que le rodeaban.

El día en que obtuvo la licenciatura, con 110/110 cum laude, la máxima calificación en Italia, empezó a sentirse libre. Lo había conseguido. Ahora tenía que buscar trabajo, ganar dinero y alejarse definitivamente de la sombra dolorosa de su padre.

Ese día Piero lloró como nunca. Lloró de felicidad y tristeza, de amor y de dolor. Lloró porque terminaba una etapa de su vida en la que había conseguido mucho, sí, pero dejando atrás una niñez no vivida y una adolescencia llena de melancolía infinita en la que no había disfrutado como hubiera querido y podido. El sentido de la responsabilidad se le había incrustado en lo más hondo y no le había dejado respirar nunca. Mirando orgulloso su título, recordó momentos de su adolescencia en los que pasaba los días escribiendo poemas, pintando y dibujando, estudiando desde las seis de la mañana hasta  la noche. Los juegos de niños y los escasos momentos compartidos con los amigos los había sentido como un tiempo que hurtaba a sus obligaciones. Había sido siempre un niño grande. Nadie le había regalado un Peluche Rosa.

Todos estos años había tenido dos espejos donde reflejarse.  Uno, majestuoso, limpio, lleno de luces y de matices: su madre. El otro era un espejo roto en mil pedazos donde veía a su padre y todos los momentos tristes que había vivido. Momentos de forzada soledad, momentos de una  sexualidad rechazada por él mismo y odiada, momentos de sexo robado y masturbaciones falsas en las que elucubraba con imágenes de hombres disfrazados de mujer. No se aceptaba, no vivía.

Sentados en mi despacho, yo tomaba mi café en silencio escuchando el relato de Piero. Lo que más me sorprendía eran los detalles con los que necesitaba contarme su vida, sus sentimientos, sus emociones. Era como si precisara de forma casi desesperada compartir sus experiencias de vida con una persona de confianza; era la primera vez que se sentía libre de poder hablar de todo con alguien, sin censuras, sin sentirse juzgado.

Esos momentos eran para él una especie de ensayo general de la liberación que supondría hacer este mismo ejercicio de sinceridad en público. Yo era quien iba a reconciliar su vida y sus sentimientos para que, una vez hecho, Piero pudiera comunicar por primera vez con total sinceridad y sin esconderse detrás de una máscara.

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LIFE COACHING

Muchos de vosotros os estaréis preguntando si es normal que un proyecto de coaching ejecutivo comience hablando mucho de la vida personal del cliente. En realidad, el proyecto de coaching con Piero era una mezcla entre coaching ejecutivo y life coaching. Nunca he querido dedicarme a proyectos de life coaching, sin embargo, en algunas ocasiones es tan relevante la faceta personal y son tan importantes las limitaciones personales para alcanzar el éxito profesional, que resulta imprescindible mantener unas sesiones donde se mezclan las metodologías de ambos tipos de coaching.

 A diferencia del coaching ejecutivo enfocado a la mejora en el área profesional, el life coaching es el arte de asistir al cliente para que, con su fuerza y sabiduría interior, pueda recuperar una vida más plena y efectiva. El coach en este caso ayuda sus clientes a vivir una vida más emocional y alegre, asistiéndolos en la recuperación de su vida interior con la intención de descubrir qué es lo que en realidad quieren para sus vidas y de realizarlo con armonía y facilidad. El life coach y el cliente trabajan juntos para establecer metas inspiradas en los sueños del cliente y diseñan un plan para alcanzarlas. El cliente se compromete a cumplir el plan y es responsable de actuar para llevarlo a cabo. El life coach se compromete a apoyar al cliente a conquistar y sobrepasar cualquier obstáculo que pudiera aparecer durante el proceso. Obstáculos de los que, en algunos casos, los clientes no son conscientes o no tienen la tesón suficiente para superarlos.

En mi opinión una de las herramientas más poderosas que el life coach puede compartir con un cliente es hacer preguntas de formato abierto. Formular este tipo de interrogantes permite al cliente responder desde el lado derecho de su cerebro, que es donde su intuición y creatividad residen.

En el caso de Piero, su capacidad de comunicación y su voluntad extraordinaria de compartir sin filtros sus experiencias vitales hicieron que mi trabajo fuera más sencillo que nunca. En realidad no hizo falta formular muchas preguntas, Piero tenía muy claros todos los detalles de su vida que era necesario que yo conociera para poder ayudarle a ser más feliz y a seguir sus sueños. Me había puesto en bandeja todos los aspectos que necesitábamos arrancar de su conciencia para llevarlos hacia un nuevo lugar que le permitiría ver las cosas de forma diferente y abrirse también a nuevas posibilidades.

La mente racional y pensante se encuentra en la parte izquierda del cerebro. Es aquí donde todos nosotros hemos almacenado los patrones de conducta y creencias limitantes que, a primera vista, parecerían ser heredados o aprendidos de nuestros padres y de la sociedad. Ellos son los que crean y condicionan nuestra vida. Esta parte es también la que generalmente tiende a limitarnos diciéndonos lo que es posible y lo que no. Cuando éramos niños, algunas de estas creencias fueron muy útiles y prácticas. Sin embargo, conforme crecimos, nos fueron dejando atrapados en el pasado, impidiéndonos expandirnos en nuestro amor y usar los dones y talentos que hemos venido a expresar y a disfrutar en la vida. Piero estaba más atrapado que nunca en su pasado. A pesar de haber dejado atrás los momentos más tristes vividos al lado de su padre, su herencia estaba todavía muy presente en su corazón; su incapacidad de amar y de abrirse a los demás estaba totalmente limitada por las heridas que aún tenía dentro y que nunca habían cicatrizado. Para él hacer pública su homosexualidad era una forma de liberación total de las cadenas que, inconscientemente, su padre había puesto en sus pies y que Piero nunca había sabido romper. Necesitaba dar rienda suelta al lenguaje del Peluche Rosa que nunca había podido usar. Recuperar el niño que tenía dentro iba a ser su camino hacia la felicidad.

