Las lágrimas. Así de sencillo y de emocional, han sido la esencia del relevo al que hemos asistido este fin de semana en el Congreso del Partido Popular de Madrid.
Lágrimas de emoción, las de Esperanza Aguirre, por una despedida cuajada de aplausos, pero lágrimas también de rabia porque muchas de sus ambiciones parecen ya irrealizables. Y lágrimas de un supuesto «mea culpa», nunca expresado en público, por haberse rodeado de colaboradores y altos cargos, presuntamente corruptos, que han mermado su reputación, le guste o no. Y es que, suya es la responsabilidad política de no haber supervisado a quienes mancharon el buen nombre de Madrid, trufándola con una red clientelar que llegó a enfangar aquellos años en los que se vivió un progreso sin precedentes en esta comunidad y en la propia capital de España.
Esperanza ‘superstar’
Este fin de semana, Esperanza, enemiga feroz del comunismo y de Podemos , admiradora de Rivera y Tatcher, se dio un baño entre militantes de base y compromisarios. Fue, sin lugar a dudas, la más fotografiada. Todos querían hacerse un ‘selfie’ con ella. Y, como si de un improvisado ‘fotocall’ se tratara, se parapetó frente a una columna y pasó, no menos de 45 minutos -este curioso paseante los computó- sonriendo y dejándose inmortalizar. ¡Estrella entre las estrellas de la bandera roja de «su» Comunidad!
Pero su tiempo, el de Aguirre, ha expirado. La exlideresa, la que nunca supo cuántos corruptos tenía a su alrededor, conserva -magro consuelo- su papel de ‘referente moral’ de los populares madrileños. Aunque no pocos lo pongan en duda, y con razón. Cristina Cifuentes estuvo cariñosa en su despedida, sí. Pero era lo que tocaba. «Gracias Esperanza… gracias». Esto fue por la mañana, claro. Por la tarde, ya revestida por la púrpura de la presidencia, no escatimó críticas a la corrupción y a todos los corruptos, sin diferencias de color. Esos que ‘aprovecharon el nombre del PP para enriquecerse’. Y que, casualmente, eran en muchos casos gentes cercanas a Aguirre. El gesto de Cifuentes tiene más valor en tanto en cuanto ha sido la única -de todos los congresos regionales del PP- en hacer referencia a este asunto, incómodo para los populares, que ya bastante tienen con lidiar con su soledad parlamentaria. La despedida de Esperanza Aguirre Gil de Biedma después de doce años al frente del PP de Madrid es el ocaso de una mujer que nunca dejó a nadie indiferente. La historia de una aristócrata luchadora, de una ganadora, símbolo de una época y popular como nadie. Política de rompe y rasga, liberal a ultranza, que llegó a la primera fila de la mano de Manuel Fraga y fue encumbrada hasta casi lo más alto, saboreando durante años las mieles de Génova.
Una carrera repleta de grandes éxitos y que, durante años, pareció imparable. Concejala y número dos del alcalde de Madrid, José María Álvarez del Manzano. Ministra de Cultura y primera mujer en ocupar la presidencia del Senado –la cuarta autoridad del Estado por protocolo- lo fue también de la Comunidad de Madrid. Primera, por partida doble. Líder autocrática pero nada autocrítica, autoritaria, irónica, dura y dotada de una brillante oratoria que llegaba a todos, ricos y pobres, extraordinariamente popular entre la gente de la calle y auténtica «mosca cojonera» de los poderosos, del partido que fuera, incluido el suyo. Un icono dotado de gran ambición y una espontaneidad digna de los más grandes.
Esperanza fue la primera mujer que quiso, nunca lo disimuló, llegar a ser presidenta del Gobierno, pero que no supo tener la paciencia necesaria y controlarse cuando tocaba. Enemiga acérrima de Alberto Ruiz-Gallardón –fueron célebres sus guerras sin cuartel- juntos superaron las líneas rojas del desenfreno político pisando callos por doquier y mostrando lo peor del ego que nubla el talento y expone a la luz lo peor de la gente cegada por el ansia de poder y la ambición personalista. Ya decían los romanos que «a quienes los dioses quieren perder, lo primero que envían es la soberbia». Y esto es algo, siempre lo supimos, que Rajoy no perdona. El de Pontevedra aprecia la ambición y el talento de sus colaboradores pero nunca la falta de respeto y el convertirse en ‘trepas’ del poder.
Cristina; la del antes y el después…
Lágrimas de Esperanza pero también de Cristina. Lágrimas de Cifuentes y de su equipo como estallido final de una emoción fuerte y colectiva. Más que nunca, su discurso fu el de una líder inspiradora, fuerte, clara, coherente con sus principios y valores y poco dada a las estridencias y el palabreo para arrancar sólo el aplauso fácil.
Hija de gallegos, de 53 años, es una trabajadora incansable y detallista como nadie. Accesible y dialogante, cosa que nunca ha sobrado en el Partido Popular, también lo ha sido siempre para los medios de comunicación. Valientemente progresista, ha hecho famosa su batalla para el reconocimiento interno del matrimonio homosexual. Las críticas internas nunca la han frenado porque siempre tuvo muy claro que el papel de PP de hoy es el de estar en el centro y evidenciar una actitud progresista en los temas sociales.
Por esta razón ha conseguido aglutinar a muchos populares, cansados de la vieja guardia pretoriana instalada en Génova, a posiciones más moderadas y menos ligadas a raíces cristianas. Republicana por convencimiento, siempre ha sido partidaria de un partido más inclusivo, alejado de ortodoxias religiosas o sectarias. Es tolerante, culta y defiende sus ideas con vehemencia pero siempre con respeto a los demás.
Sus lágrimas de emoción en este Congreso han sido muy diferentes a las que derramó en aquel maldito agosto de 2013 en el que tuvo que pasar más de un mes ingresada en un hospital madrileño tras un aparatoso accidente de moto que le hizo mirar a la muerte a los ojos. Más allá de las secuelas físicas, fue un momento durísimo que ha marcado un antes y un después en su liderazgo. Ella misma ha revelado que desde entonces, celebra dos cumpleaños. Tremendo pero real. Como la vida misma. Hoy es, sin ninguna duda, una de las líderes en la política española con más carisma y capacidad de comunicación. Dotada de un gran talante negociador, ha elevado al máximo su inteligencia emocional y su empatía.
La tranquilidad que refleja su mirada firme y la paz que transmite con sus palabras, siempre cargadas de sentido común, acercan a Cristina Cifuentes a la gente como un auténtico imán. Es muy pronto para saber si algún día será candidata a presidir el Partido Popular. Pero lo que si podemos afirmar es que talento, capacidad de trabajo y cualidades, no le faltan.
Las lágrimas pues, han sido la esencia de este fin de semana de congreso en el PP madrileño. Muchos han dicho que las lágrimas de Aguirre han eclipsado la proclamación de Cristina Cifuentes. No estoy de acuerdo. Creo que las aristocráticas lágrimas de Aguirre han dejado espacio a las lágrimas de esperanza de Cristina y de todo un partido necesitado desesperadamente de esa limpieza, prometida por Cifuentes y ansiada por todos.