EUPREPIO PADULA
Exégesis inicial… y necesaria:
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Ha pasado ya un año desde aquel 16 de mayo en el
que mi madre nos dejó. Una madrugada soleada
en la que me levanté con el corazón lleno de
lágrimas y una llama en la mente que me avisaba de que
había llegado el momento. Bajé a la habitación
en la que mi madre agonizaba desde hacía días y, solo en aquel momento
en la casa familiar, como un capricho del destino, me acurruqué junto a ella y comencé a hablarle, como en una suave nana para sus oídos ya casi apagados, para que pudiera descansar en paz y dejar de sufrir. Apoyé mi
cabeza al lado de la suya y acaricié su pelo como
si fuera una niña recién nacida, mi niña. Fue la nana
más dolorosa de mi vida, la salmodia de los recuerdos de las
muchas que había vivido a su lado.
Una luz, una extraña paz, se adueñó de mis ojos y de
mi corazón desde entonces para guiarme. Una
extraña felicidad. Saber que ya no sufría, que se
habían acabado los llantos, sus gritos de dolor…
Me devolvió la tranquilidad. ¡Se había acabado todo! Mi madre podía ya
descansar con sus ángeles.
Cada caso es un mundo; pero puede ayudar a otros…
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La manera en la que viví aquel momento puede ser un buen
ejemplo de cómo se puede afrontar la pérdida de
un ser muy querido. Existen muchas, qué duda cabe, y
casi todas ellas válidas para sobrellevar un duelo. Pero la clave está en
que no nos trastoque demasiado nuestro día a día
y que sume en nuestra serenidad, a pesar del dolor
que suele lacerar nuestra alma.
No se trata de negar el dolor, de exorcizar la
muerte. Se trata tan solo de aceptar que la muerte es parte indisociable
de la vida. Aceptarlo, no elimina la sensación
devastadora de la AUSENCIA, pero nos lleva a
aceptarla. Todo esto me lo enseñó mi madre,
cuando, todavía en pañales, viví la muerte de una
hermana. Ese día, mi madre me abrazó junto a mi
hermana mayor y nos empujó a seguir viviendo.
Ya desde niños comenzamos a tener contacto
con la muerte a través de los libros, la televisión, ciertas películas,
pero solo cuando comenzamos a sufrir la inexorable pérdida de los que nos anteceden a nuestro alrededor, de aquellos a los que
amamos, nos damos cuenta de
lo que se siente y empezamos a degustar el amargo sabor
de esa ausencia… y de esa perdida. Por
supuesto que la religión, nuestro estatus social y
también nuestro carácter, influyen mucho en cómo
vivimos ese trágico momento.
El duelo es la etapa posterior a la pérdida de una
persona con la que tenemos un vínculo emocional, ya
sea familiar, amigo o compañero. Y es absolutamente
necesario para reorganizarnos sentimental y
socialmente, el aceptar el que la persona se ha ido y
emprender un nuevo camino asumiendo dicha ausencia.
Las fases ‘tipificadas’:
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Mucho se ha escrito acerca de las etapas
del duelo, aunque casi todos los expertos las
resumen en estas cinco:
1 Negación: en un primer momento no
aceptamos la pérdida, no nos lo creemos, no
nos ha dado tiempo a encajar la noticia.
2 Ira: sustituimos la incredulidad por el
resentimiento, por la rabia.
3 Negociación: intentamos buscar una salida al
hecho a través de la negociación, con Dios,
con nosotros mismos, con nuestros seres
queridos.
4 Depresión: nos invade la tristeza, el
sentimiento de soledad.
5 Aceptación. Ha pasado el tiempo sin la
persona, tenemos nuevos proyectos,
actividades, sueños. Le recordamos con
añoranza, pero ya pensamos en nosotros mismos y en
el futuro.
Estas fases, originariamente, se establecieron para
aquellos que esperan su propia muerte de forma
inminente, pero se ha observado que son válidas
para aquellos que sufrimos la pérdida de un ser
cercano.
En mi caso personal, la primera etapa no existió.
Me había preparado día y noche para cuando llegara el
momento. La segunda etapa, más que de ira fue de
culpabilidad. Culpa por no haberle dicho en más
ocasiones lo mucho que la quería, por no haberla
llevado a Venecia, uno de sus sueños, o por no haberle
hablado claramente de mi homosexualidad, de mi
amor. La tercera fase, la de la ‘negociación’, tampoco existió para mí,
seguramente por mi carácter pragmático. En
relación a la cuarta, es una etapa que vivo en el día a día. No
lucho contra la tristeza, que me asalta de vez en
cuando. Ni busco huir de los momentos de
melancolía. Forman parte de mí y podría decir que casi los saboreo
con tranquilidad. La tengo más que aceptada.
Siempre he sido muy optimista y no tener a mi madre
a mi lado me ha llenado aún más, si cabe, de esa
locura de poder hacer en mi vida todo lo que
siempre he soñado. Es como si, de alguna forma, se
lo debiera, hoy más que nunca.
Mis fases ‘particulares’:
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Adonde quiero llegar con todo esto es a que lo más importante es no tener prisa, porque siempre hay etapas por las que estamos obligados a transitar para superar nuestro drama. Las mías:
Deja pasar el TIEMPO. Necesitamos concedernos ese
tiempo para hacernos a la idea de la ausencia. No
hay una receta fija. Cada uno de nosotros necesita un período de
tiempo diferente y no hay que luchar en contra. La clepsidra de tu vida marcará lo momentos.
Sigue rodeado de tu gente, no te encierres en ti mismo. Apóyate a tus amigos. Hablar de nuestros sentimientos. Sin miedo.
Especialmente las personas más introvertidas
tienen que hacer un esfuerzo para no vivir solos
este momento. Apoyarse en los amigos. No estamos solos.
No luches contra tus recuerdos. No hay que olvidar a la persona, NO ayuda nada.
Yo siento a mi madre cerca de mí SIEMPRE, más que
nunca. Y sigo mirando, casi a diario, sus fotos con una sonrisa.
Hay que seguir viviendo. Es un deber ineludible para con las
personas que nos rodean: hijos, padres, amigos,
pareja, todos los que nos quieren. Y, por supuesto, también para con el recuerdo de la
persona que nos ha dejado.
No ayuda tener miedo a la información de cómo
ha ocurrido. En casos de muertes dramáticas hay
una tendencia a proteger, con mentiras y falta de
datos. Es un error. La información nos lleva a
entender lo que ha pasado, a darnos razones.
Acudir a las celebraciones. Personalmente es lo
que más odio. Ese funeral eterno, esas
esquelas en las paredes de casa, tantas flores
por todas partes. Esa gente llorando y, en muchos casos,
desconocida. A pesar de todo es un momento
social necesario para compartir el dolor y la
esperanza.
Es imprescindible respetar la individualidad del duelo. El
dolor no es único y cada persona tiene el derecho
de vivirlo como mejor pueda o sepa.
Epílogo personal:
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No creo en el más allá, ni imagino un paraíso
donde mi madre esté en compañía de sus hermanos y de sus
padres, ya muertos como ella. Pero sí creo en las
energías que las personas a las que queremos nos
dejan. Siento como si unos hilos de plata me ligaran a
ella, en un diálogo diario. Mi madre siempre ha sido
mi vida, la esencia de mi existencia y el recuerdo
de su sonrisa contagiosa me acompaña y me acompañará siempre… hasta el último día de mi vida.
EUPREPIO PADULA