Cuando hacemos únicamente preguntas de formato abierto o dejamos que nuestros clientes hablen sin limitaciones de su vida, manteniendo conversaciones abiertas y sinceras –como con Piero–, logramos traspasar el lado izquierdo del cerebro y permitimos que nuestra sabiduría interior nos hable y nos guíe sin limitaciones. Las respuestas a nuestras preguntas son reveladas, al igual que las acciones que debemos tomar para fluir en esta nueva forma de vida, en la que ahora somos guiados por nuestra intuición libre de toda racionalidad e inútil anclaje con el pasado.

Muchos confunden life coaching y terapia. Por eso quise asegurarme desde el primer momento de que Piero no se confundiera en este sentido y no buscara en mí a un psicólogo ni se creara entre nosotros ningún vínculo de dependencia. Por supuesto, hay muchas diferencias entre life coaching y terapia. La terapia se centra principalmente en el pasado. Los terapeutas generalmente asisten al cliente para curar heridas emocionales. También para enfrentar problemas y conflictos relacionados con lo que se ha llamado enfermedad mental o desórdenes mentales, con la intención de que la persona lleve nuevamente una vida funcional más exitosa.

El life coaching está enfocado al presente. El coach y el cliente determinan en qué punto se encuentra el cliente en este momento de su vida,en el presente y el coach lo asiste para avanzar hacia el futuro, guiándolo en la toma de acción y en la asunción de la responsabilidad de ese proceso.

En mis sesiones, para mí es importante inspirar y asistir a mi cliente a alinearse con sentimientos positivos basados en el amor incondicional, en la alegría y en todos los valores positivos que nos rodean. Es fundamental que la generosidad que tenemos fluya sin frenos de ningún tipo. Me parece clave despertar en todos –pero especialmente en los que trabajan en política– valores positivos y universales que son fácilmente entendibles por parte de la gente y que llegan de forma inmediata. La gente odia cada día más a los políticos encorsetados y que saben usar solo palabras rebuscadas, la gente busca espontaneidad.

En las sesiones de coaching recurrimos al pasado para liberar la energía atrapada en los sentimientos asociados con creencias limitantes, patrones de conducta muy arraigados y experiencias previas. De este modo, juntos, cliente y coach, podemos transformar esta energía en lo que realmente es: amor incondicional que se manifiesta igualmente como alegría,fuerza y ganas de vivir.

¿Cuáles son los beneficios que puede obtener una persona que se somete a life coaching? No se puede generalizar. Lo que tengo muy claro es que, para mí, conocer la vida personal de mis clientes ayuda a conocer mejor lo que hay detrás de los éxitos y fracasos de la vida profesional.

No hay reglas ni un patrón que funcione en todos los casos. Cada uno es libre de contar lo que quiere y lo que considere que puede ser de ayuda para conseguir los objetivos que nos marcamos juntos.

Todos los proyectos son diferentes, como las personas con las cuales trabajo. Por esa misma razón la intuición es la clave de mi trabajo. Intuición + Emoción + Sensibilidad x experiencia = Coaching.

SEXO ROBADO

El caso de Piero era muy complejo: él me necesitaba para mucho y para nada. Necesitaba que diera seguridad a sus decisiones, unas decisiones prácticamente ya tomadas. Tenía muy claro que las horas que iba a pasar conmigo iban a ser el pasaporte para una nueva vida donde todo iba a ser diferente. Sabía lo que tenía que hacer, pero necesitaba SEGURIDAD, CONFIANZA  en sí mismo. La CONFIANZA y el AMOR iban a tener un peso muy importante, probablemente claves para entender sus decisiones futuras.

En su vida había hecho el amor con chicos y chicas. Reconocía haber compartido pocos momentos felices de sexo y amor, y hasta se había prostituido en algunas ocasiones para pagarse algo que le gustaba y que no podía comprar por falta de dinero.

Piero había cobrado por momentos de sexo. Lo había hecho más para matar sus miedos y dudas que para ganar dinero. Cobrar por un polvo con un tío era la mejor manera para justificar su diferencia de los demás. De esta forma se iba a la cama pensando que había follado con un hombre, pero solo con el fin de ganar el dinero que necesitaba y que le daba vergüenza pedir a su padre.Sus orgasmos escondidos los había robado a noches anónimas ligando si nombre en parques desolados, sucias estaciones de trenes, cine x de pueblos lejanos donde nadie podía reconocer ni su cara, ni su cuerpo. El sexo había sido casi siempre algo «sucio».

 Sentí tristeza y, a la vez, mucha admiración por la franqueza con la que ese hombre de éxito me estaba contando su vida.

Piero definía su vida sentimental como un recorrido frustrado de intentos fallidos y aventuras sin más que sexo.

Muchas veces le pregunté si se había enamorado en alguna ocasión, y realmente no supo qué contestar. Me dijo que, hasta a ese momento, todavía no había sido capaz de reconocer el amor. Había sentido cariño por mucha gente, pero nunca ese proceso afectivo intenso, poderoso y arrebatador que hace sentir la necesidad de estar constantemente junto a la persona amada, con quien se ha iniciado o se desea iniciar una relación sentimental. Nunca había querido realmente empezar una relación sentimental. Cada vez que sentía algo más que atracción sexual por un chico, huía para evitar cualquier tipo de implicación emocional.

