Una excelente capacidad de comunicación es clave, hoy más que nunca, en el liderazgo de los grandes políticos. En la era Trump, esto se ha vuelto imprescindible, más en el caso de aquellos que se han convertido en paladines de algún tipo de populismo -aunque a ellos no les guste que se les califique como tales- tanto desde la extrema izquierda como en la extrema derecha.
En este 2017 en el que Europa estará cuajada de citas electorales – Holanda, primer cita este mismo miércoles luego Francia, Alemania y con toda seguridad Italia- con este tipo de formaciones políticas entre las favoritas, creo más necesario que nunca ayudar a entender qué hace exitosa la oratoria de políticos y políticas populistas. Y para ello, nada mejor que partir de buenos ejemplos.
El caso Le Pen: todo un paradigma
Reina, entre esta clase de líderes, Marine Le Pen, abogada, de 48 años e hija del anterior Presidente y fundador del Frente Nacional Jean Marie. Marine Le Pen es la candidata del FN a las elecciones presidenciales francesas del 23 de abril y el 7 de mayo, y concurre a ellas como partidaria de un cisma con Europa y con la comunidad internacional. Separarse de la Unión Europea, dejar la OTAN y el EURO son sus principales claves electorales.
Digo que reina porque tiene una habilidad más que sobresaliente: es capaz de manejar sus discursos y sus intervenciones públicas de manera que NO todas las personas que asisten en directo o por televisión a una de ellas reciben un mismo mensaje. Cada una de las frases que pronuncia esta líder de ultraderecha, está construida y trabajada minuciosamente, para conquistar nuevos electores por una parte con mensajes conciliadores, sin estridencias, nada sectarios pero al mismo tiempo, para ser embajadora de un lenguaje mucho más sofisticado destinado a consolidar la ideología ultraderechista, fascista de su partido y reafirmar la confianza ciega de sus militantes y votantes. ¿Se trata de post-verdad y de uso consciente de mentiras manipuladoras? ¡NO! En realidad va más allá de la mentira, de la post-verdad, es un metalenguaje camaleónico que deja a la interpretación del otro encontrar significados queridos.
Profanos y militantes reciben e interpretan sus palabras de forma totalmente diferente, entre otras cosas porque los partidarios del Frente Nacional saben ya perfectamente como descifrar el lenguaje codificado que suele utilizar su candidata presidencial para no ofrecer ningún flanco débil que permita acusarla ante la justicia y tacharla de racista, fascista, etc.
Marine Le Pen es la única que emplea ciertos términos, cuidadosamente seleccionados, para hacer que cada palabra exprese, exactamente, lo contrario de lo que significa.
Podríamos preguntarnos si usa la mentira, como hace Donald Trump. En mi opinión, a diferencia de Trump, Le Pen es menos ‘Pinocho’ y mucho más lista. Huye de frases provocadoras y de ofensas gratuitas para concentrarse en mensajes claros e inspiradores. Ideas que motiven a su electorado sin ofender al resto.
Analizando algunos de sus discursos más significativos, vemos que usa casi siempre las mismas frases como sentencias y las repite una y otra vez hasta a hacer de ellas un verdadero código a memorizar como credo, como unos mandamientos de su retórica populista. Una retórica que empezó a tener éxito en los entornos rurales y que se ha hecho popular también en las urbes. Usa y abusa de términos que harían suponer una sensibilidad social completamente diferente a la del padre: Inmigración, Patria, Salario, Sueño.
Jean Marie Le Pen era una especie de Mussolini moderno, que evocaba un discurso plateal, racista y lleno de difamaciones e insultos. Marine Le Pen es seducción en estado puro. Inyecta sus palabras en las venas de colectivos inesperados como LGTB, Inmigrantes, etc, etc, etc…
Mégret: el artífice
El principal artífice de la evolución del FN gracias a Marine Le Pen fue Bruno Mégret. Expulsado por Jean-Marie Le Pen, transformó el discurso de Marine en políticamente correcto y tremendamente incisivo. Lo convirtió en un lenguaje amable, universal, cosmopolita, directo y preparado para todos y alejando a Marine de la figura paterna.
Marine Le Pen ha sucedido a su padre en el liderazgo del partido, haciendo suyos la mayoría de sus ejes ideológicos, pero alejándose de él en las formas y en el lenguaje.
El enemigo externo: la “razón de ser”
Marine Le Pen, como Donald Trump, busca cuidadosamente los enemigos que precisa para reafirmar su ideología, pero lo hace siempre con una buena dosis de autocrítica; algo que a los franceses les gusta y mucho. Ahí está la esencia de Le Pen: haber sabido usar el ADN de los franceses para dibujar una estrategia y un lenguaje que entre en las venas de muchos transalpinos. A diferencia de Trump nunca menciona claramente su batalla contra la inmigración africana y árabe o contra las élites del poder económico y financiero. Sin embargo su mensaje es evidente y penetra más que nunca. Su lucha contra Bruselas es descarnada y su nacionalismo es todavía más firme que el de Trump, pero vendido a las masas con la vaselina de palabras políticamente correctas y con la elegancia de quien quiere llegar a todos.
En los últimos dos años, particularmente desde que se ha desatado la ola del terrorismo yihadista, la religión se ha convertido en otro de sus blancos favoritos, eso sí siempre en forma indirecta. Nunca criticará de forma explícita a la religión musulmana ni a otras. Sin embargo, es evidente que ha conseguido ser la más querida por los ultraortodoxos católicos. Francia es un estado claramente laico, pero la decadencia del país a menudo se achaca a la pérdida de identidad religiosa.
Marine Le Pen tiene notables posibilidades de ganar la primera vuelta de las elecciones francesas. Solo un adversario más listo que ella y más capaz de aunar consensos y disipar miedo podrá evitar una victoria que sería desastrosa para el destino de Francia y para el de Europa.