Su sinceridad sobre este tema y la naturalidad con la que me hablaba de toda su vida me dejaron muy claro por qué Piero había decidido salir del armario y no ocultar más su sexualidad. Lo que realmente era asombroso en él era la facilidad de autoconocimiento, la seguridad en sí mismo que demostraba en cada momento y, a la vez, la inmensa fragilidad que asomaba cada vez que hablaba de su vida personal, de su parte más emocional. Piero había tenido mucho mérito en su vida. Tener éxito a pesar de las taras emocionales que había arrastrado desde niño es algo que muy pocos consiguen; al contrario, esas taras emocionales conducen muchas veces al fracaso y a la infelicidad.

CATOLICISMO Y HOMOSEXUALISMO POLITICO

Lo más divertido de ese día surgió cuando tocamos el tema religioso. Yo le confesé a Piero que soy ateo y que, desde los doce años, me había alejado de la Iglesia Católica por elección propia y porque había conocido de primera mano historias de abusos sexuales por parte de curas depravados a los que yo mismo había esquivado en alguna ocasión.

A todo esto añadí mi reflexión, muy negativa, sobre la actitud de la Iglesia Católica en España y, concretamente, sobre su postura en el tema de la homosexualidad.

Como italiano, no le extrañó el rechazo al matrimonio homosexual.

El se confesó muy creyente y, además, practicante. No tenía ninguna duda al respecto. Piero quería salir del armario, pero, a la vez, no quería renunciar en absoluto a seguir siendo católico y practicante.

Ambos lo teníamos muy claro. Al dios de Piero, como al dios de todos, no le importaba nada con quién se acostara. Lo único que le importaba es que él fuera una muy buena persona.

¿Qué pasaría el día que todo el mundo saliera de dudas y se enterara de que Piero Greco, uno de los enfant-prodige de la izquierda italiana, era gay?. La izquierda italiana ha tenido siempre una convivencia muy rara y contradictoria con la Iglesia en Italia. Muchos de los grandes políticos italianos de izquierda se han confesado católicos y eso nunca ha sido un gran problema. Una de esas cosas que hacen de Italia un país único, donde a veces todo vale y donde parecen tan normales todas aquellas cosas que en el resto del mundo chocan.

Pero Piero es de izquierdas, católico y GAY.

Hablamos mucho de la situación de la Iglesia Católica en España y del rechazo total a aceptar la clamorosa aceptación social que había tenido la legalización del matrimonio gay en España.

Para mí era muy importante exponer todo esto ante Piero, porque tenía muy claro que una de las razones por las cuales me había confiado este proyecto era el hecho de vivir en España y de considerar que España era un país de total referencia en Europa en relación a este tema tan delicado y tan importante para él.

Yo quería que Piero entendiera muy bien que la normalización social que había tenido la homosexualidad en España y la valiente decisión de ZP y del PSOE de legalizar el matrimonio entre personas del mismo sexo no quería decir en absoluto que todos los tapujos hubieran desaparecido y estuvieran superados y que no todos los políticos habían salido a la palestra de la normalidad.

Quería decirle que, en realidad, la mayoría de los personajes públicos seguían metidos en sus armarios, más o menos de lujo, y que era muy poca la gente conocida que había dejado de vivir su homosexualidad en privado y a escondidas. Por supuesto nadie de la derecha había salido del armario e incluso el mundo del espectáculo estaba todavía lleno de personajes que jugaban claramente a la ambigüedad.

En definitiva, quería que Piero asumiera que España no era el paraíso terrenal que en esa cena donde le conocí todos pensaban. Por supuesto la situación italiana, en comparación con lo que yo mismo había vivido, estaba a años luz del contexto en España, y a veces me daba vergüenza ajena. Pero eso no significaba que en España no siguiera habiendo muchos problemas.

Lo importante por mi experiencia es vivir la homosexualidad como una faceta de nuestra vida y no hacer de ella nuestra vida. Muchos gays hacen de su tendencia sexual el centro de su existencia. No creo que esto sea bueno para nadie.  Ser gay no es una profesión, no puede ser una dedicación total o única.

Un hombre, desde mi punto de vista, tiene que saber diferenciar, y más si es un político, los pormenores de su vida privada de lo que es su actividad en la vida pública. Para mí, España, por encima de todo, había representado la posibilidad de ser yo mismo siempre. De vivir con todos mis defectos y virtudes, pero de una forma muy honesta y consecuente. En realidad, yo nunca había salido del armario, pero porque no había estado dentro de ningún armario, al menos en España. Había vivido sin esconder nada y con la idea clara de que, por encima de todo, quería ser un buen profesional, una buena persona y punto.

Le comenté a Piero que, a pesar de haber vivido plenamente y sin tapujos mi homosexualidad, jamás había necesitado hacer de ello una bandera, solo había sido parte de mí, nada más. Un ejemplo que destaco en la vida pública italiana –y que me había servido de referencia para valorar qué papel, si lo tenía, iba a jugar mi homosexualidad en mi carrera– era la vida de Emilio Colombo, ex primer ministro italiano. Piero también conocía muy bien esa circunstancia. A pesar de haber declarado públicamente en el pasado que era homosexual, la condición de Colombo no transcendió al ámbito de la esfera política, algo casi inédito en el marco de la sociedad actual. Vivió su homosexualidad, pero no la usó de ninguna forma en su profesión.

De hecho, el homosexualismo político, de moda en muchos países, hace gala precisamente de todo lo contrario, es decir de trasladar a la política lo que es una condición y preferencia sexual íntima. Así, el enfoque al que nos tienen acostumbrados es el de pretender que todo homosexual construya su vida en torno a la homosexualidad y, por lo tanto, la relación sexual se convierta en el hilo conductor de su expresión cultural, política o de participación social. Lo absorbe todo. En España tenemos muchos ejemplos en política, en el arte, en el mundo del espectáculo. En el caso de Piero me parecía importante evitar que esto ocurriera. Teníamos que conseguir que recuperara su libertad emocional y que hiciera pública su homosexualidad, pero sin hacer de ella el centro de su estrategia de comunicación y de su mensaje a nivel político. Algo así habría supuesto su muerte política y habría aniquilado el resto de su discurso.

Además, hoy día se suele ofrecer una imagen estereotipada de los homosexuales: personas siempre jóvenes, más bien atléticas, musculosas y que en demasiadas ocasiones se enorgullecen de aparecer en manifestaciones o en una carroza vestidos solo con ropa interior atrevida. Por supuesto, no era ni iba a ser el  caso de Piero. Sin embargo, es evidente que esto no siempre es así dentro del colectivo homosexual, porque en realidad una persona gay no vive su vida de una manera tan diferente a la de un heterosexual. Y de la misma manera que, entre los heterosexuales, hay gente obsesionada con el sexo, como la hay también entre los homosexuales, suele tratarse de una minoría.

La cuestión es que la homosexualidad se puede vivir de muy diferentes modos y no solo de la manera en que la venden los grupos del homosexualismo político, que han transformado una dimensión afectiva, sexual, de la persona en un proyecto político. Piero tenía que ser por encima de todo político y las reivindicaciones sociales no podían centrarse en la homosexualidad.

Un ejemplo de ello es precisamente, como ya he apuntado, Emilio Colombo, que, siendo y habiéndose reconocido homosexual, supo mantener la discreción sin modificar para nada su vida de político católico y democratacristiano y sin hacer de esa condición una bandera ideológica.

Este ejemplo sirvió de mucho a Piero. Por supuesto, mi consejo no era otra cosa que uno de los caminos con los cuales se podía plantear la comunicación de su homosexualidad.

En realidad lo importante para mí era que Piero entendiera que la decisión de qué hacer con su propia vida y cómo vivir su sexualidad era algo personal, era una decisión suya y de nadie más. Tenía que ver más con su felicidad que con lo que iban a pensar los demás. Así había sido en mi propio caso. El proceso tenía que ser, en cierto sentido, muy egoísta. Era preciso que mirara por su felicidad más que por su éxito en la política.

No quería que Piero tomara una decisión equivocada, pero tenía muy claro que acertaría si, después de todo, conseguía ser un hombre más feliz y más completo. El papel que desde ese momento iba ocupar el hecho de ser homosexual tenía que ver con su equilibrio como persona y era importante que fuera él mismo quien decidiese si quería ser un militante gay o sencillamente no ocultar su homosexualidad y desarrollar su vida de una forma mucho más completa de lo que había hecho hasta la fecha.

¿De cuánto serviría a Piero nuestro trabajo?

No creo que sea fácil dar una respuesta a esta cuestión tan delicada; lo que sí tuve muy claro en los días que pasé trabajando con Piero fue hasta qué punto había sido importante para mí haberme afincado en España y haber podido vivir libremente mi sexualidad, sin los miedos, los rencores y las ataduras que siempre había tenido en Italia viviendo al lado de mi familia y en un país bajo la influencia demasiado pesada de la Iglesia. Lo que para mí había sido un obstáculo insuperable podía estar al alcance de Piero: él iba a conseguirlo, su valor y sus objetivos tan claros le iban a dar la oportunidad de ser feliz en su pueblo.

Esto era clave y Piero lo entendió perfectamente. Estaba claro que ni España era el reino de la tolerancia ni Italia el infierno de los gays.

Estaba seguro: Piero iba a seguir teniendo éxito, incluso saliendo del armario. Y siendo, además, feliz.

LA MARCA PERSONAL Y EL SELLO EMOCIONAL

Una vez acabado nuestro trabajo de conocimiento mutuo, necesario más que nunca en este caso, debíamos trabajar ya la marca Piero Greco para sacar el máximo partido a su perfil, a todas sus competencias.

Como abogado, Piero no había tenido la oportunidad de trabajar mucho en conceptos de marketing; pero, frente a los cambios que iba a acometer en la estrategia de comunicación con su electorado y con su gente, necesitaba entender de forma inmediata qué es una marca personal, el impacto que tiene en la carrera de un individuo y, especialmente, de un personaje público, y cuáles eran las acciones que era necesario tomar para reforzarla.

Piero, como casi todo el mundo, asociaba el concepto de marca a los productos e ignoraba la importancia que puede tener para cualquier individuo y organización.

Está claro que no es así. La imagen de una empresa, de un departamento y también de una persona se puede diseccionar y gestionar adecuadamente. Lo que somos, lo que proyectamos en los demás, lo que comunicamos y lo que nos diferencia es algo que podemos identificar y sobre lo que podemos trabajar.

La imagen que transmitimos define nuestra trayectoria profesional en una empresa, en la sociedad, en un partido, en la comunidad y en el sistema en el que nos toca vivir y trabajar. Nos abre las puertas o nos las cierra, nos proporciona oportunidades o no. Depende de nosotros. Piero había sido capaz de comunicar muy bien, incluso ocultando una parte de su vida personal. Si había llegado a ser alcalde, diputado y abogado de éxito era también por su forma de comunicar y de llegar al público, a su público.

Como individuos que trabajamos en diferentes entornos, la imagen que proyectamos y nuestra reputación constituye la diferencia entre tener éxito o no tenerlo. La Marca Personal no es otra cosa que lo que nos hace diferentes o especiales, aquellos atributos que nos convierten en únicos: fortalezas, habilidades, valores, experiencias, educación, actitud, imagen, carácter, etc… Todo lo que nos distingue es parte de la marca personal. Detrás de la marca personal hay un sueño y una visión y es fundamental definir tu propósito en la vida,valores y los roles vitales y especialmente que quieres de la vida. Para Piero, su origen, su magnífica presencia, su claridad verbal y su asertividad eran parte importante de su marca, como los miedos y las inquietudes que ahora quería superar. Incluso sus factores limitadores habían influido de alguna forma en su éxito como político y abogado.Como decía Eleanor Roosenvelt:»El futuro pertenece a aquéllos que creen en la belleza de los sueños», y Piero tenia muchos sueño y estaba encontrando el valor para luchar por ellos.

Nuestra marca es un activo profesional que determina de forma incuestionable por qué tenemos éxito o no, por qué nos eligen o no.

Llegados a este punto, Piero –que en ese momento tomaba una bebida de marca, vestía un traje de su marca favorita y escribía con una pluma de una de las marcas más prestigiosas– necesitaba plantearse unas cuantas dudas sobre sí mismo: ¿Era Piero Greco una marca de éxito? ¿Cuál era su marca? ¿Qué le hacía diferente a todos los diputados de la camara y a los otros candidatos a los que se iba a enfrentar?.

Piero no estaba todavía preparado para contestarme y decidió que  era mejor seguir escuchando mi presentación atentamente para entender más.

Roma, Fiat, Dolce & Gabbana, Ferran Adriá. Todas son marcas.

La Reina de Inglaterra, Jabugo y Zara, cada uno con su personalidad distinta y bien definida, con su imagen. Berlusconi, Rajoy, Zapatero o Bossi también son Marcas.

Siempre asociamos cosas y personas con determinados valores y esos valores nos influyen a la hora de decidir si nos interesan o no, a la hora de elegirlos o de rechazarlos. Especialmente cuando hablamos de personajes de la vida pública: actores, políticos, cantantes…, solemos asociar de forma inmediata su vida, sus actuaciones y su comunicación con los valores y la esencia que nos transmiten.

-¿Cuántas personas pueden compararse contigo? ¿Cuántos políticos italianos se parecen a ti? ¿Qué hace que los electores te elijan y piensen que eres la mejor opción? – le pregunté.

Para que Piero pudiera ganar era necesario definir claramente sus valores y lo que realmente le diferenciaba de los demás.

“Qué es una marca de ropa sin una fuerte personalidad que la sustente. Solo un montón de ropa”. Piero, que seguía mucho la moda, había leído ya esa frase de Tom Ford.

Estaba muy claro que Piero era una marca y su decisión de ser aún más sincero con sus electores podía ser una de las mejores bazas de su campaña electoral. La sinceridad se convertiría también en una parte de su marca. Probablemente sería su clave. Tendríamos que trabajar mucho en su liderazgo y carisma para sacar partido a su sinceridad.

Había que elegir bien cuál era su público objetivo. Necesitábamos saber cómo convencer a los indecisos para que le votaran. Él conocía perfectamente a su electorado más incondicional, no hacía mucha falta invertir en él. Pero había muchísima gente que nunca le había votado por considerarlo ambiguo. Nunca se mojaba claramente en temas de carácter social. Era un hombre de izquierdas pero con claros ramalazos de centro cuando se tocaban ese tipo de temas y, como guinda de su ambigüedad era católico.

Ninguna marca lo es para todos.

Cuando una marca, empresa o individuo, define claramente lo que promete, los consumidores sabemos si esa marca nos interesa o no.

Si no nos interesa, no somos el público objetivo de esa marca, así que nosotros tampoco le interesaremos a ella. Es como si fuera una elección mutua.

Como profesionales, como políticos o como departamentos entramos en el mismo ciclo: ¿Somos lo que los demás buscan? Si lo somos, estamos ante nuestro público objetivo y por esta razón nos eligen.

Era necesario que Piero entendiera que incluso como político, incluso sin ser empresa o producto, necesitaba aplicar esos conceptos que estaba empezando a conocer. Si quería ganar electores y ser el candidato de todos, tenía que saber muy bien cómo conseguir que le votaran los que todavía no lo habían hecho. Piero se estaba preparando para aplicar sobre él mismo unas cuantas herramientas de marketing, publicidad y comunicación. Piero se iba a trasformar en su propio departamento de marketing. Por eso necesitaba seguir los pasos necesarios para realizar una campaña exitosa.

La verdad es que durante mi presentación me miraba muy interesado, pero bastante aburrido. Su carrera política la había enfocado más en el boca a boca y en la cercanía a los ciudadanos que en estrategias de marketing. El día a día era su mejor herramienta de comunicación, y no iba a perderla. Le dejé muy claro que ése era uno de los atributos claves que iban a diferenciarle de los demás. Pero, junto al boca a boca, necesitábamos analizar los otros atributos que le distinguieran, establecer los objetivos que queríamos lograr, saber a quién nos íbamos a dirigir, encontrar nuestro posicionamiento y, finalmente, comunicar nuestra marca a nuestro público, a todo el público objetivo.

Piero necesitaba hacer un pequeño trabajo de cirujano y no tuvo muchas dudas en definir rápidamente sus mejores atributos: carisma, seriedad, honestidad, franqueza, empatía, capacidad de trabajo, sinceridad. A todo esto se podía añadir su fantástica carrera profesional como abogado, conocimiento de idiomas –inglés y francés– y, lo más importante, el hecho de no formar parte de la casta política italiana. Además, su origen familiar humilde lo hacía más cercano a todo el mundo, más que el resto de los políticos en general y que sus contrincantes en las elecciones provinciales.

Una vez definidos los atributos más relevantes, necesitábamos plantear los objetivos, es decir: aquello que queremos tener, lograr, llegar a ser… Lo que queremos que suceda.

En línea general los objetivos tienen que ser motivadores, en positivo, propios, alcanzables y mensurables.

Piero no tenía muchas dudas y se encontraba con varios frentes abiertos.  Necesitaba llegar a todos los electores indecisos de centro y centro-derecha, todos aquellos que estaban hartos de los políticos y que ya no sabían a quién votar, a quién dar su confianza.

Quería también captar el voto de los católicos, que a veces le habían dado la espalda. Necesitaba llegar a todos los votantes de izquierda a los que no había enamorado por ser demasiado conservador y por no mojarse con las políticas sociales y con las diversidades. En definitiva, quería ser votado por todos los electores de izquierda que le había dado la espalda por ser católico practicante.

Estaba claro que Piero conocía muy bien su posicionamiento, pero nunca había trabajado en ello de forma estructurada. Para hacerlo necesitaba: Investigar el mercado, Analizar la competencia, Identificar fortalezas, debilidades, oportunidades y amenazas (DAFO) y, por supuesto, elaborar un Plan de Acción

Una vez que tenemos muy clara nuestra marca, necesitamos comunicarla. Piero es un excelente comunicador. Sabe perfectamente cómo llegar a su público y cómo sacar partido a sus cualidades. Probablemente, hasta ese momento había fallado en el uso de los medios de comunicación. Muerto de miedo por el qué dirán y por mezclar su vida personal con la profesional, había huido siempre de la prensa, la televisión y otros medios de comunicación. Era arisco y distante con los periodistas y por eso prefería ir puerta a puerta para hablar con sus electores, tomando un café y compartiendo los problemas del día a día, incluso los más banales y cotidianos.

Esos primeros días de trabajo fueron memorables para mí. De repente dos historias profesionales tan diferentes como la de Piero y la mía se cruzaban por casualidad –o por designios del destino- y se iban abriendo nuevos caminos inexplorados. Esos días pasados juntos en Madrid me di cuenta, más que nunca, de lo importante que había sido para mí usar el corazón y la intuición en todo lo que había hecho profesionalmente. Lo sabía desde siempre, pero nunca lo había visto con tanta claridad.

En la siguientes sesiones en Roma hablamos mucho de la importancia que tiene para cualquier persona el equilibrio entre la vida personal y la carrera profesional. Y estaba claro que hasta la fecha Piero había dado prioridad, por encima de cualquier otra cosa, a su carrera.

Por una u otra razón, ninguna de las relaciones que había tenido había cuajado. Miedos, inseguridades, incapacidad de relajarse con nadie… frustraban cualquier tímido intento de mantener una relación estable. Nadie le parecía bien, nadie tenía nivel suficiente para compartir la vida con él.

Por mucho que me planteó estos fallos y me pidió que le ayudara, le dije claramente que no hay ninguna receta para que una relación pueda funcionar, pero que la seguridad en uno mismo siempre es clave para amar, para enamorarse. No hay enamoramiento posible para alquien que no se quiera, que no se acepta tal y como es. Y esto Piero, hasta la fecha, no lo había conseguido.

Por fin había empezado el camino que lo llevaría a ser feliz y a poder amar.

Al fin y al cabo, el sexo por el sexo, las aventuras, los viajes al extranjero donde nadie le conocía y donde podía follar a gusto y hacer todo lo que quisiera nunca le habían dejado un buen sabor de boca. Nunca había culminado ninguna cita sexual, ningún encuentro con la sensación de que fuera eso  lo que realmente quería de la vida.Pagar chaperos desconocidos o frecuentar saunas maleolientas, no le hacían sentir muy orgulloso.

Por mi parte, estaba completamente seguro de que, una vez liberado de todos los miedos relacionados con su sexualidad, Piero podría enamorarse y ser amado como cualquiera e incluso más que la mayoría de las personas: su corazón y su generosidad son enormes.

¿ESTAMOS PREPARADOS PARA SER NOSOTROS MISMOS?

La pregunta ineludible cuando se tiene que tomar una decisión es: ¿Estoy preparado? ¿Es el momento de hacerlo?

Creo que nunca antes he sido tan franco  y asertivo en el momento de dar mi opinión. Pero es que lo tenía claro.

Tenía muy claro que había un sueño y, detrás de este sueño, un hombre maduro, muy bien preparado, con unos valores muy firmes y una ética más que profunda.

Lo cierto es que nunca se está realmente preparado para tomar las decisiones más importantes de la vida, nunca podemos tener la seguridad de que es el momento para hacer algo.

Nunca estamos suficientemente preparados, por ejemplo, para dejar de estudiar. Cuántas personas he conocido en mi vida profesional que han ido acumulando títulos universitarios y master de todo tipo, acompañados por mil y más cursos variados. Muchos, de forma paralela, han trazado un recorrido de éxito a nivel profesional y han encontrado la deseada serenidad a nivel personal. Pero los más de estos acumuladores de títulos no han sabido en ningún momento encarar la vida para poner en práctica lo que habían estudiado.

Nunca estamos preparados tampoco para decir con seguridad total: “Ésta es la persona perfecta para compartir toda mi vida”. O para dejarla marchar cuando nos hemos dado cuenta de que no era la persona ideal con la que recorrer el camino.

Nunca podemos estar seguros al cien por cien de la idoneidad del cambio de empresa que nos propone algún headhunter.

¿Pero hasta cuándo podemos o debemos esperar, hasta cuándo seguir preparándonos para tomar nuestras decisiones? ¿Hasta qué punto necesitamos la bendición de los demás para atrevernos a tomar una determinación?

La realidad es que tú, como Piero, eres el único que conoce la respuesta y que tiene que tomar esta decisión, asumiendo que en algún momento te puedes equivocar. Los errores forman parte de la vida, pero el verdadero fracaso es no intentarlo.

En este caso más que nunca Piero necesitaba tomar una resolución basada más en el corazón que en la racionalidad. Para que pudiera estar más seguro de la decisión que iba a tomar, estuvimos hablando de diferentes situaciones y personas conocidas que habían tomado determinaciones guiadas por el corazón que por la cabeza. Repasamos historias de políticos conocidos, de acciones relevantes o pequeños hechos cotidianos que les habían ayudado en sus carreras.

Una de las últimas sesiones que tuvimos y que decidimos tener en San Sebastian en casa de unos amigos conté a Piero una de las historias que me pareció más importante que conociera y que estaba relacionada con las decisiones tomadas por el alcalde Rudolph Giuliani en los días siguientes a los atentados de las Torres Gemelas. Antes del atentado, Giuliani pasaba por su peor momento de popularidad. Su política de «tolerancia cero» hacía el crimen de poca monta y sus métodos especialmente rígidos para declarar la guerra a las mafias que gobernaban Nueva York habían arrastrado su popularidad a los mínimos de su mandato. Sin embargo, el liderazgo que demostró durante el periodo que siguió al atentado le encumbró rápidamente como el político más popular del país.

Su profundo sentido de la justicia y su integridad lo llevaron a liderar a todos los neoyorquinos en el momento más dramático, inspirando más fortaleza y unidad que nunca. Muchas fueron las anécdotas que marcaron esos días, pero hubo una sobre la que quise llamar especialmente la atención de Piero para que entendiera la importancia que tenía usar el corazón y trabajar en política siempre con pequeños detalles,con tu propio sello emocional. A finales de agosto de 2001, el alcalde recibió una invitación de boda para acompañar al altar a la hermana de un bombero neoyorkino que había fallecido en el trabajo algunos días antes; era el último varón de la familia, en ese año habían fallecido el padre y el abuelo. Ante la ausencia del padre de la novia, que habría de hacer de padrino, la madre quería que Giuliani ocupase ese lugar. Éste contestó que se sentía honorado de desempeñar ese papel en uno de los momentos más emocionantes en la vida de unos padres. El matrimonio estaba fijado para el dieciséis de septiembre, solo unos días  después de la terrible catástrofe del World Trade Center. Considerando la cercanía de la fecha, antes del enlace, la mujer volvió a preguntar al alcalde –sin demasiadas esperanzas– si seguía disponible para acudir a la boda. Giuliani, a pesar de la situación y de no tener ni un momento libre, contestó que seguía estando encantado de cumplir con su compromiso de acompañar a la novia al altar.

Tal como estaba programado, la ceremonia se celebró en una pequeña Iglesia de Brooklyn, en un suburbio que había perdido por lo menos a veinte personas en el atentado, entre bomberos y policías. A pesar del miedo, del caos general y del duelo, aún muy presentes, la iglesia estaba repleta de gente y muchos miles de personas esperaban a la novia en la calle. Giuliani vistió su mejor esmoquin para la ocasión. Quería que ese momento fuera todavía más especial, quería que ese día fuera inolvidable para aquella familia y para toda la ciudad. Era un signo de vuelta a la normalidad, de que la vida seguía adelante en el respeto más total y sincero hacia todas la víctimas del brutal atentado.

Al terminar la celebración, la esposa de un joven cuyo nombre todavía figuraba en la lista de personas desaparecidas, declaró a un periodista: «Es grande lo que ha hecho hoy el alcalde. Nos ha dado la posibilidad de asistir a un momento feliz».

Giuliani había conquistado la admiración de sus conciudadanos por su capacidad extraordinaria de hacer siempre lo justo incluso en los momentos más complicados. Vistiendo su esmoquin más elegante, quiso enviar a todo el mundo el mensaje de que incluso en los peores momentos se puede encontrar el consuelo en las cosas bonitas de la vida.

Piero se encontraba en uno de los momentos clave de su vida. Necesitaba transmitir un mensaje claro a todo el mundo y especialmente a sí mismo. Pero se encontraba con el conflicto al que muchas veces nos enfrentamos cuando, de un lado, tenemos el deseo profundo de hacer algo que estamos convencidos de que es lo mejor para nosotros y, por el otro, una parte de nuestra cabeza se interpone limitando nuestra capacidad de decisión. Es el choque entre esa parte que hay en nosotros que nos empuja a despegar y volar y esa otra que nos frena y que intenta impedirnos hacer lo que es mejor para nosotros y para nuestra felicidad. Piero había tenido este conflicto cada vez que se había propuesto hablar de homosexualidad con sus padres, con sus amigos y con todos aquellos a los que quería y que necesitaba que lo conocieran de forma más intima. Los miedos y las inseguridades habían detenido siempre a su corazón, dejándolo encerrado en su armario.

Es esa lucha cruel entre corazón, cabeza y estómago la que nos conduce a los mayores conflictos internos, la que muchas veces nos impide ser plenamente felices.

La mente representa nuestra parte más lógica y racional. Cuando decimos que alguien usa demasiado la cabeza entendemos que, en general, su manera de razonar es demasiado fría y racional, vacía de emociones. La mente nos ayuda a crear estrategias, a decidir cómo actuar; al mismo tiempo, la racionalidad está condicionada por miedos y creencias limitadoras. Eso es lo que crea justificaciones –pretextos-, modificando muchas veces la realidad de las cosas.

Cuando, en cambio, decimos que alguien es demasiado visceral, entendemos justamente lo contrario. Lo decimos de quienes toman decisiones movidos exclusivamente por sus instintos vacíos de racionalidad. Cuando decidimos con el estómago, nos volvemos como niños que desean algo sin saber realmente por qué y que no aceptan ningún tipo de explicación.

Con el corazón, en cambio, representamos simbólicamente nuestra parte más completa, profunda, pura, espiritual, la parte que conoce todas las respuestas. Cuando hemos tomado una decisión equivocada, solemos decir que, “en el fondo del corazón, sabía que no era la decisión correcta», como para disculparnos por haber tomado la decisión equivocada. Las personas que se guían por el corazón saben que es la forma de tomar las determinaciones más sabias, sin embargo, casi nunca seguimos este camino y perdemos cada vez más la capacidad de escucharnos, de comunicar con nosotros mismos. A menudo percibimos una voz interior que nos guía, pero la ignoramos hasta el punto de que, después, nos cuesta reconocerla.

En la vida llega un momento en el cual tenemos la imperiosa necesidad de volver a escuchar nuestro corazón y dejarlo libre para que nos ayude a tomar las decisiones que mejor nos conducirán a ser verdaderamente felices. Piero había sido una persona extraordinaria. Había sabido encontrar el camino del éxito y de la vocación por la política; sin embargo, para ser realmente feliz, necesitaba aprender a seguir usando la mente, su racionalidad, pero junto a su corazón.

Lo entendió perfectamente y, con mucho valor y sin grandes titubeos, se enfrentó a la opinión pública con una autoridad moral y personal única. Expuso a las claras ante su pueblo y ante todo el mundo lo que era: un hombre libre, un hombre único, un católico de izquierdas, homosexual y con el deseo fuerte de ser feliz e intentar gestionar la función pública de la mejor manera posible. Por encima de todo dejó muy claro que era una buena persona y que haría de su nobleza  su mayor activo para toda la vida.

Salió del maldito armario con elegancia, con respeto hacia su familia y su entorno más cercano, pero también con seguridad, dejando muy claro que quería ganar las elecciones y quería que lo valoraran por lo que había demostrado hasta la fecha como político y por su programa electoral y NO por el morbo de su recién difundida homosexualidad. Siguiendo el estilo usado por Giuliani, en la rueda de prensa en la que comunicó que era gay vistió su mejor traje y lució  su mejor sonrisa. Asistí a ese momento y ha sido, sin  duda, de los más bonitos que he tenido en mi vida profesional. Lo que más me gustó fue ver la felicidad de Piero. En ese momento no tenía miedo, no tenía dudas. No sabía lo que pasaría después ni qué impacto tendrían sus palabras en la opinión pública, pero sí sabía que no había vuelta atrás. Había empezado el camino hacía su felicidad, hacia su futuro. Eso era lo importante.

Las reacciones que tuvimos los días siguientes a la rueda de prensa fueron maravillosas y cada día hablaba con Piero por teléfono para seguir paso a paso los últimos días de campaña.

Hubo pocos, contados incidentes, algunas pintadas vulgares y patéticas, pero en general el coro de admiración fue unánime. La prensa de izquierdas apoyó sin reparo a Piero y se hizo un gran eco de su campaña; la de derechas asumió un tono más sobrio, pero igualmente elogió el valor del hombre y del político. Las autoridades religiosas no se pronunciaron sobre su homosexualidad, pero apoyaron mucho su valentía al defender su religiosidad por encima de todo. Callaron, otorgando más peso al hombre y político que a su tendencia sexual.

¿Qué ocurrió con los tontos de las pintadas y con los que –también los hubo– se rieron de él y le propinaron pitadas en alguna plaza? Siguiendo mis sugerencias, Piero se puso de su lado y se rió de sus tonterías. Al final ya se sabe: “Si consigues que todos los tontos estén de tu parte, podrás conseguir que te elijan para cualquier cosa”. Frank Dane.

Y eso fue precisamente lo que pasó: de repente los más tontos e intolerantes acabaron ayudándole en su campaña. Hicieron que incluso algunos homófobos cambiaran de actitud.

Decía C.N. Parkinson: ”Ahora se sabe que los hombres entran en la política local únicamente como resultado de estar infelizmente casados”. Piero NO estaba casado. No entró en política huyendo de su vida sentimental. Piero encontraría la serenidad y estabilidad en su vida personal haciendo política con atrevimiento y valor.

Piero HABÍA GANADO. Piero era por fin él mismo. De paso, ganó las elecciones.

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